Capítulo 22. Verio.

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Ahí estaba el cartel del kilómetro 323. Ya estábamos en Andújar. Ya estábamos en el pueblo. 

En ese momento, empezó a sonar de mi lista de reproducción "Del Miércoles al Martes". Era una de las canciones que más escuchaba tras conocer a Matilde. No podía dejar de pensar en ella, me hacía tan feliz... Estaba tan enamorado... Por eso, cuando El Kanka cantó el estribillo, no pude evitar cantar con él, mientras entraba en la primera rotonda del pueblo:

"No dejo de pensarte y de pensarte,

del miércoles al martes,

a ver si va a ser que te echo de menos"

Era cierto que tan sólo había pasado unas horas desde que no la veía, pero ya la echaba de menos. Quería estar con ella todo el tiempo, estar abrazados todo el tiempo, estar juntos sin hacer nada, todo el tiempo. Menos mal que, entre tanto drama, la tenía a mi lado. No sabía que se podía ser tan feliz con alguien. ¿Estaba un poco loca? Sí, pero me gustaba tanto que me daba igual. Después de todo, yo también estaba un poco loco. 

Aparqué el coche en frente del tanatorio. Me pareció poético aparcar ahí. Llevaba aparcando ahí desde que me saqué el coche, eran los aparcamientos que estaban más cerca de la casa de Manolito. Sin embargo, esa vez pensé que era una señal, ya que podía acabar ahí pronto. Desgraciadamente, todo apuntaba a eso. 

Subí la cuesta a casa de Manolito. Lo bueno de que fuera de noche, es que no pasaba ningún coche por ahí. Me crucé a varios gatos, los cuales disfrutaban de la luz de la Luna. Al subir la cuesta, antes del giro, me encontré con la urbanización de Manolito. Era muy tarde para llamar al porterillo, así que le llamé por teléfono. Él contestó al momento. 

-¿Estás ya?-me preguntó

-Sí

En ese momento, la puerta principal se abrió y entré. Había una pequeña plazoleta dentro de la urbanización, con sus bancos y todo. Encima de uno de ellos, un gato blanco y negro me miraba de forma erguida y elegante, como si me diera la bienvenida. Saltó al suelo y se dirigió a mí, de forma cautelosa. Se apoyó en mi pierna y empezó a restregarse contra ella y a ronronear. Yo sonreí al verlo y le acaricié la cabeza. Después de eso, me miró de forma firme y se fue, escondiéndose en la oscuridad, como si acabase de darme una especie de bendición, o bienvenida... 

Vi una luz y me giré hacia ella. Era Manolito con la puerta de su casa abierta. Tenía cara de no haber dormido nada, sus gafas estaban descolocadas y tenía los ojos hinchados de tanto llorar. Sin decir nada, fui a él y lo abracé. Era más alto que yo, así que apoyó su cabeza en la mía. 

-Gracias-susurró

-A ti-le dije, con un tono un poco alto

-Calla, los vecinos-me indicó con susurros

-Vale, perdón-susurré

Después de eso, entré a su casa. Nada más entrar, había a un lado una habitación multiusos en la planta de abajo y por otro lado unas escaleras que llevaban a lo que era la casa en sí. Subimos, algo que con la maleta era una odisea, y pasamos a la entrada. De ahí al salón. Era el típico salón de pueblo andaluz. Mesa camilla con mantel fino porque era verano, su tele, sus cuadros de frutas con punto de cruz, alguna imagen de la Virgen de la Cabeza... Lo típico. El sofá está mullido, se notaba que Manolito había estado ahí. 

-¿Estabas durmiendo en el sofá?-le pregunté confuso

-No, he estado esperando en el sofá. No he pegado ojo. Estoy pendiente por su llaman del hospital-confesó Manolito con un sueño bastante claro

Me fijé en él. Sus ojos verdes parecían otros de las arrugas que tenía y su pelo castaño había perdido completamente su forma. Nunca había sido de los populares, pero nunca había sido feo. Era una persona atlética, aunque en ese momento estaba tan demacrado que no se notaba.

Sin amor no hay futuro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora