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26 de veimober, año 5779

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26 de veimober, año 5779.

Magmel, Dusilica, Citadela, Piso de Investigación.

Maldije por lo bajo en cuanto estuve segura de que Morgaine estaba lejos. ¿Por qué tenían que atraerme siempre las que ya estaban con otro? No era mucho pedir, ¿verdad? Me merecía a alguien en mi vida que no fuera peor que las sanguijuelas. Merecía algo mucho mejor que la bazofia que tenía a mi alrededor. Era lo menos que Cirensta y Hustn me debían luego de haberme quitado todo en mi puta vida.

Era, cuanto menos, un poco de justicia que me dieran al menos algo bueno para compensar. Una pareja no estaría mal, por ejemplo y para empezar.

De cualquier forma, tenía que ir a cumplir con mi trabajo. Seguramente el Profesor estaría desesperado por contar de nuevo lo increíble que era, que tenía razón, que la operación había sido un éxito. Y una mierda que quería volver a escuchar al hijo de la gran puta, pero era eso o volver a los Pisos Inferiores. De todas formas, el pedante del profesor seguía siendo un dolor en el culo.

Entré al laboratorio luego de deslizar mi tarjeta de identificación por el lector, metiendo mis manos dentro de la bata negra que llevaba. El Profesor estaba frente a su pizarra, contemplando sus fantásticas fórmulas, seguramente regodeándose en su propio éxito el muy desgraciado. La única cosa que quizás competía en hijaputez era la indiferencia de Cirensta y Hustn. Al menos este se podía ver directamente dónde mierda estaba cuando le pedía algo.

—Los niveles de actividad del C-777 se mantienen estables —dijo e inmediatamente agarré la tableta que me correspondía y anoté el dato—. Y parece que ambas partes siguen funcionando como individuos distintos. Un ánima cuanto menos unigénita.

Mis dedos se deslizaban sobre la pantalla con practicada agilidad, ya un hábito luego de casi dos años haciendo esto. El Profesor seguía hablando sin que mi cabeza se molestara en captar realmente lo que estaba diciendo, simplemente contemplaba las palabras que iba formando como si fueran parte del fondo del océano. Las letras verdes contra un fondo negro me hizo recordar a la eduana, con sus ojos que se habían opacado más ante la idea de que al muchacho le hubiera ocurrido algo. Reprimí un suspiro.

No quería ni pensar qué implicaba que un experimento hubiera salido de aquella manera, pero lo pensaba. Y me preguntaba si había sido cosa del Profesor con aquellas máquinas que eran un prototipo tras otro o si había sido el muchacho menudo que brillaba como un sol en miniatura. Dudaba que el hombre que seguía hablando frente a mí pudiera sentir lo que implicaba ver aquello, no creía que él tuviera aquella sensibilidad. O tal vez sí.

¿Importaba? No.

Tal vez.

—Podría haber una calidad en las ánimas —dijo el Profesor y mi cabeza se silenció de inmediato. Sentí que mis dedos se abrían y cerraban, tenía hasta la impresión de que todos mis dientes empezaban a afilarse—. Falta comprobar si son capaces de seguir con sus transformaciones.

El Legado de Eedu #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora