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Un poco- poquito- más sensible de lo normal.
MAMÁ no salió conmigo de vuelta ese verano. Más bien, no salió para nada.
Después de lo ocurrido en el Mundial de Quidditch, toda la alegría que parecía haber acumulado y recuperado se había esfumado como polvos flu.
En resumen, Irlanda ganó el partido pero Viktor Krum atrapó la snitch. Aunque lógicamente aquello no había puesto de mal presagio a mamá.
Fueron los acontecimientos siguientes: mortífagos con máscaras de la peste negra, ridiculizando a muggles y poniendo de cabeza a éstos. Se dice que no hay muertos aún, pero mis padres parecen saber algo que yo no.
Y como si fuera poco, la marca tenebrosa fue vista luego de 14 años.
Y eso solo significa que Lord Voldemort había vuelto.
Ya no me interesaban los dioses o sus hijos, ya no pensaba en Percy ni Annabeth como de costumbre, ya no me atormentaba el pensar que me observaban y la supuesta madre que me reclamó. Porque mi familia estaba en peligro, y era lamentablemente uno inevitable.
Con Draco ya no nos reíamos tanto, y cuando nos veíamos hablábamos de cosas triviales; intentado alejar el pensamiento que nos acechaba a ambos: tener que elegir un bando.
Quizá Draco ya lo había elegido desde el principio, pero yo no. No podía defraudar a Harry, Hermione y Ron. Ellos confiaban en mi, habían creído en mi y fueron buenos a pesar de que mi familia los odie. Me dieron un lugar, abrazos y cariños.
Me dieron amor.
Pero seguía estancada. Atada a un futuro del que no quería ver ni hacerle frente, ¿qué iba a suceder con mi familia si todo salía mal?
Ya me había enfrentado a Lord Voldemort en primer y segundo año, pero por supuesto: eso fue con Harry a mi lado.
Mi mente seguía siendo un desastre, pero mi corazón ya había tomado una decisión.
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