RED
Mi pierna se mueve nerviosa, arriba y abajo, después de recibir la llamada de Letha.
<< Johnny ha dicho que hay algo extraño en su olor. Algo equivocado y... preocupante >>.
Sus palabras no dejan de repetirse una y otra vez en mi cabeza mientras acuno a mi hermoso niño contra mi pecho, sentada junto a la cama de hospital de mi marido en coma. Las constantes alertas y pitidos que emiten las máquinas a las que Kane está conectado y que lo mantienen con vida, tampoco ayudan a calmar mi nervios.
Alcanzo uno de los piececillos de Atlas y me lo aproximo a la nariz. Inspiro profundamente y... nada. No capto nada extraño. Solo su tierno olor a bebé. Nada inusual. Pero, claro, yo no soy un lobo y a pesar de que como Cambiaformas mi olfato es más agudo, no lo es tanto como el de los mamíferos de cuatro patas. A diferencia de ellos, los halcones nos valemos más de la vista. Podría ver una presa a kilómetros de distancia hasta en la noche más oscura, pero seguir un rastro olfativo o, como en este caso, detectar algo inusual e intrínseco en el olor de otra persona me resulta más difícil.
Atlas emite un sonido similar a una risita cuando mi nariz roza los diminutos y regordetes dedos de sus pies y mi corazón se ablanda con ternura.
— Seguro que no es nada — murmuro tras depositar un dulce beso sobre su mejilla sonrosada —. Todo está bien.
Con esa declaración intento convencerme a mí misma de ello, pero en mi interior no dejo de sentirme intranquila. Si le pasara algo a Atlas después de lo de Kane, creo que no podría soportarlo. Una parte de mí piensa que sí, que soy fuerte, que puedo sobrevivir a lo que sea, pero otra sabe muy bien que mi entereza depende de un hilo muy corto y muy fino, y que ese hilo me conecta con Atlas. La existencia de mi hijo es lo único que me ayuda a sobrellevar el coma de Kane.
Justo en ese momento, una doctora entra en la habitación de hospital. Me levanto, colocando a mi hijo contra mi costado para dejar libre una de mis manos y le estrecho la que ella, profesionalmente, me tiende. Entonces, me da el parte y me pone al día sobre el estado de Kane.
Todo sigue igual.
Mi humor solo hace que oscurecerse con cada frase acerca de cómo no está mejorando y de que su cuerpo se vuelve más débil con cada día que pasa. Entonces, Atlas se pone a llorar, como si pudiera sentir mi tristeza y le hubiera contagiado.
Lo acuno con mimo mientras le doy suaves palmaditas en la espalda intentando calmarlo al mismo tiempo que me esfuerzo por no romper yo también en llanto.
Al final desisto, conociendo ya la única forma de sosegar la desazón de mi hijo y lo coloco junto a su padre en la cama. Cinco minutos más tarde, Atlas yace sumido en un profundo sueño, aun con las mejillas húmedas por las lágrimas.
— Lo siento muchísimo. Ojalá tuviera mejores noticias — habla la doctora, una mujer de unos cincuenta años con el pelo canoso recogido en un apretado moño en la nuca. Aunque trata de disimularlo, sus ojos muestran la pena que siente al presenciar la situación. Admiro su entereza. Yo jamás podría hacer su trabajo; entregar malas noticias, soportar la tristeza y desesperación de los familiares de sus pacientes y aún así mantenerse serena y actuar con profesionalidad en todo momento —. Se parecen mucho — comenta entonces observando a padre e hijo en la cama.
— Sí — susurro incapaz de aportarle a mi voz la fuerza necesaria para hablar más alto. Con mucho cuidado, acaricio la pálida frente de Kane para apartar un mechón de cabello oscuro hacia un lado. Es extraño como el pelo sigue creciendo a pesar de que todo los demás en su cuerpo degenera —. Tienen los mismos ojos. Hermosos, brillantes y negros como el ónix.
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Secretos oscuros © #6
FantasiaTodos tenemos secretos, pero quizás el más oscuro y peligroso sea el de Johnny, quien lleva toda la vida fingiendo ser alguien que no es. Mintiendo a sus seres queridos. Pretendiendo ser un simple lobo. Pero ¿qué pasará cuando su secreto quede al de...