XXVI

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La ropa que sobraba ahora estaba esparcida por el piso lejos de nosotros, las manos y los labios de Benedict recorrían cada centímetro de mi piel logrando una dosis de placer que tan solo había leído en mis libros, el era un conocedor experto

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La ropa que sobraba ahora estaba esparcida por el piso lejos de nosotros, las manos y los labios de Benedict recorrían cada centímetro de mi piel logrando una dosis de placer que tan solo había leído en mis libros, el era un conocedor experto. Si estaba consciente de que no era la primera mujer en estar con él, sabía bien que otras más habían probado su boca primero y aunque en el fondo sentía celos de tal cosa, pero me sentía mas tranquila porque ahora lo tenia solo para mí, era mío en cuerpo y alma. Un gemido escapo de mi boca al sentir como sus dedos acariciaban mi zona intima, el placer se estaba apoderando lentamente de cada parte de mi cuerpo.

— Te amo. – susurro sobre mis labios antes de volver a besarme para terminar dejándome sentada en una de las mesas. – eres simplemente perfecta.

— Yo te amo a ti. mucho Benedict. No me rompas el corazón.

— Prometo mi lady que eso jamás va a pasar.

Hicimos el amor por toda la habitación, los lienzos estaban tirados en el piso junto con la pintura desparramada por todos lados, en el suelo como en nuestro cuerpo. Éramos ese lienzo en blanco que poco a poco estaba cobrando color. El intenso placer se estaba expandiendo por cada rincón de ese lugar, nuestro lugar. la satisfacción de hacer el amor con él, las fantasías que había tenido con él durante unas cuantas noches. Ya no eran los libros que leía con tanto ímpetus, ahora yo estaba escribiendo mi propia historia. 

Recordaría eternamente ese espacio en donde Benedict me hizo tocar las estrellas por primera vez. Nuestros gemidos resonando como una pieza musical, totalmente nuestra. Deliciosa e intima. Ese ultimo orgasmo había logrado hacerme temblar por completo antes de caer rendida sobre el, sintiendo los latidos de su corazón, era sin duda el sonido más bello que jamás había escuchado. 

Los meses fueron igual de llevaderos, dichosos y llenos de amor. Benedict y yo terminábamos envueltos en cada rincón de la casa sin importar quien nos escuchará. Nuestra relación era completa en todos los sentidos. Despertar cada mañana junto a él se había vuelto una de mis cosas favoritas. Verlo por las mañanas, ver su rostro de relajo. Era la felicidad que había anhelado cada día de mi vida, todas esas historias que había imaginado en los cientos de libros que había consumido desde que tenia uso de razón. Él era el príncipe azul que yo había deseado en mi vida. Salí de la cama en total silencio para salir del dormitorio en donde mi dama ya estaba ahí esperando por mí.

— Que preparen el desayuno en el jardín.

— Si.

Aun recordaba nuestro matrimonio, como si hubiera sido ayer. Mientras veía el cuadro de ambos colgado en la sala, dejaba caricias en mi vientre. Había tardado un poco, pero finalmente nuestro primer hijo venia en camino. Quería darle la noticia a Benedict y esperaba que estuviera tan feliz como yo en ese momento. Deseaba con todo mi ser poder formar una familia grande. Me asuste un poco al sentir ese abrazo junto con un par de besos en mi nuca, solo me deje llevar por el y su cercanía. Sus labios eran mágicos y adictivos. Todo de él me volvía completamente adicta.

Dulce pecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora