16. La vida es una puta

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Mi teléfono llevaba vibrando todo el fin de semana, sin pausa alguna. Y de todas las veces que vibró, no contesté ninguna.

Siendo muy sincero no quería ver todos los mensajes de Santiago, mentándome la madre. No necesitaba encender mi celular ni siquiera para saber quién era.

No me importaba lo que sea que tuviera que decir, ni todas las mierdas que quisiera soltar. No me importaban.

Sinceramente, había una cosa que picaba en mí cada vez que me decía a mí mismo que Santiago Santana no me importaba. Porque realmente, me cagaba de miedo de solo pensar en él.

Pero justo ahora, lo que más me asustaba eran las miradas disgustadas de todo el mundo sobre mí. Yo no solía ser un chico bastante popular, I mean, tenía pocos amigos, y mi único amigo cercano es Hannie, pero era algo conocido por alguna razón.

Normalmente, la gente me sonreía en el pasillo con amabilidad. Ahora, la gente que no me miraba con asco, me miraba con burla.

Había cosas que cambiaban demasiado.

Yo podría haber considerado ese día como un "mal día" pero que Hannie no fuera a la escuela me hacía querer odiarlo.

Ese día cambié mi asiento justo en medio de la clase por uno hasta el fondo, donde nadie pudiera ver mis ojeras y ojos cristalinos. La razón por la que decidí estar en el fondo es porque normalmente, solo los raros se sientan ahí. Ellos no solían mirarme para nada.

Pero fue extraño ese día, porque los raros ahora me miraban como si se estuvieran burlando de mí, y olvidé lo mierdas que podrían ser.

—Estás en mi lugar.

No lo había notado.

Bueno quizá sí, pero no importaba realmente.

—¿Te importaría prestármelo solo por hoy?

Ella rodó los ojos, y volvió a verme con molestia.

—Como sea, putita.

The fuck?

No tuve oportunidad ni siquiera de preguntarle nada, pues ella ya se había ido, pero me había dejado el corazón alborotado.

Nadie nunca antes había pensado en referirse a mí como "putita". Sólo Santiago, pero viniendo de él me lo esperaba.

Escuchar otra vez esa palabra me hizo recordar como se refería a mí aquella noche en la fiesta, en el video. Recuerdo a sus amigos burlarse de mí, tomar mis mejillas empapadas en lágrimas y fingir una falsa simpatía para luego llamarme de esa forma. Fue la noche más difícil de mi vida. Me recuerdo cayendo al suelo llorando y las risas estruendosas. Recuerdo a Hannie cubrirme con su chamarra y abrazarme en su auto.

Y toda esa vulnerabilidad me ocasionó una inseguridad constante de que alguien se enterara de ello. Pues realmente poca gente de la prepa estaba en esa fiesta. Santiago tenia diecinueve años en ese tiempo, acababa de entrar a universidad y toda la gente que había ahí rondaba por los veinte.

Tanto miedo me hizo sacar mi teléfono del bolsillo de mi pantalón y encenderlo por primera vez dentro de esos últimos dos días.

Tenía mensajes de todo el mundo, incluso de números desconocidos. Demasiadas notificaciones de seguimiento en Instagram. Llamadas perdidas.

Y supe que algo andaba mal.

Con los dedos temblando presioné las notificaciones de mensajes. No pude evitar que mi mandíbula se tensara.

Las lágrimas se acumularon en mis ojos y tuve que esforzarme realmente para no llorar cuando pedí permiso de ir al baño.

Era una mierda.

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