Capítulo 6

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Raegar no durmió aquella noche. El clima de afuera acompañaba los sentimientos que rodeaban su corazón, pues el viento rugía y tiraba las ramas de los árboles de un zarpazo, tormentoso, acompañado de una lluvia gruesa y fría. Él yacía acostado junto a la chimenea, tocando las llamas del fuego con la mano derecha y, con la otra, sujetando a uno de los bebés contra su pecho. Los otros dos se amontonaban sobre el suelo, en un intento de mantener el calor. Pasó un dedo sobre la piel de las alas, áspera al tacto, y fingió no oír el golpe incesante sobre su puerta de madera.

—Raegar Dragnell—llamó una voz masculina, desconocida. Parecía un tanto desesperado—, ¿Está usted despierto?

—No—gritó de vuelta.

Los golpes en la puerta cesaron. Un momento más tarde, oyó pisadas que se alejaban. Suspiró, intentando atrapar el fuego entre los dedos, sólo para ver cómo éste se deslizaba con la misma facilidad que el agua. Uno podría pensar que eran extremos absolutamente distintos, el agua y el fuego, pero eran parecidos en tantas formas...

—¡Raegar!

Esa voz sí que la conocía bien. Era la voz dura y cortante de su hermano mayor. Se oyeron golpes, aún más fuertes que antes.

"—¡Raegar haz el favor de abrir la puerta! ¡Ahora!

Movió al dragón con cuidado. Lentamente, como si los minutos no pasaran y su boda no fuera esa misma tarde, se puso de pie, acercándose a la puerta.

"—No es momento para tu comportamiento insolente. Síguenos, es hora de que te prepares.

—La boda no será hasta entrada la tarde.

—Lo sé—respondió Jaeno, suavizando su expresión. Lo tomó por las mejillas y estudió su rostro con cierta tristeza—, ¿No has dormido nada, hermanito?

Había dejado de decirle así cuando cumplió los trece años.

—No pude—admitió con la voz ronca—, no dejaba de soñar.

—Pronto acabará—le prometió, en un susurro, para que el hombre que aguardaba detrás de él, desconocido para Raegar, no alcanzara a oír sus palabras—, la gente se irá y podrás estar tranquilo, adaptarte a tu nueva vida lejos de todo este caos. Sólo es cuestión de horas.

—Tú también te irás—tragó saliva y lo miró a los ojos.

—Ay, Raegar—dijo su hermano, y él se rompió, deshaciéndose de las murallas y dejando entrar el dolor.

—No puedo montar a Terror—sollozó Raegar—, el viento me zarandea y me tira de su lomo una y otra vez y no puedo mantenerme sobre él. No puedo volar. Me quedaré encerrado para siempre.

"—Quiero volver contigo—le pidió, por lo bajo, cuando su hermano lo abrazó—. No quiero hacer esto. No quiero quedarme aquí.

—Lo sé—le aseguró, con profundo dolor, y acarició su cabello—, y debes saber cuánto odio dejarte aquí. Se siente como perder una parte de mí mismo. Te pareces tanto a papá—añadió. El corazón de Raegar se sacudió violentamente, como siempre que su héroe de la infancia era mencionado—. A veces, cuando te miro o te oigo hablar, siento que vuelvo a estar en su presencia. Has sacado todas sus cualidades, Raegar, sobre todo su facilidad para con los dragones. Él fue quien logró cazar a Terror, pero tú has logrado subirte a su lomo siendo sólo un niño. Ninguna ventisca podrá mantenerte alejado del cielo para siempre.

—No puedes saber eso—dijo, con voz ahogada.

—Lo sé, porque te conozco. Eres el mejor jinete de dragón que alguna vez existió.

Quiso decir algo más, pero pensó que la voz le fallaría.

"—Escúchame. La boda no será hasta entrada la tarde, pero, primero...

Cruel invierno |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora