.Rey Dattmon.
Envuelto en las calurosas paredes de su palacio, contemplaba con desdén los informes de batalla. Su rostro, reflejo de la arrogancia que lo caracterizaba, se endureció al pensar en los soldados heridos y caídos. El egoísmo imperante que no se molestaba en ocultar en su ser le impedía sentir verdadera empatía, más bien, sino un indescriptible aborrecimiento ante la incompetencia de los suyos.
Mientras las noticias de la guerra resonaban en sus oídos, su orgullo se erigía como un muro impenetrable, y la angustia de la realidad palidecía ante la vanidad de un rey que solo veía en la guerra un juego de poder.
Experimentaba una ansiedad creciente por consolidar su poder, anhelando acabar con la escoria de sus enemigos de una vez por todas. A pesar de su impaciencia, comprendía la necesidad de permitir que sus hombres recobraran fuerzas tras los días de batalla. Esta espera le generaba una incomodidad, pero su deseo de dominio era más fuerte.
En medio de la intranquilidad, sentía un alivio profundo al recordar que su enemigo principal carecía del valor necesario para desafiarlo. La certeza de que Evander nunca lo había atacado y probablemente nunca lo haría le otorgaba al rey una ventaja estratégica que disfrutaba, alimentando su confianza y ego. La seguridad de que su rival permanecería en la retaguardia consolidaba la sensación de poder absoluto en su corazón.
Sobre la inconforme comodidad de su trono, pudo percatarse del movimiento que se acercaba hacia él. Directo desde la entrada del salón en el que se encontraba, Zadckiel se acercaba hacia él. Sus pasos eran decididos, su mirada era impenetrable, y la espada que jamás se separaba de él guindaba de su cinturón. El rey vió cómo toda esa determinación que se esforzaba por mantener era quebrantada con cualquier movimiento en su brazo izquierdo. Dattmon no era un tonto, conocía la gravedad de esa herida superficial, cómo decía Zadckiel que lo era.
El joven subió las escaleras y se acercó al rey con una reverencia.
-Espero que no sean más malas noticias-dijo Dattmon-No estoy de humor.
-Quince soldados más fueron dados de alta hoy mismo, majestad, y están preparados para reinstalarse con los demás-explicó el joven.
-Han pasado algunos días desde la batalla, otros desde que regresamos...¿Por qué la demora en lograr que todos sean dados de alta?
-Las heridas de muchos son graves, majestad, algunos no han sobrevivido, y otros tienen los días contados.
-Le expliqué muy detalladamente a los doctores que hicieran lo necesario-espetó el rey al abandonar su asiento en el trono y dirigirse hacia el estante junto a la ventana-Estamos perdiendo tiempo y recursos en soldados que sabemos que no darán alguna mejoría.
-¿Habla de...?
-Los doctores saben lo que hay que hacer, que hagan lo necesario.
-Bien, pero eso podría costarnos muchas bajas.
-En ese caso-se giró con la copa llena de vino hacia el joven-Encargate de que los que queden sepan lo que pasa si no dan lo mejor de si.
Por un instante notó la mirada de duda en los ojos del joven frente a si, pero enseguida fue sustituida por la seriedad cuando asintió.
Podía sentir una profunda frustración al constatar el ineficiente desempeño de algunos de sus soldados en la última batalla. La incompetencia de su ejército provocaba en él un malestar palpable, ya que cada recurso malgastado representaba una oportunidad perdida. Observar cómo se desperdiciaban recursos valiosos generaba en el rey una sensación de impotencia, especialmente al considerar que esos suministros eran utilizados para sanar a hombres que ahora se encontraban malheridos y, aparentemente, destinados a la inutilidad.
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CORONA DE SANGRE {Los cuatro reinos #2}
FantasyReinar no es solo llevar una corona, es soportar el peso de un reino sobre los hombros, donde cada decisión puede forjar o destruir. Es caminar la delgada línea entre la justicia y la compasión, enfrentando tormentas que pocos comprenden, con una fo...