Capitulo 18: Descanso.

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NANDO

Llegando al pequeño asentamiento, me alegré a ver que Katupeku había despertado, el fuego era pequeño, decidí primeramente echarle yesca y leña para poder calentar el lugar, Kaban miraba a la nada, al parecer, Lampiño no le había podido sacar palabra desde que despertó, y solo se dedicaba a tiritar del frío.

— Aggh, saca eso de mi vista. — Diría Lampiño quejándose al ver el animal muerto en mis hombros.

— ¿Eres un poco hipócrita no crees?

— ¿A qué te refieres?

— Ese día, en Salem, manipulaste miles de animales para atacar una ciudad entera, ¿Sabes cuantos murieron por tu culpa?

— Gracias a mí, especies enteras siguen existiendo, no vengas a arrinconarme de esa manera.

— Eso no te da el derecho de usar sus vidas para tu misión sabes.

— ¿Eso no es exactamente lo que hacen todos? ¿Eh? — Me echó una mirada que englobó todo mi cuerpo, y luego miró el animal en el suelo. — ¿Cazando animales para subsistir?

— Yo cazo para alimentarme, no para causar destrucción.

— El humano causa la destrucción en sí.

— Pero por lo menos no ando criticando lo que putas come el otro.

Perdí mis estribos por un segundo, no estaba en condiciones para tener un debate por quien era más malvado.

— También te traje algo para que comas, ten. — Le lancé una bolsa de cuero con las moras, bayas y frutos que había podido recolectar.

— Gracias. — Se dispuso a comer, era notable su hambre, quienes no comen carne deben comer varias veces al día para ser saciados.

Lampiño guardó silencio y me miró de una manera arrepentida, ni su actitud arrogante ni mi mal humor tenían sentido, éramos un grupo y debíamos convivir sin discutir para poder sobrevivir a las noches más frías del invierno.

El frío me había agotado, de hecho, mis dedos estaban entumecidos al igual que mis pies. Decidí, sentarme junto a Katupeku, apoyando mi espalda contra su abdomen.

— Si te duele no es mi problema, te traje yerbas para que comas. — Le dije, aunque Katu se haga el inconsciente, supe que estaba despierto porque disimuladamente abrió sus ojos en el momento en que llegué.

— Gracias amigo. — Respondió luego de un largo silencio.

— Siento que quieres decir algo más.

El animal guardó silencio, su abdomen subía y bajaba, convirtiéndose en un meseo confortable para mí. — ¿Qué haremos ahora?

Esa pregunta, durante mi travesía en la nieve me la hice más veces de las que pude contar, pero creo que conseguí la respuesta. Ahora, con la mente calmada, el calor del pelaje de Katu en mi espalda que me calmaba y me dejaba pensar las cosas mejor.

— Sanar.

— Seh, mis patas traseras tomarán mucho tiempo...

Crucé miradas con Lampiño, en su boca se torció una especie de sonrisa, el me miró tras la respuesta de Katu, nunca me refería a las heridas físicas, sino, las del corazón. Pero no tuve que especificar, Lampiño entendió y afirmó con su cabeza volviendo a mirar al suelo. Katupeku, mi amigo, mi compañero, él si debe sanar físicamente, no tiene motivos para tener este duelo por el que todos ahora pasamos.

Hubo un silencio de reflexión, fue como telepatía. Lampiño, sus ojos me volvieron a mirar, al igual que yo. Los dos pensábamos lo mismo. Giramos nuestro cuello en dirección a Kaban. Él, estático, con esa expresión inestable en su acotado mirar, sus pupilas no se despegaban del crepitar del fuego.

No hubo caso, su expresión no cambiaba, yo ya me sentía mejor. Me dispuse a derretir nieve en un cuenco con el calor del fuego, al hervor, le añadí diferentes yerbas para hacer una infusión. Manzanilla y romero fue lo que pude encontrar.

Me acerqué al muchacho, agarré sus manos y le entregué el cuenco con el líquido.

— Toma, calienta tu cuerpo.

El silencio fue su respuesta, sinceramente me cansé. No iba a lidiar tratando de hacer reaccionar a un tótem de piedra. Por mi cabeza se me pasó darle un buen golpe y traerlo de nuevo al presente, pero pensé antes de hacerlo. Es necesario lo que hace, está afrontando todo esto a su manera. La empatía me rodeó, su propia Reina lo traicionó de una manera tan horrenda que hasta a mí me generó ganas de...

Vengarme.

Cerré los ojos con fuerza y negué con mi cabeza, nunca me había costado tanto contener mis emociones.

— Te dejaré pensar.

Con un cuchillo comencé a cortar y sacarle la piel al animal, logré rescatar varios cortes, los atravesé con una rama afilada. Por otro lado, del fuego saqué las brasas que dejaban los troncos más tiznados, las esparcí por el suelo en un pequeño espacio y ubiqué la rama con la carne encima de las brasas, a un poco altura, para que se cocine y no se queme.

LEYENDAS: VENGANZA Y ODIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora