Ojos de sangre

CAPÍTULO 25

"Aquel que no conozca mis demonios, no debería darse a la tarea de provocarlos"

"Conoce a tu enemigo, y conócete a ti mismo, y saldrás vencedor de mil batallas"(Sun Tzu, el arte de la guerra)

Los guardias de palacio habían ocupado las entradas principales cuando un nutrido grupo de soldados penetraron en el recinto, haciendo la atmósfera insoportable: los nobles estaban en estado de pánico pero al mismo tiempo intentaban mantener la compostura, demasiado aterrorizados por el incierto transcurso de los acontecimientos: era cómo si temiesen que moverse un solo centímetro les convertiría en sospechosos de la más alta traición, el regicidio. 

La reina estaba lívida: movía los labios desplegando una serie de murmullos incoherentes, una serie de pequeños temblores inundaba su frágil figura. Observé con desprecio cómo Nius se apresuraba a tomar a su madre por los hombros, en un gesto de apoyo que le haría parecer un hijo perfecto e inocente. A mí, sin embargo, me podrían acusar de muchas cosas menos de ingenua.

El parricidio era uno de los crímenes más abominables, incluso en el mundo demoníaco. Matar a tu propia sangre era tan monstruoso que lo castigamos con el desmembramiento: en teoría, los humanos tenían un concepto muy similar al nuestro y aplicaban en estos casos castigos ejemplares, por cometer semejante pecado imperdonable.

En teoría...pero muchos eran los príncipes humanos que habían llegado al trono después de matar a sus padres. No lo entiendo, ¿para qué, si iban a heredar el trono de todas formas? eran como animales, sabandijas. En fin, Nius no era el primero y, desde luego, no sería el último. Aún así, ver cómo fingía proporcionar consuelo y sostén a su madre y a una desconsolada Beth, que se agarraba las piernas con los brazos al tiempo que se mecía sobre sí misma entre sollozos. Era una escena desoladora, y ver la actitud del culpable solo hacía que me pareciera aún más patético el momento.

Nius se inclinó sobre el hombro de su madre para susurrarle algo al oído. A medida que él hablaba, la cara de ella parecía más y más un poema. Me pregunté quién sería el afortunado (más bien, pobre desgraciado) al que el príncipe matarreyes habría decidido hacer su chivo expiatorio: el pobre imbécil tendría que pagar por las andanzas de Nius. 

Por eso, cuando su mirada acabó fija en mí sentí cómo todo mi cuerpo se paralizaba: no,debía estar equivocada. Me giré inútilmente a los que se se hallaban posicionados detrás, aunque ya sabía que era yo el foco de sus intenciones. Solté una carcajada amarga cuando les vi avanzar apresuradamente en mi dirección con un nutrido grupo de guardias. ¿Así que esas tenemos, eh?Parece ser que había organizado un espectáculo conmigo como personaje principal, y yo sin saberlo. A pesar de sentir una furia asesina invadirme con fuerza, por otro lado la expectación se apoderaba de mí. ¿Qué trucos habría preparado? Si la conspiración era buena, al menos lo disfrutaría. El príncipe aceleró el paso hasta llegar a mí y me tomó del brazo con fuerza, mientras extendía sus dedos para acariciar mi muñeca.

La frialdad de su mano provocó un leve cosquilleo en mi piel, y observé lo que él contemplaba con tanta intensidad: un brazalete. Era una gran pieza de joyería: el diseño era muy fino, creado con tal delicadeza que habría requerido con total certeza de alguien muy hábil para su elaboración. Las piedras preciosas se engarzaban las unas a las otras en un hilo de plata, los preciosos diamantes negros atraían la atención  de cualquiera. Cuando lo había puesto en mi muñeca unas horas antes, estaba en perfecto estado. Sin embargo, una de las piedras ahora había desaparecido y destrozaba la perfección de la joya.

-No puede ser- exclamó la reina al mismo tiempo que se tapaba la boca con la mano en un gesto de descrédito. Nius portaba una expresión grave, pero una inspección muy minuciosa descubriría una ligera curvatura en la comisura de los labios, transmitiendo su leve satisfacción: sí, estoy segura de que su plan de incriminarme le proporcionaba un gran placer al sádico de él.