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1 a 18 de corbeut, año 5779

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1 a 18 de corbeut, año 5779.

Montañas Tao, Paso de la Garganta - Magmel, Zimbra, Shina - Dusilica

El rugido del mar era algo que de vez en cuando se confundía con los rugidos del viento en las Montañas. En un par de días llegaríamos a un territorio que Lekten había llamado Zibra. No sabía mucho, aparte de que rogara encontrarme con las mujeres de por allí. «Mientras no sean como las eduanas...»

Miré a mis alrededores, encontrándome con las entradas de cavernas que los mapas solían poner. Estaban lejos, bastante más abajo de dónde íbamos caminando nosotros. Morgaine me seguía en silencio, con el pelo atado en una trenza que ya se había desarmado parcialmente. Abrí y cerré las manos, respirando hondo antes de seguir adelante. Intentaba no pensar en sus mejillas sonrojadas por el esfuerzo y el sol, en la resistencia que tenía, caminando sin poner quejas más que para avisarme cuando no podía más.

Y al intentar no pensar en eso, volvía a las palabras que me había dicho hacía meses. Me hervía la sangre, podía sentir que estaba a un instante de llamar al fuego que tenía dentro, decir su nombre y quemar hasta los cimientos de Eedu. Podía notar un rastro de culpa, no era mía, pero estaba, y era como echar leña a la furia. Imaginaba a Morgaine en ese entonces, sin su cabello, con la ropa que apenas marcaba algo de su figura femenina, dejándome marchar, y, meses más tarde, pariendo. ¿Habría querido al niño? Si me guiaba por lo oscura que había estado su luz ese día, además de las lágrimas y las ganas de echarme lejos, sospechaba que sí.

No podía dejarle de dar vueltas desde que me lo había contado. Fue incluso peor cuando me encontré con Ruaridh. Sí, me alegraba porque hubiera nacido, de la misma forma en la que me alegré por Nele, pero seguía sintiéndose ajeno. Ver a mamá, papá y mi hermana juntos alrededor del bebé, fue una daga. Una que se sumaba al saber que Morgaine no había tenido eso. No me había tenido a su lado. «No habría podido hacer nada», me dije, apartando el lamento de un manotazo.

Eedu me odiaba, me quería reducido a nada. Ella había tenido más posibilidades de seguir viviendo allí. Supongo que era uno de esos errores que sueles cargar hasta el final de tus días. Respiré hondo, sabiendo muy bien qué decisión había tomado.

Y en eso me concentré durante el resto del viaje. Era lo que me repetía una y otra vez cuando la observaba en silencio. No dudaba de que ahora pudiera devolverles el dolor a esas carroñeras, incluso esperaba que convirtiera a las ciudades en una selva. Pero quería mostrarle que estaba allí, que me iba a asegurar de que nadie más le hiciera daño.

Tres días después de avistar las cavernas, llegamos al otro lado, al bosque que había cerca de las montañas. Sin decir nada, tomé a Morgaine de la mano, asegurándome de que estaba donde podía cubrirla. Contemplaba los árboles, encontrándome con marcas a distintas alturas, algunas parecían cruces, otras varias líneas verticales u horizontales. Había un ligero olor fuerte en el aire que no terminaba de identificar.

El Legado de Eedu #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora