2004

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—No estoy feliz con esto.

—Deberías ver otras opciones, hay gran cantidad de motorsports que desearían tenerte en su equipo.—Mencionó mientras masajeaba los hombros del mayor. Se encontraban ya tarde en la sala de estar charlando sobre el futuro de la carrera de Johannes.

Como las cosas no funcionaron en Minardi, Jos se vio en la necesidad de buscar otro asiento en la parrilla. Varias noches se quedó con consolándolo, jamás lo había visto llorando así. Tan frustrado y estresado por no tener oportunidad para dar todo lo que tenía.

—Tal vez sea lo correcto.—Admitió.—No quiero ser piloto de remplazo en Jordan, quiero correr.—Estaba aferrado a su plan y se negaba a rendirse.

A ese punto Sergio no podía hacer mucho más que intentar entenderlo y ofrecerle apoyo moral, a pesar de no concebir el hecho de que su marido no viera más allá de la Fórmula 1.—Lo entiendo pero deberías ampliar tu visión. Ve el lado positivo, ahora tendrás tiempo con los niños y conmigo.

Eso pareció reconfortarle lo suficiente como para darle un beso en la mejilla, Jos volteo en su dirección, le tomo de la espalda para posicionarlo arriba de él.

Sergio tomó las mejillas de su marido para gentilmente acariciarlas, amaba el rosado natural de estas. Franciscus rió al acto y seguidamente comenzó a levantar el pullover del castaño, dejando ver un torso sedoso cubierto de pecas que parecían salpicadas por un pincel.

—Me vuelven locas tus pecas cariño.—Le dijo con su cara pegada al pecho, la tela le hizo cosquillas en su nariz pero no podía alejarse, el olor a café y a colonia de Sergio era malditamente delicioso y adictivo.—Y tu olor, tu cuerpo; todo de ti me encanta.

—¿De verdad? Yo llegue a odiarlas en su tiempo.—Se exaltó cuando la fría mano subió a su pecho y comenzó a jugar con su tetilla.—No hagas eso.—Le dijo entre resoplidos, había cerrado sus ojos ante la sensación e involuntariamente comenzó ha hacer círculos sobre la entrepierna del europeo. Puro instinto.

—Son muy lindas, no puedo evitarlo.—Besó el mentón del menor al despegarse del pecho, comenzando a dar lamidas suaves sobre la piel descubierta del cuello y bajando su mano libre a los pantalones del otro.

—¡Mamá!

Era Max.

El Verstappen mayor tiró al castaño al sofá. Sergio se acomodó la tela pues se había quedado levantada, dejando descubierto todo su torso y parte de su ropa interior.

Por su parte, Max creyó haber visto el paraíso por unos segundos. Pero su padre lo había tocado y eso le causó una molestia terrible.

—¡¿Qué hacías con mamá?!—Le gritó a Johannes, algo que nunca había visto.

—Soy tu maldito padre Max.

—Jos cálmate. Max, no estábamos haciendo nada.—Intentó aclarar la situación, igualmente nervioso que su esposo.

—¡Mamá es mío, no puedes tocarlo!

Tuvo que meterse en medio para que el mayor no golpeara a su primogénito. Odiaba sus cambios bruscos de humor.

—Ya, ya. Jos cálmate y tú, jovencito. Tenemos que hablar.—Volteó hacia su marido.—Hazte un té para que te calmes y no hagas ninguna idiotez, ya es tarde.

El europeo mayor pudo jurar que su hijo le entornó una sonrisa de victoria al ser tomado de la mano por el latino.

Fueron al piso de arriba, en específico, a su habitación.

—¿Qué fue eso de abajo?—Le soltó y le miró con ojos entrecerrados, buscando una explicación.

Le ayudo a subirse a la cama y lo puso en medio, con los ojos entrecerrados esperando una respuesta.

Ik Houd Van Je, MamaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora