El pueblo costero del este siempre fue tranquilo. O eso era antes del arribo del imperio oriental continental. Portentosos navíos blindados opacaban los pequeños muelles de madera de la tranquila ciudad. La calma pudo haber durado de no ser por el precipitado plan del imperio en atacar tales navíos. Los barcos ostentoso de varios pisos de alto no se destruyeron ante la primera pelada de morteros por catapulta.
El impacto de las rocas apenas aboyó el chapado metálico de los acorazados y las llamas no pudieron aferrarse al acero deslizándose en una cortina de fuego por los costados. Ni el fuego, ni las flechas, ni las lanzas, ni las maldiciones de los soldados; aquellos acorazados permanecían estoicos ante la furiosa arremetida del ejército.
Un conglomerado de 200 soldados atacaron el puerto con antorchas y lanzas. El ejército se preparó en el muelle quedando de frente al gran buque de metal. El ejército seguía lanzando antorchas y lanzas en llamas.
—¡No paren el ataque!— ordenó el capitán al frente en el muelle montando su gran corcel café.
Su armadura era negra y robusta con grandes placas cubriendo su torso y hombros, un corsé de cuero cubría su torso inferior y su caballo llevaba una armadura negra con un cuerno.
Pronto comenzó a llover, la lluvia apagó las llamas dejando el puerto a oscuras. El relámpago alumbró el pueblo, las calles; los techos donde transitaban esas sombras sigilosas. Moviendose en las sombras, listas para emboscar al enemigo. Se pararon en el muelle viendo al ejército enemigo. Su general observaba al rival con sus ojos verdes, su corta melena negra se sacudía con el viento de la tormenta y se ocultaba bajo el velo de la lluvia.
Sus caperusas negras apenas se sacudían con el viento dándoles un aire espectral, sus rostros cubiertos por las capuchas apenas dejaban sus barbillas visibles. Un pequeño grupo de 20 observaba a los atacantes desde el puerto esperando su oportunidad para la refriega. Esperar a que el viento cambie de dirección parecía una labor titánica; las mujeres del pueblo de Tairael mostraban las ancias fulgorantes en sus ojos verdes. Aunque se mostraban ansiosas también estaba la duda, era la primera vez que enfrentaban a un contingente de 200 personas.
Doscientos contra veinte era muy desventajoso puesto que cada una tendría que lidiar con diez enemigos. Era su oportunidad de demostrar lo que valían para el imperio del oriente y por eso su líder aceptó la suicida tarea.
La líder observaba todo desde el inicio del muelle, su caperusa roja con negra se ondeaba ligeramente, el piercing en su nariz daba leves destellos brillantes iluminando su rostro debajo de la capucha. Su piel morena era habitual en su tribu y sus ojos verdes lusian más grandes que el resto; un flequillo caía por su frente mientras el resto de su melena trenzada se enrrollaba en su cuello enmarcando más su barbilla fina.
El viento resopla y devuelve las antorchas lanzadas hacia el enemigo, esa era la señal. Las bombas plantadas en los pilares del muelle explotan y la llamarada obliga a los soldados a regresar al puerto. Las 20 mujeres de Lorecyn esperaban mientras veían al grupo de hombres regresar presurosos hullendo de la cortina de llamas.
—¡Prepárense!— Ordena Lorecyn, la líder al frente.
Al oír eso, las mujeres desabrochan sus caperusas dejando que el viento las eleve detrás de ellas. Todas usaban su armadura tradicional; unas botas y rodilleras negras con un pantalón de ceda rojo, sus petos de cuero rojo y bordados con hilos dorados mostraban su emblema: una serpiente mostrando los colmillos. Lorecyn no era muy diferente a su ejército, solo con hombros más gruesos y con un piercing en el ombligo y dos en la cadera en el vientre bajo.
Aún mostrándose estoicas, había el miedo generalizado en ellas: eran demasiados para ellas. La líder sacó una píldora roja de su bolsa y la tragó. Solo pasaron unos segundos, el cambio físico se notó en sus músculos y vientre. Su abdomen se contrajo hasta mostrar las costillas y su cintura se achicó aún más. Las demás la siguieron al tragar las pastillas y el efecto fue el mismo. Sus vientres desnudos se aplanaron y sus costillas se marcaron. El hambre brillaba ansioso en sus ojos fulgorantes. Los truenos fueron audibles pero estos venían detrás de los ombligos de las mujeres de Lorecyn, la tormenta cautiva en sus vientres pedía caos y carne a gritos. Armadas únicamente con garras protesicas doradas en las uñas, esperaron impacientes al enemigo.
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(Vore) Shadow Eaters (Devoradoras De La Oscuridad)
Viễn tưởngEn un mundo de fantasía, un grupo de féminas de diversas especies se unen para enfrentar un antiguo mal. El abismo amenaza con devorarlo todo a no ser que ellas se lo devoren primero. Alto contenido vore. +18