60

438 65 45
                                    

Habían pasado unos diez minutos desde el último mensaje que Jay le mandó a Heeseung.

Park no quería saber nada de sí mismo en ese momento.

Se sentía un estúpido por la situación en la que se encontraba: se preguntaba qué carajos hacía llorando como un niño sentado en su sofá con cuatro espacios disponibles además del suyo, en el medio de su gigantesca sala, con una televisión maravillosa, en el departamento de lujo que sus padres pagaban con todo el amor que le tenían desde otro país, lejos de él. Se sentía solo, triste, ridículo y abandonado si comparaba su diminuto tamaño al lugar en donde estaba.

Aquel departamento al que llamaba hogar lo comenzaba a poner nervioso. La soledad del silencio, empeorado por las ventanas con cancelación de ruido que bloqueaban cualquier sonido que pudiese cortar su tensión desde la calle, lo abrumaba.

No entendía cómo había llegado a esto, ¿en qué momento se había quedado tan solo?

No estaba seguro, quizás el día en que nació, por más que no lo notase. Ser el único hijo de una familia asquerosamente adinerada le trajo una gran ventaja frente a los demás en la vida, ¿pero al costo de qué?

Sus padres lo amaban, él lo sabía, pero no estaban particularmente envueltos en su vida personal. Tendría una que otra foto como recuerdo del único recital de primaria al que fueron y poco más. A sus tiernos dieciséis años, ellos decidieron que podrían dejarle el departamento en el que creció para él solo, siendo aún cuidado por gente a la que le pagaban un salario probablemente mayor al de sus profesores.

Con el tiempo aprendió a hacer muchas cosas por su cuenta, ahora (y en aquel entonces, gracias a las enseñanzas de su nana, a quien quiso como su madre desde niño) podía cocinar solo, se encargaba del aseo de su cuarto y, siendo la mayor novedad, ahora manejaba por sí mismo.

La señora que venía a limpiar se había ido hace horas y por más que ella fuese agradable, Jay no era capaz de sentir algún tipo de vínculo emocional con ella.

Nunca fue una persona de muchos amigos. Por más que tuviese una personalidad "extrovertida", era desconfiado y retraído. Nunca se había visto a sí mismo fuera de su zona de confort, pero ahí estaba ahora.

La gente con la que creció se había ido hace tiempo. La cocinera, la señora Kang, había tenido que dejar su casa para acompañar a sus padres cuando estos decidieron irse. Su chofer, el señor Lee, había dejado de llevarlo de aquí para allá cuando aprendió a manejar. Ahora solo lo veía en contadas ocasiones. Nunca pudo desarrollar algún tipo de cercanía con las personas que limpiaban su casa, no solían durar mucho. Finalmente su nana, la señora Ahn, la mujer que lo cuidó desde que nació, lo tuvo que dejar en contra de su voluntad después de ser diagnosticada con cáncer cuatro años atrás, algo de lo que no se recuperó.

A sus dieciséis, por más que vivir solo fuese algo aterrador en su momento, agradeció a sus padres por haberle permitido quedarse en donde vivía. Por más que su familia estuviese lejos, se sentía tranquilo con la idea de quedarse con sus amigos de toda la vida, a quienes no cambiaría por nada en este mundo. Su círculo cercano nunca se agrandó realmente, nunca vio la verdadera urgencia de ello.

Ingenuamente creyó que nunca estaría solo, pues el trío de idiotas con el que parecía estar unido a la cadera nunca lo dejarían de lado.

Siempre había sido así y no tenía por qué cambiar, Jay no quería que cambiase.

Aunque, pensándolo bien, Jay se sintió un idiota por creer que no iba a cambiar, por supuesto que lo haría. Nunca dudó de las habilidades sociales de sus amigos. Todos ellos se habían forjado algo fuera de su grupo predilecto.

[ Gotcha! : HeeJake ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora