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Día de la Espera, Erotmont, año 5778

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Día de la Espera, Erotmont, año 5778.

La mejor defensa es aquella que, sin saberlo, evita el problema.

—Pareces estar a punto de volver a dormirte parada.

Bostecé y me restregué los ojos, intentando separar los párpados. Todavía podía sentir que estaba en medio de la noche, llorando por la muerte de una esposa que jamás había tenido y de un hijo del que nunca había oído hablar. Como si eso no fuera suficiente, también estaba sintiendo que mi piel picaba. Con los entrenamientos de Kadga, que no eran tan pesados físicamente como los de Nero, había empezado a sentir que tenía a la bestia más a flor de piel.

Sentí el calor de Morgaine antes de que pudiera terminar de comprender qué tenía enfrente de mis ojos, apartándome del camino. «Por lo menos tiene algunas ventajas», pensaba mientras estiraba la mano para tomar la infusión que Sinta había dejado. El regusto amargo todavía no era algo que terminara de convencerme, pero como no podía tocar nada del autoproclamado santuario de la oucraella, me limitaba a terminar lo que me servía. Mientras con la eduana nos enfocábamos a terminar lo que había en nuestras tazas en silencio, Sinta iba de un lado a otro, tarareando algo para sí que sonaba a cualquier cosa menos melodía. Había escuchado gallinas chillando más afinadas, pero ¿quién era yo para juzgar?

Morgaine me dio una mirada rápida antes de dejar la taza en la pileta y se apartó justo antes de que Sinta fuera a limpiarlo. No que no quisiéramos hacerlo la eduana o yo al trabajo, es más, veía a Morgaine abriendo y cerrando los dedos antes de negar con la cabeza. Sonreí de medio lado, casi diciendo que era un caso perdido, antes de dejar mi taza y apartarme también.

Mientras Sinta se terminaba de ocupar de la cocina, nosotras acomodamos lo que había en nuestra mesa de hierbas. Ella me avisaba sobre el estado de las plantas y yo le recordaba el inventario.

—¿Usaste tomillo y ciprés?

—Sí. El chopo me parece escaso y lo habías apartado —respondió, acomodando las ramas en un pequeño saco de tela que habíamos hecho con una vieja prenda. Asentí, tratando de no mirar demasiado la venda que seguía en su mano.

—¿Necesitas cambio de vendaje? —ofrecí, tratando de no sonar tan invasiva como me sentía.

—Luego del entrenamiento —dijo, sin levantar la mirada de las plantas que separaba—. No quiero desarmar el nudo aún.

Fruncí el ceño, pero lo dejé pasar. No así Sinta.

—Porque te lo ha hecho tu cariño, ¿no? —canturreó desde la cocina. Cómo Morgaine no la había callado con una sartén estaba fuera de mi conocimiento—. A que seguro luego le pides que te ayude de nuevo a cambiar la venda, ¿eh? Y ya que estamos hablando de romance, ¿le has dicho algo o piensas seguir mirándolo como urraca al oro?

—No. —Desconocía qué negaba, pero tenía las mejillas ligeramente sonrosadas al decirlo—. Y no lo miro raro.

—Y yo tengo pelo blanco, por supuesto.

El Legado de Eedu #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora