Bajo de su auto nervioso, no sabía cuánto tiempo había transcurrido desde que salió de su casa, pero se encontraba ahí afuera del estacionamiento. Una vez estuvo fuera de su automóvil, un par de personas se acercaron a él, guiándolo dentro del hotel, dejándose llevar por ellos, mientras el carnet, que le habían dado, chocaba contra su pecho. Percibía un par de miradas encima de él, las ignoraba, evitando así el pensamiento que le causaban.
Lo dejaron en un living, logrando divisar a aquella persona que lo había hecho ir. Era un hombre de cabello largo, aretes y lentes. Las personas que lo habían llevado lo dejaron ahí, haciendo cualquier cosa que tuvieran que hacer, dejando a Juan Pablo poder dirigirse a su conocido.
—Simón —Se acercó alegremente al chico más bajo que él—.
—Isaza —Lo llamó por su apellido, como lo había hecho desde que se conocían— Pensé que te perderías —Mostró una sonrisa, como tanto le gustaba—.
—Por un segundo pensé lo mismo, pero seguía las instrucciones y lo que me decían —Señaló a las personas que lo trajeron— Cómo me dijiste, llegue —El mayor asintió, para recibir un toque en el hombro, cuáles eran causados por un chico con el cabello teñido, quien resultaba ser su hermano, Martín—.
Isaza conocía al hermano de Simón, pero su cercanía no era tanta como la que tenía con el de lentes. Además de que contaba con aquella mirada, que lo irritaba.
—Ah, sí, tienes razón —Volteo a mirar de nuevo al robusto— Sígueme —Se dio la vuelta comenzando a caminar—.
Isaza le hizo caso, yendo detrás de él, observando cómo el cabello de Simón se movía ante el poco viento que había en los pasillos.
—Quiero decirte antes que deberías tener cuidado con lo que dices, es un tanto temperamental —Simón soltó de repente, para voltear a ver de reojo a su amigo— Así que no digas nada relacionado con su forma de ser —El más alto sintió, mientras tomaba notas mentales—.
En medio de esa pequeña charla, Isaza recordaba cómo el día de ayer, estaba tranquilo hablando con Simón. Era su amigo desde que tenía memoria, nunca lo trató con diferencia, cuando ocurrió el accidente, cuando no podía oír nada o cuando llegó con los aparatos atrás de su oído y menos cuando le confesó que sentía atracción hacia los hombres.
No hablaban con tanta continuidad, como cuando iban al secundario, pero aún mantenían la gran amistad que tenían. Y de esa amistad, Simón le preguntó, si podía usar sus habilidades de maquillista con uno de sus compañeros, ya que la última maquillista renunció y necesitaban uno con urgencia. Así que decidió aceptar sin más, no le importaba mucho el tener que maquillar a alguien que posiblemente sea un ególatra, ya que de eso iba a ganar dinero.
—Acá está, Villamil —Se detuvieron frente a una puerta— Adentro ya está todo y solo simplemente tienes que maquillarlo, como te expliqué —El más alto asentía, haciendo anotaciones mentales— Gracias y si pasa algo, cuéntame —Es lo último que escuchó de su amigo, antes de entrar a la habitación. Siendo lo primero que ve, a alguien dándole la espalda, aunque podía verlo por el espejo del tocador—.
Estaba seguro de que él era el hombre que debía maquillar, lo había visto un par de veces, gracias a las publicaciones de los Vargas. Se encaminó hacia él, logrando de que este se percatara que no estaba solo en la habitación.
—¿Quién eres? —No se dio vuelta, se limitó a observarlo por el reflejo del espejo, mientras preguntaba—.
—Maquillista —Se limitó a decir, para acercarse a Villamil, viendo los materiales sobre la mesa, cuáles le causaron un pequeño brillo en los ojos al verlo—.