Capítulo 5

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La única persona que se hallaba en la biblioteca, tan entrada la noche, era el muchacho obeso y temeroso que seguía al príncipe heredero en cada paso. Raegar lo observó desde la esquina de la habitación, sumido en la penumbra, considerando qué tantas probabilidades existían de ser echado a insultos y miradas despreciables.

—Lamento molestarte—se apresuró a decir, cuando el joven, Milo, alzó la mirada y se sobresaltó ante su presencia. Se llevó una mano al pecho, respirando violenta y rápidamente.

—Usted no representa una molestia, su alteza. Adelante, por favor—se puso de pie trabajosamente e inclinó el cuerpo hacia él, en una reverencia torpe y un tanto descoordinada—. Lo que sea que necesite, no necesita más que pedírmelo. Podré no ser de gran ayuda para un jinete de dragón, pero conozco las estanterías mejor que nadie.

—No dudo que así sea—dijo, observando a su alrededor. Decenas de estanterías se alzaban hasta el cielo raso, ocupadas por distintos volúmenes que variaban en tamaño, color y número de hojas. Parecían estar acomodados de manera específica, pues las filas se clasificaban de la A a la Z, con pasillos entre cada letra tan reducidos que apenas cabía una persona. No tenía ni la menor idea de dónde comenzar a buscar.

"—De hecho, quizá sí puedas ayudarme. Estoy..., necesito aprender sobre el protocolo matrimonial llevado a cabo por las familias reales del norte.

No le interesaba que el príncipe pudiera enterarse de lo que buscaba. Que se jodan él y todos los reales. Si querían que fuera parte de aquel juego hipócrita, bueno, Raegar estaba dispuesto a sobrevivir. El problema es que no tenía idea de qué se haría en la ceremonia. Conocía el protocolo de su reino, pero dudaba que la exhalación de los dragones, el fuego quemándoles la piel, los rugidos y la entrega de huevos fueran parte de la tradición del norte. Y sabía que, si se quería una unión propiamente dicha, ambos reinos serían participes en la boda.

Era el protocolo real el que dictaba cada detalle, pues se esperaba que la boda sea un reflejo de la historia y del patrimonio de la realeza. Raegar logró atisbar un poco del mismo por las decoraciones que se llevaban a la catedral, día tras día, que iban desde ornamentas bañadas en oro hasta alfombras de seda. Flores exquisitas, bancos, altares..., los reyes cesaron sus reuniones momentáneamente, con tal de conversar con las personas, supervisar la llegada de los lores más importantes del país y observar el progreso de la ceremonia. Desde su ventana, Raegar podía ver a su hermano, junto al rey Harald y, en ocasiones, la reina, con frecuencia. También divisó a Gajeel en pocas ocasiones y, rumbo a la tienda de su esposo, a Calyssa. Buscó a su futuro esposo múltiples veces, pero este parecía tan interesado como él en la catedral y todo lo que la rodeara.

—¿No sabes el protocolo matrimonial? —preguntó Milo, incrédulo, y Raegar sintió que se sonrojaba bajo su mirada.

—Sé el protocolo matrimonial de mi reino—aclaró—, y tengo muy pocas nociones del protocolo del norte, muchas de las cuales están cargadas de..., están cargadas de muchos prejuicios—un oso arrancándoles la mano a los novios, bárbaros del norte arrasando en los bailes, una o dos muertes para ser considerada la boda interesante.

Milo también parecía estar pensando en supuestas bodas donde los dragones se comían a sus invitados.

—¿No ha intentado hablar con alguien, su alteza? Las bodas son tradicionalistas. Siempre fueron y serán iguales.

—Estoy hablando contigo, ¿No es así?

Arqueó las cejas, fingiendo desinterés. No hablaría con nadie sobre algo de lo que no tenía idea. Se negaba a mostrar esa clase de debilidad.

Además, días atrás había intentado reintegrarse en la civilización que esperaba al otro lado de la puerta de su habitación, obteniendo un resultado tan malo como las veces anteriores. Terminó angustiándose en la mesa familiar, con Terror rugiendo en la cima de la montaña, tomando sus sentimientos como propios. El castillo había vibrado por la intensidad del dragón y Raegar pasó horas y horas intentando mostrarle un poco de consuelo, asegurándole que estaba bien. Jaeno no parecía contento. Raegar se resignó a pasar el resto de sus días en la habitación de invitados, hasta que se consumara el matrimonio y, entonces, podría pasar el resto de sus días en su nueva habitación. No parecía haber más futuro allí para él.

Cruel invierno |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora