Capítulo 4. El Asesino.

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—¡Ya vale de dar golpes! —gritó Oliver lleno de irritación. —¡No puedo ir más deprisa!

De hecho, aquello era discutible, pero, en cualquier caso, quienquiera que llamara con tal insistencia a la puerta principal pareció tomarse en serio sus palabras, de modo que los fuertes golpes cesaron.

—¿Es que ya no se enseña la virtud de la paciencia? —refunfuñó Oliver mientras agarraba el pasador con sus manos. —¿No os ha enseñado vuestra madre que no está bien dar esos golpes en la puerta de un noble anciano? Abrió la puerta de par en par mientras concluía con enojo: —Tenéis los mismos modales que un apestoso y peludo... Oh, le pido perdón, director Thomson.

—Sea tan amable de informar al señor Jimin de que el agente de policía Drummond y yo tenemos que hablar con él de inmediato de un asunto de suma urgencia —dijo el director Thomson con impaciencia.

Oliver se apoyó en la puerta y se rascó la blanca barba con aire despreocupado.

—Vaya. ¿Cuál es el problema? ¿Finalmente alguien ha cogido una antorcha y la ha arrojado contra esa horrible pila de escombros a la que llama cárcel?

La indignación casi vuelve de color rosa las raíces de la áspera barba del inspector Thomson.

—Para su información, dirijo una prisión respetable que cumple con todas las recomendaciones vigentes del Inspector de Prisiones de Escocia. En segundo lugar, lo que yo quiera comentar al señor Jimin no es asunto suyo. Y tercero, si hubiera aprendido alguna cosa sobre las obligaciones de un mayordomo desde que dejó mi prisión, abriría la puerta en este mismo instante y nos acompañaría al agente y a mí hasta el salón para esperar a que nos atienda el señor Jimin.

Oliver juntó las blancas cejas.

—¿Así están las cosas? Pues bien, apuesto a que la lista de recomendaciones de su apreciado inspector sería muy diferente si le hubieran obligado a permanecer en esa cloaca una semana. En segundo lugar, no tengo la costumbre de dejar entrar a nadie en esta casa sin que primero comunique el motivo de su visita. Y tercero, como el señor Jimin es mi señor, dejaré que sea él quien decida si se sientan en su salón o se quedan aquí fuera en la puerta a esperar que los reciba. —Cerró la puerta de golpe en sus rostros pasmados. —Dejémoslos que sufran un poco por eso. —Soltó una risita. —¿Está listo, entonces, muchachito?

—Casi —dijo Jimin, acomodando los pliegues de su camisa para bajar apresuradamente la escalera. Había estado cuidando de su paciente, quien seguía durmiendo, y le había llevado un momento adecentar su aspecto para enfrentarse a las autoridades. —Puedes llevarlos al salón, Oliver. —Entró apresuradamente en la estancia y ocupó su asiento.

Oliver esperó otro momento, sólo para enojar un poco más al director Thomson, antes de abrir finalmente la puerta.

—El joven Jimin los recibirá en el salón. —Alzó un brazo artrítico e hizo un gesto majestuoso en dirección a la sala decorada muy modestamente.

El director, mirándolo con irritación, se quitó el abrigo y el sombrero y se los tendió para que los cogiera.

—Es muy amable al ofrecerlos, pero no puedo decir que el negro me guste especialmente —le dijo Oliver. —Me da aspecto de cadáver, director, si se me permite decirlo. Aparte, los necesitará cuando vaya a marcharse.

El director Thomson se enfurruñó lleno de exasperación y se dirigió a buen paso hacia el salón, cargando con su vestimenta rechazada. El agente Drummond se quitó a su vez el sombrero y siguió tras él, con la delgada boca apretada formando una línea de repugnancia, como si la rudeza de Oliver fuera justamente lo que él esperaba.

Corazón Prisionero x Kookmin +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora