La corona de espinas

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Sabía que día era hoy.
Sabía que al príncipe no le gustaban los humanos y menos los pobres como ella.

Mikasa zapateó en silencio en su lugar, después comenzó un juego con los pies en donde se preguntaba cuántas veces podía moverlo de un lado al otro hasta escarbar en la tierra y llegar al duro piso de piedra.

Estaba en la fila dentro del castillo junto con los demás habitantes que llevaban sus obsequios al príncipe. Ella no llevaba nada, de hecho, había recibido una nota del rey en donde se solicitaba que fuera y al llegar la unieron a la fila.
No es como que tuviera muchas cosas que hacer en casa pero en definitiva algo que mejor que esto si había.

La fila avanzaba lento, no sabía porque se supone que solo dejan el regalo y se van. Al príncipe le fastidia cuando los que no son de su posición hablan demasiado.
¿Para que querrían verla? Quizás fue porque ha estado robando manzanas del huerto del reino. Eso sonaba lógico, pero creía que un par de manzanas no dañarían a alguien, aunque al final, le estaba robando a la corona.

Probablemente pasó una hora hasta que por fin estaba a dos personas de llegar. El príncipe estaba en su trono que era más pequeño que el de su padre, de color rojo y detalles en dorado. Él tenía la cabeza apoyada en la palma de su mano y una de sus piernas colgaba sobre el reposabrazos de la silla. Toda una imagen de que él estaba aburrido.

Lo ha visto un par de veces y el príncipe, Eren, siempre parecía estarla juzgando, quizás por el hecho de que es humana. Hay muy pocos en Shiganshina.

Desde su lugar pudo ver sus orejas pequeñas y puntiagudas, claro que el desgraciado era hermoso, era un hada, todos en la maldita ciudad lo eran y bueno ella... no es que quisiera hacerse menos frente a los demás pero no era tan bonita como ellos. Su belleza quedaba muy opacada y sus ojos rasgados no ayudaban mucho.

Se puso una de sus mejores ropas pero comenzaba a creer que esa falda de arcoíris no le ayudaba para nada, pero es que las hadas siempre utilizaban ropa realmente ridícula. Lucía bien en ellos, no en ella.

Rodó sus ojos y entonces llamaron al siguiente en la fila, ya era su turno, no se percató y ya había un espacio grande entre el príncipe y ella. Avanzo rápido y se topó con esos ojos turquesas tan preciosos como si de joyas con mucho valor se trataran.
Nunca se dejaba engañar, él era un desgraciado aburrido que le gustaba fastidiar a todos a su alrededor.
Mikasa se inclinó hacia él en una pequeña reverencia y explicó el porqué estaba ahí.

—He recibido una nota del Rey en donde se solicitaba mi presencia —sacó la nota de uno de los bolsillos de su falda y la extendió pero el príncipe no la tomó. Solo la miró fijamente y entrecerraba los ojos analizándola.

—Si lo se.

Mikasa no soporto lo intensa que era su mirada, así que desvió la suya a la corona de ramitas con hojas secas que traía en su cabeza. Sus mechones castaños necesitaban un ligero corte.

—Yo la envié —declaró y después tomó una postura más seria, bajo el pie y se erguío en la silla. Miró por breves segundos a uno de los guardias del castillo, no estaba lejos—. Que la lleven a mi cuarto —ordenó.

Mikasa parpadeó sin comprender mucho, sus mejillas comenzaban a calentarse y después, pudo jurar que aunque no se estaba viendo, se puso muy pálida. El guardia se acercó y la tomó del brazo y sin mucha delicadeza emprendieron el camino a la habitación del príncipe. Ella tropezó con sus propios pies pensando en que iba a morir. De seguro él la pondría en la pared y le comenzaría a lanzar cuchillos o le quemaría las manos como supo que le hizo a otra hada solo por diversión.

Sea como fuera no iba a salir viva de esa habitación. Trato de zafarse del agarre del guardia pero fue en vano, el tipo le duplicaba el tamaño.
Recorrieron una enorme escalera en forma de caracol antes de llegar a lo que creía que era su habitación. El guardia la abrió y sin más la empujó para que entrara, cerró la puerta y claramente escuchó algo parecido a un seguro.
Se iba a m o r i r.

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