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19 a 22, mes louji (verano), año 5777

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19 a 22, mes louji (verano), año 5777.

Magmel, Marel – Magmel, Reino Ventyri

Las maravillas que se pueden ser son siempre aquellas que nunca esperabas encontrarte.

Estaba en medio de un bosque que parecía... Antiguo. Los árboles eran tan gruesos que no me habría sorprendido de encontrarme con una casa dentro, las plantas parecían tener un brillo propio. Cire me contaba de vez en cuando sobre ellas, especialmente cuando estaba por tragar algún fruto u hoja venenosa.

Uno creería que, habiendo crecido los últimos siete años en Jagne, donde había un bosque lleno de bestias asesinas por doquier, habría desarrollado alguna costumbre o sentido de supervivencia. Bueno, sí, pero no. Lo primero, primero, que hice al llegar fue caminar demasiado cerca de una bestia que me dejó helado durante un momento. Era enorme, tan grande que competía con los árboles que me rodeaban. Retrocedí, ocultándome tras un tronco.

La bestia era gris, caminaba parcialmente encorvada, casi arrastrando la larga nariz por el suelo. Dos colmillos, afilados, que se veían bastante capaces de atravesarme por completo sin ningún problema, salían del costado de dicha nariz. Sus manos terminaban en uñas que me parecieron estar algo desgastadas, pero los dedos seguían viéndose bastante peligrosos, capaces de destrozarme si aplicaban suficiente presión. Avanzaba con pasos lentos, agitando las orejas, dejando una estela de mal olor por detrás. Requirió de toda mi voluntad el no caer desmayado ante tal hedor, como si hubiera pasado frente a una inmensa pila de mierda.

Con una mueca, seguí avanzando, mirando en todas las direcciones, casi trepándome a los árboles al ver a algunos anánimos a lo lejos. Así fui, avanzando hacia el noreste, donde, si no me fallaba la memoria, estaba el puerto que me podría llevar a Eedu. Cuando estaba por caer la noche, paré cerca de un claro, uno realmente era bonito, con un pequeño estanque, plantas verdes que exudaban vida y mariposas que volaban de un lado a otro. Me encontraba tan absorto en ver cómo las flores empezaban a cerrarse ante los últimos rayos de luz, ya con mis pertenencias acomodadas entre unas raíces nudosas, que no noté las ondulaciones del agua.

Es más, ya me estaba por quitar el calzón cuando caí en la cuenta de que había un par de ojos que me miraban desde el agua. Si preguntan, no, no solté ningún grito agudo que pondría mi masculinidad en riesgo. En absoluto, ni siquiera hice el intento por cubrirme con la ropa que acababa de dejar sobre una roca.

—¿Querías meterte?

El dueño, dueña... quien había hablado tenía una voz que caía en el punto medio de agudo y grave, dejándome incluso más perdido de lo que ya estaba. Abrí y cerré la boca, intentando formular alguna palabra coherente, una disculpa o una respuesta que me dejaría con las mejillas, orejas y cuello colorados de la vergüenza, algo, lo que sea. Respiré hondo y logré decir que podía esperar.

El Legado de Eedu #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora