1997

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El dolor se arremolinaba en su parte inferior como una tormenta, amenazando con consumirlo por completo. Sin embargo, aunque su cuerpo gritaba por el alivio, una chispa de voluntad se aferraba a terminar, negándose a sucumbir ante un posible desmayo.

"Jos, ¿dónde estás?," pensó en aquel momento de lucidez.

—Ya casi, por favor. Usted puede, un poco más. —La enfermera a su lado, una mujer de pelo negro que emanaba una calidez reconfortante, le dirigía palabras de aliento mientras tomaba su mano con delicadeza. Con un gesto compasivo, lo ayudó a limpiar su rostro empapado de sudor, apartando con ternura maternal los mechones pegajosos de su frente.

También le pedía calma, pues ejercía tanta presión sobre sí mismo que algunas de sus venas faciales estallaron, dejando un río de puntos rojos perdidos entre las pecas dispersas en su piel.

El súbito sangrado nasal lo arrojó hacia delante, haciéndolo entrar en pánico al no poder respirar correctamente pero las palabras y masajes de la enfermera lo hacían volver de su trance. Sintió algo fresco sobre su frente, y al intentar enfocar su vista para discernir qué era, percibió la sensación reconfortante de un paño húmedo. Un suspiro profundo escapó de sus labios, recibiendo con gratitud el alivio que proporcionaba el frescor en contraste con la que jura es una fiebre como pocas en su vida. Y junto con otro paño tipio, le ayudaba a limpiar su nariz.

Fue un 30 de septiembre a las 11:33 pm cuando la llegada de un bebé rompió el silencio de la sala de parto. Después de casi diez horas de agotadora labor, su niño emergió al mundo como un bebé saludable y fuerte, llenándolo de una alegría tan intensa que disipó todo dolor físico que hubiera sentido antes. Esto pareció sorprender a la enfermera a su lado, quien se alejó para tomar al infante de las manos del doctor.

—Bien hecho, muchas felicidades.

—¿Podrías...?

—¡Claro!—La mujer meció un poco más al bebé, llevándolo cerca de su pecho, dejándolo con cuidado sobre su hombro desnudo.—Lo siento.

Con manos temblorosas, palpó lo que debía de ser la espalda de su hijo, luego, la pasó por su cabecita haciéndolo gimotear; nada a comparación de los llantos unos minutos antes. Era como si ya supiera de quien se trataba.

—Míralo...—una sonrisa nerviosa salió de sus labios, ¿él había tenido a esa cosita dentro de él durante nueve meses?—Dios mío...

—A veces las madres primerizas no logran converger con la idea de ser madres hasta que pasan más tiempo con los recién nacidos.—Añadió la mujer.—Me imagino que ese será el caso para usted. Y más por su situación.

—Sí...

Una oleada de felicidad incontrolable lo invadió de la nada, abrumándolo hasta el punto de hacerle soltar lágrimas de pura dicha. Como respuesta automática, besó la pequeña cabeza coronada por mechones húmedos de cabello rubio, sintiendo una conexión instantánea con aquel ser diminuto que ahora era suyo.

—Tenemos que llevarlo a limpiar y hacerle un par de exámenes. Si nos lo permite lo tomaremos y no tardará mucho en ser devuelto. Mientras tanto, usted también será atendido y aseado, ¿de acuerdo? —Aunque no quería, solo asintió a lo dicho y dejó que una de las enfermeras tomara a su bebé con cuidado, causando de nuevo el griterío. —Vaya, apenas lo tuvo unos segundos y ya no quiere alejarse.

Permitió que la enfermera se fuera, agradecido por su ayuda, pero sumido en otro cambio violento de emociones, esta vez negativas. De pronto se sintió tan vacío pero intentó no darle mucha importancia, no quería volver a llorar. Mientras tanto, tomó el paño que seguía en su frente y la cambió de lado, buscando el alivio contra su piel. La adrenalina se había ido, dejándolo mareado y con un dolor que se estaba volviendo insoportable, abarcando su cuerpo en su totalidad.

Ik Houd Van Je, MamaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora