2.3 LA CONFUSIÓN EN LA EDUCACIÓN

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Mi padre ha sido y es una persona decisiva en mi vida personal y profesional, lo considero un auténtico regalo del cielo. Durante mi infancia y juventud acudía asiduamente a su consulta. Él trabajaba durante largas horas y llegaba tarde a casa. A pesar del tiempo que dedicaba a su labor profesional, siempre tuve la sensación de padre presente, preocupado por nosotros y disponible para jugar, enseñarme cosas o escucharme. Hace una pareja única con mi madre y se complementan de una forma muy especial. Tiene una facilidad innata para contar cuentos —¡algo que sigue haciendo con mis hijos!—, y cuando era niña pasaba horas escuchándole narrar historias fantásticas de personajes inventados que, curiosamente, han vuelto ahora a la vida en los cuentos de sus nietos. 

Cuando mi madre nos llevaba a visitar a mi padre a la consulta, su secretaria le avisaba y salía a darnos un beso y nos dedicaba unos minutos. Más tarde, al empezar a cumplir años y cuando ya cursaba Medicina, previo permiso del paciente, me dejaba entrar y me presentaba a la persona que tenía delante, siempre con una delicadeza y un cariño enormes. ¡Me encantaba ese primer contacto y el trato cercano que siempre ha tenido con sus pacientes! Él suele decir que la psiquiatría es una rama de la amistad. 

Una de las virtudes que debe tener un buen padre o madre es saber escuchar los problemas de su hijo. En primer lugar, hay que ganarse su respeto, que en su mente infantil seamos un «puerto seguro» al que se pueda acudir ante cualquier problema, miedo o duda. Eso exige ganarse su confianza. Aunque no es suficiente. Si el niño acude a nosotros y nos nota impacientes, percibe que no tenemos tiempo o le interrumpimos para imponer de manera cortante nuestros argumentos o perspectivas, a la larga le perderemos. Se alejará de nosotros.

Como hija he acudido muchas veces a mi padre para confiarle mis preocupaciones. Es de esas personas especiales, como dicen que también lo era mi suegro, que cuando estás con ellas el tiempo parece detenerse, puesto que te dedican toda su atención, dejando cualquier otra cosa al margen. 

En segundo lugar, por tanto, tenemos que saber escuchar. Escuchar no es solo dedicar tiempo, también hacer el esfuerzo de no desconectar de la conversación aunque la consideremos irrelevante. Lo que para nosotros, adultos, es una nimiedad o algo de solución evidente, para nuestro hijo es un tema lo suficientemente importante para buscar nuestro consejo o solo nuestra empatía. Esos momentos son decisivos y se recuerdan en la edad adulta, forjando así el vínculo padre-hijo. 

En tercer lugar, hay que aprender a gestionar la paciencia. Si notas que te frustras con facilidad, aléjate y analiza el origen de esa emoción tóxica. Evita herir a un hijo por algo que te exaspera porque esas palabras pueden ser una daga en el corazón de tus hijos que perdure en el tiempo. 

A veces, debajo de esa agresividad que aflora ante momentos de desobediencia o rabietas de los hijos, está ese niño interior que llevamos dentro, herido, que no sabe reaccionar correctamente. 

Ese enfado y esos gritos son la parte más instintiva en la que desaparece nuestra faceta racional y sentimental dando paso a lo más primitivo de nuestra psique. 

Ante eso, insisto, marca distancia, vete, enciérrate en tu cuarto, pero evita herir al pequeño que tienes delante. 

¿SOBREPROTEGER O MANIPULAR? 

El apego se ha erigido como un pilar fundamental de la psicología en las últimas décadas y considero importantísimo que se conozca en la familia, en el ámbito educativo, sociológico, psicológico e incluso político. No puede existir gente en el siglo XXI que no tenga nociones sobre estos temas, ya que son básicos para disfrutar de una vida plena y poder buscar nuestra mejor versión como adultos, como pareja, como padres, como hijos y como seres sociales que somos. 

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