Capítulo 11. Matilde.

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No sabía si era una cita o no, pero el corazón me iba a cien. Agarré mi bolso, como si así fuese a tranquilizarme. Su preciosa sonrisa hacía que creyese que estábamos solos él y yo, haciendo que me olvidara de toda esa gente. Me había costado llegar, con toda la multitud que había en Sol, pero había valido la pena. Él valía la pena. 

Él se acercó a mí, tendiéndome su brazo izquierdo. Sonría de oreja a oreja. Tenía sus cascos apoyados en su cuello. Aquella imagen era digna de una obra de arte. Una imagen que recordaría numerosas veces, cada vez que Verio viniese a mi cabeza. 

- ¿Está lista para el paseo, señorita? - me preguntó, cambiando levemente su voz, a una más grave.

- Sí, muchas gracias, caballero - contesté, aguantándome la risa. Le agarré el brazo con las dos manos, soltando así mi bolso. Ahora, lo agarraba a él para tranquilizarme. De hecho, fue hacerlo y notar como la paz venía a mí.

- Un placer - dijo, mirando mis manos con una sonrisa

-Bueno... - empecé a articular, pensando en lo último que me había dicho por mensaje - ¿Se lo han pasado bien los perros en el pipi-can?

-Sí, genial. - asintió con una sonrisa - Se lo han pasado pipa. Además, ha venido mi vecina con sus perros y genial, son amiguitos de los míos. Eso sí, le he dicho que he quedado luego contigo y se ha puesto en modo muy cotilla. - contestó, soltando una leve carcajada

- Mi padre y mi hermano también. De hecho, al parecer. se han tirado toda la mañana diseñando modelitos. Eso sí, Juan con su uniforme de pijama de corazones, moño y zapatillas de ovejitas. Cuando he escogido el que ha diseñado mi padre, a Juan le ha sentado fatal - empecé a reír y él rio aún más. Llegó un momento en el que tuvo que pararse porque no podía andar y reír al mismo tiempo. Intenté avanzar, pero él no lo hacía, así que me giré a mirarle. La verdad es que su risa me gustaba mucho. Creo que era la única que realmente me gustaba escuchar. 

-Me encanta que tu hermano tenga zapatillas de ovejas - indicó, cuando al fin pudo parar de reírse.

-Pues las tiene de hace bastante tiempo...

Seguimos hablando mientras andábamos hacia el Palacio real por la Calle Arenal. Había mucha gente, sí, pero se sentía como si estuviésemos solos. Era realmente increíble. Yo le empecé a contar como, un día fuimos de compras en familia y mi hermano descubrió las zapatillas de ovejas, hace unos cuatro años, y desde ese día, eran las únicas que utilizaba. Él me contó que eso le pasó a su madre con las batas, y que por eso su mejor amiga le regalaba todos los años una por su cumpleaños. La conversación que solía fluir entre mensaje y mensaje, fluía ahora en persona, sin tener que esperar a que el otro lo leyese y lo contestase. Se sentía bien, todo se sentía bien. Me salía una sonrisa sin saber por qué, al igual que a él. Todo iba bien. Las bromas caían bien, la conversación avanzaba bien y lo más importante, no tenía miedo en ningún momento. Hacía mucho tiempo que no hablaba con alguien así, sin miedo a que me hiciera daño. Al fin, sentía que alguien entendía mi enfermedad y que podía ser yo sin ningún tipo de problema. Podía ser que acabase haciéndome daño, pero al menos, sabía que se pararía a conocerme antes, y que no sería mi enfermedad o algo que me caracterizase el motivo de ese daño. Realmente era increíble. 

Cuando íbamos a la altura de la plaza de Ópera, nos encontramos con un grupo de músicos. Estaban tocando música latina. Verio los miró con gran alegría. 

-¡Esa es una de las canciones favoritas de mi madre! - exclamó mientras señalaba al grupo. Nos  acercamos poco a poco a ellos. Era el mismo entusiasmo que tuvo mi madre ese día, cuando nos encontramos al músico que tocaba el saxofón en el retiro. Ella y Verio se parecían más de lo que creía.  

Sin amor no hay futuro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora