Capítulo 10

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—¡Uau!

Los festivales en el reino del verano eran hermosos, con sus carpas altas, de enormes ventanas, y el fuego alzándose a ráfagas por entre la gente, tomando distintas formas, desde animales, antiguos reyes o flores. Quienes lo lanzaban, hombres cubiertos de tatuajes, lo sujetaban con la mano y volvían a metérselo a la boca, listos para montar un nuevo show ante su público, que aguardaba, ansioso, por ver qué harían con el fuego a continuación. Las mujeres danzaban en vestidos de telas finas, demasiado reveladoras, con aros bailando alrededor de sus cinturas, manteniéndose en el aire por arte de magia. Los niños, emocionados, se perdían en los juegos, donde ganaban dragones de caramelo o muñecos como premio, y sus padres los seguían a duras penas, hipnotizados por el atardecer rosado, el resplandor del fuego y los dragones surcando los cielos.

Allí, sin embargo, quien entraba a un festival parecía entrar en otro mundo. El contraste de la noche con las luces, de la oscuridad con el resplandor eterno de una feria que no duerme, era maravilloso y Raegar se sintió cada vez más liviano, pasando junto a los puestos de comida, que exhibían chocolate caliente y galletas con chispas de chocolate y forma de osos, pasteles de zanahoria, bombones de menta y caramelos de frutilla. Había traído un poco de oro, así que compró todo lo que pudo cargar, para luego regresar a su lugar y depositar la compra en los brazos de los hermanos pequeños de Pod. Este tenía una gran familia, aunque muy pobre. Aceptaron la mentira de Raegar siendo un sirviente del castillo, aún si los mechones de cabello rubio sobresalían de su capucha, y lo acompañaron a todos los puestos con emoción, hablando sin parar, como si fuera un verdadero honor tenerlo con ellos, compartiendo el tiempo. Raegar, gracias a sus guías, pudo ver increíbles presentaciones de teatro sobre los leales y su magia, a trovadores cantando sobre tragedias de princesas y príncipes, bailarinas que saltaban con gran agilidad sobre filosas espadas y hombres subidos a altos palos que fingían ser osos, moviéndose entre las personas y manteniéndose de pie con agilidad. La luz de la luna se volcaba sobre las carpas, dándoles un aspecto de ensueño.

Sabía que la noche acabaría pronto, así que hizo todo lo que tenía a su alcance. Jugó con Pod a lanzar los bolos, juego en el que perdieron vergonzosamente, y, luego, a atrapar el dragón, que consistía en capturar una figura deforme (que poco se parecía a un dragón) con una larga soga, sostenida por un oso que uno mismo debía maniobrar. Ni siquiera la pareció ofensivo. Era increíble.

Observaron los espectáculos y Raegar pagó todos los puestos de juegos, para que la familia de Pod, Pod y él pudieran disfrutar de cada uno de ellos. Su escudero tenía razón: el sonido, las luces, la luna; nadie se fijó en el cabello rubio de Raegar, ni en su rostro. Ninguna persona parecía dispuesta a perder en el juego con tal de prestarle atención al haraposo joven que caminaba entre ellos, en caso de que fuera el rey. Les parecía tan improbable que la realeza disfrutara con ellos, tan irreal, que incluso aquellos que sí se fijaron, extrañados, en él, pensaron que era producto de una confusión.

A mitad de la noche, cuando los chelos y violines se alzaron sobre las cabezas de las personas y el centro de la feria comenzó a despejarse, dando paso al baile típico del norte, Raegar olvidó por completo quién era él y dónde se encontraba. Bailar logró transformarlo por completo. Ni siquiera bailó en su boda, nota mientras sujeta la mano de la madre de Pod, que se ve sonrojada y cálida bajo la noche, y se unen con el resto de los habitantes del reino, formando un circulo gigantesco. Dan vueltas, se dividen, cambian a sus parejas y vuelven a reunirse. Raegar suelta risas tontas y sonríe demasiado y permite que la gente lo alabe, finalmente descubriendo su identidad, y lo abrace, como si, de hecho, fuera alguien importante. Por primera vez, siente que sí lo es. No por su título o su apellido, sino por ser parte de ellos.

Podría seguir eternamente, pero la música se detiene en seco y la multitud exclama con emoción, comenzando a aplaudir. Raegar se pone en puntas de pie, observando a su alrededor, pero regresa a la tierra tan pronto divisa qué es lo que causa tanto escándalo.

Cruel invierno |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora