Bobby Baker comprende que no ha alucinado desde su última alergia, por lo que es aterrador ver como la nueva competencia de Galerías Gourmet llega al pueblo intentando enamorar las papilas de todos con alucinantes dulces mágicos.
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B.B
Ni ella misma sabía qué la estaba impulsando a hacer tal cosa.
Willy podía ser un poco convincente, así parecía. Cómo decirle 'no' a un chico que acababa de pedirle ayuda para ordeñar... a una jirafa. ¿Eso si quiera era una pregunta? Porque, demonios. ¡Necesitaba ver eso!
Veía su punto, Bobby también estaba cansada de la racha que sometía a Noodle, no quería verla metiéndose en problemas a su corta edad sin haber terminado la escuela primero. Los líos eran esenciales para todo ser humano. Descontando que echaría toda la culpa a Willy si la niña terminaba dentro de una celda por robar frutas.
Acceder a eso le estaba costando su integridad y dignidad como persona, porque dudaba a que fuera cierto y probablemente Willy la estaba engañando.
«Eso. Exacto, Bob. Lo hacemos por Noodle. Sí...»
O solo estaba pensando demasiado otra vez. Se dotaba, se sabía, cuando caminaba más de medio kilómetro de su casa hasta el zoológico. Maldijo al arquitecto del parque, recordaba cuánto odiaba ir después de cumplir los catorce. Su lugar especial compartido. Veía el rostro de su mamá incluso entre las franjas de las cebras.
O estaba muy cuerda de lo que estaba haciendo o estaba muy, pero muy desquiciada. Estaba llegando y la vergüenza era poderosa como su miedo de las penumbras cálidas que alumbraban los rincones de la ciudad, haciéndola un poquito más segura.
Rezó al cielo cruzando las calles, insistiendo en saber la razón por la que Willy la citó a tan tempranas horas de la noche, sabiendo que no se debía pensar mucho al respecto.
Su casa es pequeña, una planta baja, dos patios y seis puertas, dos salidas. Analizó la criminal situación a la que se estaba metiendo y se animó luego de llamarse 'idiota' al recordar salir por la ventana de su cuarto. Cosa que la hizo rodear siete jardines, atrasando su hora de llegada y salvándose de un patrullaje merodeando los alrededores del centro.
Pero se daba algo de crédito, si la pila de envases que pateó al salir no despertó a su papá, seguramente no lo haría ni su ausencia. Igualmente, seguía sintiéndose aterrada. Un tenedor que usaban para palear el brasero de la chimenea se apretaba en su bolsillo, amenazando con agujerear su ropa.
Pésima idea, buena arma.
Su etapa rebelde jamás se llegó a sentir tan ácida, la adultez le estaba pesando, así que fue inevitable sentir melancolía al respecto. Mentiría al decir que todo ése plan no era interesante, la adrenalina estaba acabando con ella junto al pésimo clima de la ciudad y no veía la hora por culminar la travesía de la semana con Willy.
Vaya que estaba ansiando la decepción a pesar de la promesa que flotaba en el aire denso de la noche, así que se escondió al no verlo en el punto acordado.
Intentó ser cautelosa, que aunque en serio le gustaba usar falda por comodidad, sabía que los pantaloncillos cortos le traerían menos problemas a la hora de escapar. Agradeciendo eternamente su elección cuando Willy la asustó repentinamente murmullando bajo la tapa de una alcantarilla.