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El silencio se hacia reinar. Su cara de confusión mirando hacia la mía, que con algo de rabia por las decisiones que tomaban sin mi consentimiento como si fuera una niña pequeña.

—¿Te vas?— parpadeo un par de veces, desconectado de las anteriores palabras.

—Mi padre decidió cambiarme de universidad— suspiré mordiendo la comisura de mi labio.

—Pero, ¿eso importa?

—¿Que importa?

—La distancia..

Fruncí el entrecejo, sabía que las relaciones a distancia eran fatales, por lo que me habían dicho. Eran una mierda, quizás los primeros días en llamadas y mensajeo no pero cada uno se va a ir aburriendo de lo que era de el otro porque todo queda en un simple recuerdo.

—Jude, ¿estás loco?— rodé los ojos.

—Si, por ti— sonrió un poco para romper el hielo.

—Jude lo de nosotros no va a funcionar ni aquí, ni a distancia— murmuré.

El se quedó frío con mis palabras.

—¿Qué quieres decir con eso?— frunció los labios.

—Nuestra relación seria una completa basura, mi padre no me lo permitiría, somos polos opuestos, la dis-..

—¿Cómo hablas de algo que no has intentado?— interrumpió con voz baja.

El soltó mis mejillas y se dió la vuelta mirando como algunas luces por la noche se apagaban.

—Simplemente lo sé, Victor.

El tiró la cabeza hacia atrás con disgusto, metió sus manos en los bolsillos y suspiro.

—Si es lo que quieres, está bien— soltó en un suspiro.

“Si es lo que quieres, está bien”

Quedé en un trance por un momento, siempre tenía la desdicha de hacer lo que no quería, como estudiar administración de empresas cuando quise estudiar arquitectura. Ir a ballet en vez de clases extras..

Nadie jamás me había dicho que lo que yo quería estaba bien.

Que también podía decidir por mi misma, que mis opiniones estaban bien, que mis acciones estaban bien.

¿Desde cuándo quiero hacer algo por qué quiero y no por complacer a los demás?

El volteo a mirarme y su mirada solo choco por unos segundos conmigo, era como si no quisiera volverme a mirar.

—Te llevaré a tu casa— agrego caminando hasta la puerta de su habitación.


















Al entrar a mi habitación las lágrimas salieron, tenía una sobrecarga de pensamientos, solo quería desahogarme.

Me acosté en mi cama luego de cambiarme de ropa y me tape con la sabana rosa. Abrazando al único peluche que dormía en mi cama junto a mi, era un oso acostado, con un pañuelo de vaquero, era color beige. Me lo regaló mi abuela en mi décimo cumpleaños, desde esa fecha lo cuido como a nadie.

Me dolía el corazón, pero no de dolor físico si no de dolor sentimental. Realmente me había enamorado de Jude, había cambiado mi forma de pensar, mi forma de hacer, mi rebeldía había disminuido.

Las lágrimas calientes rodaban por mis mejillas, pensaba en lo que le había dicho a Jude, simplemente por mis temores.

El dolor se hizo más intenso cuando me di cuenta que además de Martina, el era la única persona que me escuchaba cuando era necesario, el que me sacaba una sonrisa.

𝐅𝐈𝐄𝐁𝐑𝐄│𝖩𝗎𝖽𝖾 𝖡𝖾𝗅𝗅𝗂𝗇𝗀𝗁𝖺𝗆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora