Capítulo 14

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Despertó y estaba solo. No debería haber resultado una sorpresa, pero así fue. Raegar se balanceó junto al borde de la cama, bostezando, y notó que traía un par de pantalones que no le pertenecían. Alguien lo había vestido mientras dormía. Sintió que volvía a sonrojarse.

Ahora que dormía en los aposentos reales, no sabía dónde podría encontrar a Pod. Usualmente, el chico no perdía su tiempo llamando a la habitación, esperando que, por algún milagro, su pesado sueño se volviera ligero de pronto, por lo que se había acostumbrado a entrar sin más para despertarlo si dormía pasado el mediodía.

Pero, en aquella habitación, Raegar se encontraba absolutamente solo. Y no era muy temprano, considerando que el sol brillaba en lo alto del paisaje gris que se extendía a través de la ventana. Se vistió, intentando no gemir cada vez que sus costillas ardían por el movimiento, pero ponerse la capa de abrigo resultó ser un esfuerzo descomunal, arrancándole algunas respiraciones profundas y obligándolo a tumbarse de nuevo.

Alguien llamó a la puerta.

—Espero que no estés levantándote y haciendo un revuelo—dijo una voz, que Raegar conocía de sobra. Pod volvió a golpear—. Te escucho moverte.

—Pasa, idiota. No puedo solo.

—Estaría encantado de ayudarte, amigo, pero el rey me dio la explicita orden de no entrar a la habitación.

Puso los ojos en blanco y el simple esfuerzo de ponerse molesto le trajo un pinchazo a la sien.

—Me da igual, entra.

Pod abrió la puerta y le enseñó una sonrisa desdeñosa. Vestía su usual uniforme azul oscuro, casi negro, y tenía el cabello rojizo más corto de lo usual, apenas rozando sus orejas. Eso recordó a Raegar que necesitaba un corte. Los rizos dorados ya le caían detrás de las orejas.

Su amigo se detuvo en el umbral de la puerta, sin poner un pie en la habitación.

—Solo puedo entrar si estas al borde de la muerte.

—Ayúdame—respiró entrecortadamente—, me estoy muriendo.

Pod rió y se aproximó a la cama. Notó que llevaba su capa de viaje, junto capas de prendas abrigadas, y le alzó una ceja, como si estuviera cuestionándolo. Raegar no tenía tiempo para explicarse, así que le pidió que lo ayudara a incorporarse y le alcanzara las botas de cuero, que descansaban al otro lado del espacio, como si estuvieran burlándose de él. Alguien había traído todas sus cosas mientras dormía. El armario se hallaba lleno de sus capas, trajes y túnicas, pero también lo ocupaba ropa que él no conocía. La perspectiva de que esa ropa perteneciera al rey, arrancó un estremecimiento. También habían traído los regalos que Azariel le envió, días atrás, y él no quiso abrir. Aún cerrados, se apilaban junto a la cama.

Su amigo obedeció con un suspiro, recogiendo las botas e inclinándose frente a él para ayudarle a calzarse. Raegar lo agradecía, porque el simple hecho de estar sentado, semi encorvado, lo dejaba sin aire. Malditas costillas rotas, apenas podía respirar.

—El rey no quiere que salgas.

—El rey esto, el rey lo otro—puso los ojos en blanco y Pod tiró de él hacia arriba para pararlo. Caminó un poco, tanteando su equilibrio, y sonrió al ver que era perfectamente capaz de moverse (lento, muy lentamente) —. El rey dijo que iba a cuidarme. No lo veo aquí presente.

—Descuidó sus deberes los días que pasó contigo en la enfermería.

—¿Y que hay de mis deberes reales?

—Bueno, hace poco llenaron tu agenda—solo para demostrar que no bromeaba, Pod sacó una larga lista de su bolsillo, en donde yacía escrito, sobre todas las líneas adyacentes, con una cursiva elegante y vaga: descanso. Raegar miró el papel, incrédulo. Le habían dado el deber real de permanecer en cama. Parecía que el rey encontró una manera de vengarse por su pequeño show de ayer por la noche.

Cruel invierno |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora