Capítulo 29

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Alejandro dejó caer la lapicera sobre el escritorio y se recostó en el respaldo de la silla. Le estaba llevando más tiempo de lo esperado revisar los informes iniciales del nuevo caso que Castillo le había asignado al equipo y la frustración comenzaba a invadirlo. Cada detalle le parecía más enredado de lo normal y los riesgos potenciales, así como las implicaciones legales, eran demasiado complejas para llevar adelante cualquier intervención por parte de la policía. Bueno, o tal vez se debía a que no podía quitar de su mente a Ariel Deglise.

El empresario sería trasladado a la mañana siguiente a una cárcel de máxima seguridad y, aunque él no lideraba dicha operación, se había encargado de estar informado en todo momento. Aun así, la preocupación no lo abandonaba. Era como si su intuición intentara advertirle que no bajara la guardia, que las cosas podían torcerse en segundos. No entendía por qué estaba tan inquieto. Ni siquiera con Thiago le había pasado, no de ese modo. Sin embargo, con él todo se sentía distinto. Era inteligente, frío y calculador, y tenía una capacidad para manipular a su entorno que no había visto en otras personas.

Conteniendo un resoplido, se pasó una mano por la cara en un gesto nervioso y enderezó la espalda. Estaba decidido a dejar a un lado aquellos pensamientos que no lo ayudaban en nada y enfocarse de una vez por todas en su trabajo. No tenía sentido seguir dándole vueltas al asunto. Pronto, todo terminaría. Ese infeliz pasaría el resto de su vida entre rejas y su maldad no volvería a alcanzar a Martina nunca más. Se aseguraría personalmente de eso. "Sí, claro, como lo hiciste en la última misión, ¿verdad?", le reprochó su consciencia, tomándolo por sorpresa.

Apretó la mandíbula cuando la imagen de su compañera siendo sometida irrumpió de pronto en sus pensamientos. Había intentado enterrar en un rincón oscuro de su memoria las cosas que ella le había contado, pero el recuerdo resurgió con fuerza y no parecía tener intención alguna de irse. Inspiró profundo tratando de sofocar la ira que comenzó a bullir en su interior. Aunque era una tarea imposible. Solo pensarlo hacía que sus manos temblaran y todos sus músculos se tensaran. ¡Quería matarlo!

Molesto, descargó el puño contra el escritorio y se levantó de un salto. Necesitaba salir o la rabia lo consumiría por completo.

Una vez afuera, posó su mirada en las nubes oscuras que cubrían el cielo, en perfecta sintonía con su perturbado estado de ánimo. Tomó una profunda bocanada de aire y exhaló por la boca despacio en un intento por contener las lágrimas que empañaban sus ojos. Una brisa fresca acarició su rostro al instante y agitó su cabello mientras las primeras gotas de lluvia le humedecieron la piel. Dejó que el aroma a tierra mojada lo colmara por dentro, relajando su cuerpo, y se concentró en su mujer: en la sensación de tenerla entre sus brazos, segura y a salvo.

No supo cuánto tiempo pasó hasta que el repentino estallido de un trueno lo regresó al presente. Miró su reloj. Por la hora, Martina debía estar en su primera sesión con la psicóloga. Según lo que había mencionado, no bastaría con una sola cita para que la profesional evaluara en profundidad su estabilidad emocional, algo fundamental en su trabajo; y por supuesto, tuvo mucho que decir sobre eso. Sonrió al recordarlo. A pesar de todo lo vivido, seguía siendo la mujer más fuerte y determinada que conocía. La admiraba por eso, y estaba seguro de que había sido una de las tantas razones por las que se enamoró de ella.

Un poco más aplacado, regresó al interior del recinto. Si sus oficiales percibieron lo que le pasaba, ninguno lo demostró. No obstante, una taza humeante, igual a la que sostenía Esteban en sus manos, lo esperaba sobre el escritorio. Al parecer, el oficial lo conocía mejor de lo que pensaba. Si había algo que siempre lograba levantarle el ánimo era un buen café. Le agradeció en silencio con un asentimiento y tomó el primer sorbo. A pesar de no estar a la altura del que preparaba su compañera, debía reconocer que sabía muy bien.

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