Capítulo 17

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RYN

Conrad, el esbirro de la doctora, me empuja dentro de la habitación con brusquedad y cierra la puerta a mis espaldas. Solo puedo culparme a mí misma de su tosco comportamiento, después de todo, he estado parloteando sin parar durante todo el camino hasta aquí para sacarlo de quicio a propósito.

— ¡Que te jodan! — exclamo exasperada golpeando la puerta con los puños.

Si pensaban que iba a ser una rehén fácil y complaciente se equivocaban; por mucho que haya accedido a ayudarlos con algo de lo que todavía no tengo conocimiento, solo para que no sigan torturando a Zero. Algo bastante contradictorio, si tenemos en cuenta que se supone que lo odio por su sucio traición.

Mis ojos recorren la pequeña habitación acolchada de color blanco. Internamente rezo por que esta no vaya a ser mi nueva celda, pues es mucho más austera y fría que la actual. No hay cama, ni tampoco inodoro. No hay absolutamente nada.

Una de las paredes es de cristal, pero no es transparente como la de mi celda sino opaca, casi parece estar hecha de niebla. Me acerco, curiosa, y deslizo los dedos sobre la superficie solo para comprobar que es realmente vidrio. Siento la lisa dureza y la aguda frialdad del material bajo mis yemas y suspiro.

— Encerrada. Una vez más — murmuro.

De repente, aun con la mano en el cristal, siento un pulso contra la palma y la retiro de golpe dando varios pasos atrás.

— Pero, ¿qué...

La opacidad de la pared disminuye ligeramente y una figura elaborada con sombras aparece al otro lado. Mi mirada desciende, pues la persona al otro lado del cristal está agachada, sentada en el suelo y es... pequeña; demasiado pequeña.

— Un niño — jadeo consternada.

Hay un niño, o niña, al otro lado del cristal. Solo puedo imaginar que se encuentra en una habitación idéntica a la que me encuentro, anexa a ésta y separada únicamente por la turbia pared de vidrio. Aunque sea menor, la persistente opacidad del cristal impide ver cualquier otra cosa que no sea su silueta. Ni sus rasgos, ni el color de su cabello, ni la ropa que lleva puesta... nada.

Un escalofrío me recorre de arriba a abajo y miro a mi alrededor.

Hay una cámara en el techo que sigue todos mis movimientos y aunque no puedo verlos estoy segura de que también hay micros ocultos entre el material acolchado de las paredes.

Mi cuerpo da un respingo cuando una conocida voz envuelve la habitación; se retransmite a través de unos altavoces invisibles.

— Tu tarea es bien sencilla, Ryn — la voz de la doctora se escucha tan clara que casi parece que esté parada a mí lado —. Entra en su mente y saca todo lo que hay ahí. Quiero saber sus pensamientos... con todo lujo de detalles.

Mi mirada cae de nuevo sobre la figura oscura del niño que parece estar jugando con unos bloques.

— ¿Por qué?

— No tienes derecho a hacer preguntas. Haz lo que te digo o someteremos a Zero al voltaje más elevado y lo convertiremos en alguien incapaz de volver a hablar, caminar o incluso pensar; en un vegetal babeante.

Aprieto los puños con fuerza.

La ira es un fuego ardiente que calienta mi cuerpo, hace hervir mi sangre y abrasa mi alma. Ojalá pudiera darle la espalda a Zero, pero... ¡maldita sea!... no puedo. Recuerdo los gritos, los gruñidos de dolor y el sufrimiento tras las numerosas puertas oscuras escondidas en las profundidades de su mente, a la que me dio acceso durante nuestros entrenamientos, y mi corazón se encoge. Siento que me estoy traicionando a mi misma y a mi gente al ayudarle, pero si lo ignoro, no podré vivir conmigo misma.

Secretos oscuros © #6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora