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Arlen nunca fue como las demás princesas; no era recatada, dócil no femenina. Siempre usaba sus pantalones negros ajustados y botas, una camisa gris  y un collar de plata. No vestía como las demás princesas en el vagón del ferri que las llevaba hasta el palacio principal. Las señoritas miraban por las ventanas extasiadas por la arquitectura barroca de la ciudad; los tonos dorados y el cielo atardeciendo daban ese tono sepia al ambiente. Iban cuesta arriba en el vagón de metal mientras a sus lados estaban las escalinatas donde pasaban caballeros y civiles. Todas suspiraban emocionadas al ver a lo lejos el enorme palacio de grandes muros dorados con estatuas de águilas extendiendo las alas.

Arlen suspiró con fastidio mientras acomodaba el flequillo en su ojo para tapar la cicatriz en su ojo izquierdo. Siempre odio la pomposidad del palacio de su natal reino. Al contrario, su naturaleza inquieta le motivó a practicar esgrima y estudiar la magia que tanto usaban los hombres bestia de los pueblos en las faldas de la montaña. Rebelde y ruda, sus padres no querían admitir que no aceptarían su actitud y por eso la mandaron con las princesas de otros reinos al imponente palacio de la reina Mivas. Ella odiaba esos lugares pero lo prefería a estar más tiempo con su familia en esa montaña.

Corsés ajustados, tacones agotadores, maquillaje asfixiante, vestidos ostentosos. Le repugnaban las princesas a su alrededor pero trataba de ignorarlas leyendo su libro de pasta negra y desgastada.

La paladín Mivas fue una de las siete celestiales enviadas para detener el avance de los demonios.

Arlen puso atención en el dibujo minimalista en la hoja, habían siete mujeres con grandes armaduras y alas blancas descendiendo desde las nubes empuñando espadas para pelear contra los demonios representados como sombras negras en la parte inferior.

Lucharon día y noche por siglos hasta erradicar el mal de las tierras de todos los continentes.

Al pasar página apareció una ilustración de las siete peleando en una colina rodeadas de demonios.

Tras su victoria, se levantaron templos y alrededor palacios y de estos, imperios. La paz duró poco; puesto que, quien pelea con monstruos, cuídese de no convertirse en uno.

Una ilustración mostraba a seis de las celestiales cubiertas de rojo con cuernos y alas de murciélago.

Mivas, la menor, pero la más fuerte de todas enfrentó a sus hermanas y las confinó en el único lugar donde nunca escaparían.

Una ilustración apareció de las seis paladines contenidas. Era el primer plano frontal del estómago expandido de Mivas, ambas manos permanecían juntas sobre el montículo carnoso como si estuviera rezando. La hora del té era religión para las demás princesas de los reinos menores de todo el mundo. Se sentaron, esperaron que los meseros pongan los manteles de encaje pastel y la porcelana fina. Aunque la presencia de Arlen era bastante repelente para el resto de señoritas la falta de mesas hizo que un par de chicas se sienten con ella.

—eres la princesa de los Van-gulen ¿Verdad?— preguntó una princesa petulante. Arlen asintió si apartar la vista de su libro— ¡De los mineros apestosos! ¿Verdad?— se burló.

Arlen apretó los dientes y frunció el ceño ante esa declaración pero se luego se mantuvo estoica leyendo su libro.

—oí que en tu propiedad hay pordioseros y mineros enfermos, ¡Que humillante!— se burló los mujer sentada frente a ella. La otra princesa la secundó con una risilla.

—mi familia es dueña de la sierra Van-gulen— respondió forzando una sonrisa— la cadena montañosa atraviesa todo el reino del este, es obvio que hay de todo viviendo en ella—.

La princesa frente a Arlen siguió parafraseando, presumiendo su vestido, hablando de la fortuna de sus padres. Pero la chica siguió leyendo el libro.

La verdad es, Mivas se dejó seducir por el poder, devoró a sus hermanas para no compartir el reino. Y tras años de reinado, Mivas se hizo de tradiciones raras. El vagón de tributo, por ejemplo.

(Vore) Shadow Eaters (Devoradoras De La Oscuridad)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora