Capítulo 32. Verio.

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De nuevo, habíamos optado Manolito y yo en repartirnos la noche para estar atentos por si llamaban del hospital. Él ya se había ido a dormir. Yo me había preparado otra infusión relajante y estaba sentado en la terraza con el teléfono fijo, mirando fijamente la Luna, como si fuese a hablarme. 

Me había escrito Nerea y Matilde para contarme que mi madre ya estaba bien. Estaban con ella. Matilde, finalmente no se había asustado, si no que había sabido hacer frente a la situación. Realmente era perfecta. La pregunta era, si yo lo era. ¿Cuánto podría llegar a sufrir por cargar con problemas que eran más míos que suyos? ¿Era yo lo suficiente bueno para ella? ¿Quién era yo?

Me quedé perplejo al hacerme esa pregunta. ¿Quién era yo? Miré fijamente a la Luna, por si ella me lo decía, pero nada, no hablaba. 

Tomé un sorbo de la infusión relajante, si así se fuese la incomodidad de esa pregunta. ¿Quién era yo? Si le preguntaba a alguno de los vecinos de Manolito, los cuales, algunos yo podía ver desde ahí, me dirían el cubano del pueblo, el cubano cantante o algo por el estilo. Sin embargo, ¿era yo acaso de un país del que ni me acordaba? 

Otra pregunta incómoda. Otro sorbo de infusión. 

En ese momento, el gato del otro día subió a aquella terraza, saltando por los tejados. Se sentó en frente mía y me miró fijamente, como si me tuviese que decir algo. Acerqué mi mano hacia él. La olió y puso su cabeza debajo de mi única mano para que le acariciara. Obviamente, así hice. 

-Gato, ¿tú sabes quién soy? 

El gato ronroneó y subió a mis piernas. Se tumbó ahí, como si nos conociéramos de toda la vida. Yo le acaricié de la cabeza a la cola, algo que él parecía encantado, tratándome como si fuera oficialmente de su mundo. 

-Siempre me han dicho que soy cubano, gato, pero nunca me he sentido como tal.

Él siguió mirando el paisaje, le daba un poco igual lo que le dijese. Después de todo, los gatos y los perros eran bastantes distintos. Esperaba que mis tres queridos estuviesen bien. 

Volví a mirar la Luna y me tomé otro sorbo de la infusión, haciendo lo posible por no incomodar al gato y seguir acariciándole. Me quedé pensando en la confesión en voz alta que le había hecho. "Siempre me han dicho que soy cubano, gato, pero nunca me he sentido como tal". ¿Qué podía ser si no era cubano? 

Respiré hondo y miré a mi alrededor. Entonces, me di cuenta. Era de ahí. Era de esa tierra llena de olivos. Era de esa tierra en la que reinaba el flamenco. Era de esa tierra que tenía geranios colgados en las paredes. Era de esa tierra que, rara vez, decía las consonantes finales. Era de esa tierra mucho más cálida que Madrid. Andalucía era mi tierra y España mi país. Después de todo, tenía desde hace poco la nacionalidad, sería por algo, ¿no?

-Realmente soy español, gato, soy español

Obviamente, al gato se la siguió sudando mi gran confesión. Era un gato, después de todo. Había tenido una gran revelación sobre mi identidad y ahí estaba, mirando a la Luna. La miré yo también. Era cierto que era hipnotizante. 

Era español. Mi vida la había tenido en España. Mi gente, mi cultura, mis vivencias... Todo había pasado en esas calles. Ahí es donde crecí y me convertí en el hombre que soy ahora. Sin embargo, aunque fuese español, España no me trataba como si lo fuese. 

Siempre malas miradas. Siempre comentarios racistas. Siempre comentarios sobre lo distinto que era a ellos. ¿Qué me diferenciaba tanto a ellos por tener otro tono de piel? ¿Acaso era el primer negro español de la historia? ¿Acaso ser español era una personalidad definida? ¿Acaso España no estaba lleno de multitud de culturas distintas a lo largo de la historia? ¿Por qué yo, siendo español, no me trataban como uno? 

Sin amor no hay futuro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora