Cap 16

59 3 0
                                    

Resoplé, aprovechando que no me estaban prestando atención. En realidad, me pasaba el día acompañada de gente a la que lo único que le importaba era mi presencia para poder hablar de sus patéticos asuntos, les daba igual que no mostrara el más mínimo interés.

Ese era el caso de las mellizas. Parloteaban sin cesar; y aunque yo al principio había intentado seguir el hilo de su conversación, con la esperanza de captar información útil y por educación, pronto me dí cuenta de que cada vez que abrían la boca era para decir estupideces y mortales charlas sobre lo aburrida que era tal persona y lo bonito que era el vestido que acababan de comprar.

¿Por qué no molestaban a otra? Un árbol cumpliría las mismas funciones que yo.

Este seguro que era el castigo de Mariett por ignorar sus consejos; pues al presentarme hace una semana a las dos cotorras juraría que había esbozado una perversa sonrisa. Ahora entendía la razón.

Me froté las sienes y decidí inventarme un supuesto dolor de cabeza con tal de huir de allí, cuando Heidi Y Hannah (¿qué clase de nombre es Heidi?) miraron con desaprobación al frente, desde donde un joven las miraba sonriendo tímidamente.

-¿Qué haces aquí, William? Madre te dijo que fueras al campo de entrenamiento, y tú sigues con tus libros, exclamó Heidi mientras Hannah asentía con los labios tan apretados que formaban una línea recta.

-No voy a seguir con esta discusión, replicó el joven- No quiero ser caballero del rey, sino gran maestre aquí, en palacio. No pude evitar sentir simpatía por aquel extraño personaje: su pelo era cobrizo al igual que el de sus hermanas, y unas gafas resbalaban por el puente de la nariz. Las mellizas nunca me habían hablado de él, y se notaba que era la oveja negra de la familia. Eso no hizo más que aumentar mi simpatía hacia su persona.

-¿No me presentáis a vuestro hermano?

-Ah, Lady Naya este es lord William, nuestro hermano. Siento que haya tenido que presenciar nuestra disputa fraternal, pero nuestro querido hermano tiene unas ideas un tanto necias, dijo agitando la mano en un gesto de desdén para reforzar sus palabras.

-Es un placer enorme conocerla, dijo él mientras se inclinaba  apocadamente. Me levanté y vi allí la oportunidad para escapar de la tortura que era pasar la tarde con las mujeres del lugar, le sonreí con naturalidad y me aferré de su brazo como una lapa. Que no se le ocurriera dejarme con esas.

-Igualmente. ¿Qué tal si damos un paseo y me habla de usted?. William parecía sorprendido por mi petición, casi tanto como Hannah y Heidi que enarcaban las cejas pidiendo una explicación. Solo que decirlas que eran insufribles y que veía en su hermano una compañía mejor no creo que las gustase.

-¿Y cómo es eso de que no quiere ser caballero? le pregunté, rompiendo el hielo después de un rato paseando por los hermosos jardines. Era una pregunta estúpida, puesto que es normal y aliviador que un joven pueda aspirar a algo más en esta vida que a lucir una armadura por la que se cree superior al resto, pero debía fingir que me extrañaba.

-Bueno, la espada y el combate...nunca me ha atraído mucho, y la verdad es que no se me da nada bien. Pasó una mano por su pelo, se notaba que le incomodaba hablar del tema. Sentí pena por él, la gente suele responder mal a lo que no entienden, nadie de aquí comprendería lo que era tan fácil de ver, el brillo que aparecía en su mirada al contarme lo que deseaba hacer.

-Me gusta mucho aprender cosas nuevas, por lo que ser un maestre...poder aplicar los conocimientos que adquiera para ayudar al rey y aconsejarle...

Sonreí cuando me vino una idea para no tener que aguantar durante tanto tiempo a sus hermanas. Solo de pensar en ellas y en las demás mujeres embutidas en gigantescos vestidos con la promesa de pasar una "encantadora velada" tomando el té me daba escalofríos. Noloch me previno de los brujos y el rey, pero no de esas arpías.

-A mí también me gusta mucho leer y a pesar de que te deje totalmente asombrado...también la espada y el combate. Sonreí intentado parecer inocente.

William me miró con los ojos abiertos como platos, pero luego una sombra de tristeza y comprensión brilló en su rostro. Él podía ser maestre por mal visto que estuviera para su familia, pero yo era mujer y nunca podría blandir una espada. En teoría.

-No te apenes por mí, nunca he querido hacer de mi afición un oficio. Sonreí maliciosamente. pues aunque no necesitase saber de lucha para mis misiones sabía, y mucho. La usaba más de lo que cualquiera pensaría de un demonio vengador.

-Pero puedo entrenarte para que tu familia quede satisfecha por mucho que por otro lado aprendas tu verdadera ilusión. Por su cara, pude ver que le tentaba el ofrecimiento, pero no lo aceptaría a la primera.

-No puede ser, ¿Cómo reaccionaría la gente cuando sepa qué me entrena?

-Nadie tiene por qué saberlo, susurré pícara.

-¿Y si se enteran? Ni me atrevo a pensar que pasaría, su reputación...

-Mi reputación no tiene nada de lo que temer. Además, debería apiadarse un poco de mí, no me parece justo que yo tenga que estar toda la tarde sentada con una sonrisa y una palabra amable a la espera de un poco de atención masculina, idea que seguro comprende que me desagrade, pudiendo sentirme realizada ayudando.

Sabía que le había manipulado, volviendo sus palabras contra él y aprovechándome de su buena fe. Lo mejor que podía hacer era aceptar para los dos, yo así me entretendría y le sacaría datos jugosos, y él sería casi tan bueno con la espada como con los libros. 

-Está bien, acepto

-No se arrepentirá, dije intentado camuflar el júbilo desmedido que sentía. No tendría que emocionarme tanto por un simple entretenimiento; pero ver la esperanza surcar los ojos de él, aunque fuera momentáneamente, me llenaba de satisfacción.



Ojos de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora