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El ambiente era tenso. Era como si hubiera alguien ejerciendo presión sobre mi. Sobre todo. La librería se sentía casi claustrofóbica. Seokjin había aparecido unos minutos atrás. Su semblante intentaba aparentar que seguíamos en el mismo canal de a penas poder soportarnos.

Nos tragamos las palabras y evitábamos a toda costa vernos. Los clientes milagrosamente seguían apareciendo, dándonos a penas una excusa para no estresarnos.

El plan parecía sencillo, ejecutarlo era todo los contrario. El señor Kim era inquietante y tenía los ojos bien puestos sobre mi. Cada uno de mis movimientos era perseguido. Distraerlo el tiempo suficiente sería complicado. No llegarían libros nuevos hasta dentro de unos días. Y tiempo era lo que menos teníamos.

Había pocos puntos ciegos desde su campo de visión. Si tenía suerte tal vez podría escabullirme. Pero la otra cuestión era el ruido. Seguramente estaría más atento.

—Respira. —Seokjin pasó detrás de mí.

Me obligue a tomar aire. Mis pulmones y mi cuerpo entero agradecieron el oxígeno.

La librería comenzaba a quedarme incómoda, el sudor me cubría la espalda y la frente. Me sentía atrapado.

Me picaban los pies por salir corriendo. Pero ver a Seokjin me reafirmaba mis decisiones.

—Ve por estos libros a la bodega. Necesito rellenar el estante. —Seokjin me lanzó una hoja.
Los nombres de varios libros la cubría casi por completo, aunque al final había dejado un mensaje.

Revisa la manija de la puerta.

—Bien. Ahora vuelvo. —asentí alejándome de él.

Mis pasos resonaron en mi mente. Arremetí contra todo deseo de girar la cabeza para ver al señor Kim. La vista fija en la bodega.

Cuando estuve cerca bajé la mirada hasta la manija. Había sido cambiada. El recuerdo de aquella vez que estuvo cerrada cubrió mi mente. La había tocado, su forma redonda y el frío del metal claramente había sido sustituido por una cerradura con pestillo. Más simple.

Pero significaba que Seokjin no tendría la llave.

Las maldiciones arremetieron mis sentidos.

*
*

Seokjin y yo acomodábamos los libros que había sacado de la bodega. Su padre estaba atendiendo a unos clientes.

—Cambio la cerradura. —me dijo cuidando de que su voz no se escuchara más que para mi.

—¿Deberíamos conseguir las llaves primero?

—No, debemos esforzarnos en que no estés solo cuando tengamos que buscar el cuchillo. En un rato iré a revisar la trampilla. —sus manos se movían ágiles en el estante. —Ire abajo y revisaré si hay más cambios. Tendrás que distraerlo unos diez minutos.

—Bien.

Tomo los últimos libros en mis brazos y los acomodo.

—En quince minutos asegúrate de que no esté mirando hacia la bodega. —fue lo único que me dijo antes de alejarse de mí.

La biblioteca del señor Kim Donde viven las historias. Descúbrelo ahora