Cap 17

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Observé el impresionante dibujo de la planta, recreada con todo detalle; bella por fuera pero poseedora de uno de los venenos más letales que existen. Cerré bruscamente el libro al escuchar unos jadeos enfrente mío.

-¿Acaso te he dicho que dejes de correr? pregunté al joven sudoroso que me lanzaba miradas de cachorro abandonado. Desde que nos conocimos por vez primera la simpatía que sentía por él desde un principio ha acrecentado hasta el punto de no saber con exactitud lo que siento por él, algo parecido a la camaradería y la confianza. Algo que nunca había experimentado.

A pesar de sus siempre correctos modales, en muy poco tiempo los ha dejado de lado y me trata más como a un hermano que a una mujer noble. Sé que él siente que es mi amigo, aunque creo que nunca podré llamar a ninguna relación que tenga de amistad. Los pilares fundamentales de la amistad son la confianza y la sinceridad, y antes de descubrir mi secreto tendría que matarle. Lo peor es que no me daría pena ni remordimientos.

-Estoy exhausto, además de que esto no sirve para nada, se quejó- aún no hemos hecho nada con armas. Resoplé, como les gustaba a los humanos quejarse, a este en especial. Tendría que tener una gran precaución para controlar mi fuerza o mi velocidad, pero había llegado el momento de pasar a la práctica.

-Coge esa espada, le indiqué señalando al suelo. Ahora, atácame. Él me miró, dudoso, y yo bufé bien alto para darle a entender que no tenía todo el día. Sin apenas fuerza, arremetió contra mí y yo le esquivé sin esfuerzo. -Como me sigas tratando como a una delicada tonta te vas a enterar.

A medida que avanzaban sus intentos, se frustraba y lo intentaba con más ahínco, pero su espada nunca llegaba a rozarme. Flotaba a su alrededor, burlándome de él, casi danzando al compás del filo, que cortaba el aire con un silbido.

Al final, alzó las manos en señal de rendición, con perlas de sudor resbalando por su frente mientras yo le ofrecía una sonrisa lobuna. -Dime que conclusión sacas.

-Que doy tanta pena que no derrotaría a un hombre ni aunque él fuese desarmado .

-Es una realidad, pero no era eso, concedí riendo. Lo que quiero que veas es que es fundamental que seas ágil como el que más. Porque nunca podrás vencer por fuerza, dije señalando su delgada constitución- sin ofender. Hay que mirar primero nuestras debilidades para poder potenciar nuestras virtudes.

Torció el gesto un segundo pero asintió, convencido. Corrió unas cuantas vueltas más y me dispuse a enseñarle unos cuantos movimientos con la espada.

-No hagas nunca un movimiento sin razón; es importante que sepas usar fintas para distraer al enemigo, grité mientras él a duras penas lograba rechazar algún golpe. Menos mal que solo eran espadas de madera. Sería difícil de explicar como le había metido una espada por el estómago sin querer, ya que "se cayó encima de la espada" podría ser poco convincente.

-Si te caes al suelo, dije tirándome de tal forma que el arma quedase cerca de mi cuello. Antes de que se diese cuenta estaba él en el suelo, tras hacerle una barrida con los pies- desequilibra a tu adversario.

-Eso ha sido sucio, exclamó indignado. Le tendí una mano para ayudarle a subir, y cuando me la dio me acerqué mucho a su rostro, de forma que nuestros ojos estuvieran a pocos centímetros. Le observé con la expresión seria y sentí como tragaba con dificultad.

-Cuando sientas el acero rebanarte la garganta y estés muerto, el combatir limpiamente no te servirá de nada, repliqué secamente. Ya arriba, le lancé la espada con fuerza a la cara y le dio de lleno en la frente. Se lamentó y comenzó a frotarse el área afectada, despotricando y mascullando juramentos que sonrojarían hasta al tabernero del peor tugurio.

-¿Se puede saber que te pasa? podrías haberme matado.

-¿Con una espada de madera? como mucho dejarte sin sentido, lo cual sería un alivio para que dejaras de decir estupideces. Pero mi objetivo era ver cómo son tus reflejos. Aparte del golpe, te llevas un suspenso. 

Cuando creía que no le miraba, refunfuñaba y rumiaba aunque sabía que más que enfadado, estaba avergonzado. Me resultaba tan entrañable, que casi me apenaba el haberle dado. Casi.

Después de la práctica, nos sentamos en el suelo. Gracias a dios, no tenía que preocuparme de si me ensuciaba la ropa porque llevaba unos simples pantalones, que horrorizarían a Mariett si me viese con ellos si quiera en las manos. Qué decir puestos. No me costó imaginarme que haría si lo descubriese, una hoguera con ellos dentro posiblemente fuese la solución. Mi ropa de entrenamiento venía, por muy triste que fuera, del hermano de Laura, mi doncella. Era un chiquillo entrado en la adolescencia cuya ropa se quedaba pequeña cada poco. Ahí entraba yo en juego.

William tenía un aspecto meditabundo y melancólico y no pude evitar pensar que por mucho que practicase con la espada, una pluma siempre le pegaría más con su alma de poeta.

-Ojalá a mis padres les fuera indiferente. No hacen más que quejarse de mí y de la gran decepción que soy, incluso han llegado a decir que me desheredarán. Incluso las tontas de mis hermanas gozan con la aprobación de mis padres,se desahogó posando finalmente sus ojos en mí.

-Tus padres no tienen dos dedos de frente para poner de ejemplo a seguir a tus hermanas. Son totalmente vanas y necias, perdón pero es así. Y no digas que prefieres la indiferencia porque créeme que es horrible, significa que a nadie le importas lo suficiente como para si quiera enfadarse contigo. Murmuré, revolviendo su pelo cobrizo, rizado de la humedad.

-¿Sabes? preguntó con una risa que se me antojó demasiado amarga para él- Nunca entenderé como te fijaste en mí.

-¿Por qué lo dices? ¿Por qué no habría de hacerlo? inquirí perpleja, sin saber que rumbo tomaría la conversación.

-Porque a ninguna chica le gusta una rata de biblioteca, a las chicas de palacio le gustan los caballeros de sus historias, guapos y que las salvan del peligro, y yo solo soy un aspirante a maestre y al verte tan hermosa y majestuosa...

-Por favor, no sigas así que me pongo enferma. La mayoría de chicas son idiotas, cualquiera que prefiera a un zoquete metido en una armadura a ti no se merece tu atención. Yo nunca le he gustado a la gente y no por eso siento que sea menos que el resto.

-¿Qué nunca has gustado a la gente? llevas dos semanas aquí y ya todas las mujeres suspiran de envidia por ti y los hombres de deseo

-Pues es que son más imbéciles de lo que pensaba, dije con furia contenida. Me daba rabia lo asquerosamente ignorante, superficial y prejuiciosa que era aquella gente, daba igual que vistiesen de sedas o con harapos todos con la mente de un mosquito.

-Por cierto, si un día, que esperemos no llegue, te encontrases en una situación de peligro y desarmado, correr puede ser la única salida. Sí, correr es de cobardes, de mismo modo creo que perder la vida sin motivo es de imbéciles, anuncié levantándome para marchar- no llegues tarde mañana, añadí con mayor suavidad. 

-¿Adónde vas? me increpó algo desorientado. Solía pasar más tiempo con él tras entrenar, algunas veces incluso íbamos a la biblioteca y nos sumergíamos en páginas de conocimientos milenarios,

{ A preparar el primer asesinato de mi lista}

-A zanjar algunos asuntos pendientes, respondí sincera sin entrar en detalles que le quitarían el color y el sueño.





Ojos de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora