La noche había sido espléndida.
Él había aparecido en la puerta de la casa de mis padres. Ciertamente, me causaba un poco de vergüenza el vivir con ellos, teniendo veintisiete años, pero esto a él no le importaba. Nunca le importó, de hecho, eso les agradaba a mis padres, ya que se les hacía más fácil para poder oír nuestras conversaciones cada vez que venía.
A pesar de llevar ya casi nueve meses de relación, su desconfianza había disminuido muchísimo. Dejaron la hostilidad a un lado, aunque aún estaban alerta por si sucedía cualquier situación, cosa que les agradecía.
Luego de despedirnos y decir implícitamente, que no regresaría a la casa esa noche o que posiblemente llegaría muy tarde. Me llevó a su auto, en este habíamos compartido varios momentos divertidos, además de que nos conocimos gracias a este y su mal funcionamiento, cuál gracias a quien sea, no apareció aquella noche.
Me llevó a un restaurante, se podía decir que era uno de los más caros de la zona. Con solo ver los precios de la carta, mi sueldo comenzaba a despedirse de mí. Aunque él pagó gran parte de la cuenta, no me sentí cómodo dejándolo casi todo, así que logré convencerlo de que yo pagaría, por lo menos, el treinta por ciento de lo que gastamos.
Después salir del restaurante, volvimos a subir a su auto, donde él soltó una carcajada, cosa que me asusto, ya que no tenía idea, si esta era causada por diversión o por el enojo, tal vez había hecho, algo que causara aquella emoción, tal vez fue por insistir en pagar la cuenta, pero antes de que mi mente pudiera divagar más, él volteó a verme con una sonrisa y me dijo.
—Villamil, usted es tan obstinado.
Por unos momentos por mi mente pasaron mil escenarios, preocupando por lo siguiente que podría ocurrir, ya que estábamos los dos solos, dentro de su auto.
—Aunque no sé por qué me sorprende, esa fue una de las razones por las que me enamoré —Completo, mientras me regalaba una sonrisa, para encender el vehículo—.
Solté todo ese aire que tenía retenido en mí; eso fue un gran alivio. Reconoció la reacción que tuve, él sabía por lo que había pasado y se disculpó al instante por haberme asustado, como si él tuviera la culpa de mis miedos.
El ambiente regresó a ser ligero, mientras él golpeaba con sus dedos el volante al compás de la canción que tarareaba. Verlo así se me hizo cómico, por lo que me reí, mientras él me aclaraba que su habilidad de tarareo era buena, mientras se reía conmigo.
Cuando entramos a su departamento, lo primero que hizo fue invitarme una copa de vino, aunque casi por instinto, se golpeó la frente. Ya que se había acordado que no podía tomar vino, gracias a las pastillas que tomaba. Así que guardó la botella, para sacar una caja de jugo de su congelador y servirlo en dos vasos.
—Sé que no es lo más romántico, pero es lo que puedo servirle.
Aún recuerdo cómo se rascaba la nuca, nervioso, mientras me estrechaba el vaso, cuál acepté con una sonrisa.
Pasamos los siguientes minutos hablando, pensando qué pasaría después, aunque era obvio que pasaría posteriormente, no éramos niños. Pero tenía idea de cómo seguir, sin que pareciera desesperado o raro. Después de tres intentos estúpidos que se me ocurrieron para proponerlo, al final él entendió el mensaje, haciéndolo dar el siguiente paso, sin rodeos.
Comenzaron los besos, luego nuestras manos pasaron por el cuerpo del otro, las prendas desaparecían, nuestros pies tropezaban rumbo a su habitación, se golpeó contra su librero por accidente dos veces, cosa que me hizo reír. Cuando llegamos a su cama, completamente desnudos, hizo la siguiente pregunta.
—¿Estás seguro de que quieres hacerlo? —Estaba encima mío, con un brillo único en sus ojos—.
Aquella pregunta me hizo reír, era una pregunta seria, pero el era tan diferente a mis anteriores experiencias que tendia a reirme por lo lindo y amable que era, por lo que dije que sí, si lo deseaba y consentía, todo lo siguiente qué ocurriría entre los dos.
En todo momento fue cuidadoso, aunque técnicamente fue a él, a quien tuvo que dolerle más de los dos. Cuando acabamos, él soltó un largo suspiro, mientras yo caía encima de él, exhausto, no pensaba moverme o ir a algún lado, solo quería descansar.
Comprendió mi agotamiento, así que estiró sus brazos, intentando hacer el mínimo movimiento, para agarrar una frazada, cubriéndonos a los dos, aun estando sudados y sucios. Luego de eso, solo recuerdo caer dormido, mientras él pasaba sus brazos por mi cintura, aferrándose a mí. Dejo un beso rápido sobre mi cabeza, para dejar que nuestras respiraciones se regularan, haciendo aquella noche inolvidable para mí.