Capítulo 13. Sentencia.

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El juzgado de Inveraray era un edificio de elegante sobriedad, construido con bloques de piedra amarillenta cortados con precisión. Finalizado en mil ochocientos doce, había sido diseñado por el arquitecto James Gillespie Graham, quien había sido lo bastante sensible como para comprender que los hombres que se veían encerrados en una sala de juicios con la onerosa responsabilidad de dispensar justicia durante todo el día seguramente apreciarían un poco de luz y aire. Por consiguiente, varias ventanas de amplios cristales llenaban la relativamente espaciosa sala del tribunal bien de alegría inspiradora o bien de pesimismo opresivo, según el tiempo que hiciera.

El frío día de diciembre en que iba a celebrarse el juicio de Charlotte, una grueso manto gris de nubes bloqueaba eficazmente cualquier esperanza de luz solar. Esto dejaba la sala oscura y gélida a la vez, y obligaba a juez, abogados y funcionarios a envolverse con capas adicionales de ropa debajo de sus túnicas negras. Con sus amarilleadas pelucas de tirabuzones sostenidas precariamente sobre sus cabezas y sus arrugadas túnicas hinchadas en torno a ellos, parecían una bandada de patos aburridos, cebados, listos para ser desplumados y asados en un espetón, pensó Jimin.

—...y desde ese día terrible no he tenido un momento de tranquilidad, ni en mi tienda, ni en la calle, ni tan siquiera en la cama por la noche —lloriqueó el señor Ingram lastimeramente—. Esos rufianes me golpearon tan duramente que padezco un sufrimiento constante. El médico me ha dicho que tendré que soportarlo el resto de mi vida. —Se frotó su canosa cabeza y dio un respingo, como si en ese mismo momento se viera aquejado de dolor. Luego dedicó una mirada acongojada al juez.

—Gracias, señor Ingram —dijo el señor Fenton. El fiscal era un hombre demacrado con una nariz afilada como un pico, bajo la cual lucía un enorme bigote rojo gamba—. Puede retirarse.

El señor Ingram se fue cojeando con mucha exageración, hasta llegar lo más lenta y rígidamente que pudo a su asiento en los duros bancos de madera donde se sentaba el público. Jimin sintió una necesidad casi irrefrenable de gritar «¡fuego»! y ver entonces lo rápido que el señor Ingram era capaz de huir fuera de los confines de este edificio. Cuando tres días antes hacía acudido a visitarlo, había sacudido los brazos con vigor atlético mientras se abría paso por su tienda señalando los desperfectos sufridos. Su actuales dificultades se habían manifestado misteriosamente desde entonces.

Jimin echó una mirada a Charlotte, quien estaba sentada con la espalda erguida y las manitas agarradas sobre el regazo en el banquillo del acusado. Los largos días en la prisión le habían chupado el color, y ahora su piel tenía una calidad casi luminescente, mientras escuchaba en silencio cómo los testigos declaraban en su contra. Jimin le había traído un vestido de lana verde oscuro para que se lo pusiera y, aunque no le quedaba demasiado bien, estaba limpio y era suficientemente recatado para la ocasión. Jin y Doreen lo habían mejorado con un volante blanquecino de encaje en los puños, que habían arrancado de uno de los vestidos viejos de Doreen, contribuyendo así a que Charlotte no tuviera el aspecto de ruda pilluela que el señor Ingram y lord y lady Struthers afirmaban que era. Jimin le había peinado pulcramente el cabello caoba y se lo había retirado del rostro con una tira de cinta de satén esmeralda, y se había preocupado de que su rostro y manos estuvieran bien restregados con fragante jabón. Luego les había aplicado la crema fría especial de aceite de oliva hecha por Doreen, hasta dejarlas relucientes, con suavidad digna de una dama. El aspecto era importante cuando uno iba a ser juzgado, y Jimin quería que Charlotte pareciera la dulce jovencita para la cual la prisión o el reformatorio no eran sitio adecuado.

—Con la venia de la corte, su señoría, la defensa quiere llamar al señor de Maxwell Blake, Jimin Blake —dijo el señor Pollock, abogado de la defensa.

El juez se inclinó cansinamente sobre su estrado, apoyó su protuberante mandíbula en la mano y asintió. Aunque su posición elevada le proporcionaba un excelente vista de todos los presentes en la sala, tenía la clara desventaja de colocarlo en perpetua exhibición, negándole la posibilidad de cerrar los ojos ni tan sólo un breve momento. Ya llevaba más de cinco casos presididos en este día, a los que seguirían cinco más. Tampoco ayudaba el hecho de que desde el almuerzo padeciera un trastorno digestivo sumamente desagradable, que le hacía mostrarse claramente impaciente ante los teatros tanto de los abogados como de sus testigos.

Corazón Prisionero x Kookmin +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora