Capítulo 30

120 29 64
                                    

Pese a su ansia por regresar antes del final de su licencia, a Martina le tomó un mes más reincorporarse por fin al trabajo. Durante ese tiempo, asistió a terapia con regularidad y perseverancia, decidida a sanar sus heridas y recuperar su vida por completo. Su buena predisposición, junto con la gran fortaleza que poseía en su interior, fueron clave para poder procesar lo sucedido, perdonarse a sí misma y dejar el pasado atrás.

Para su tranquilidad, tras ser apresado de nuevo, Ariel Deglise fue enviado a la cárcel de máxima seguridad, de donde no volvería a salir. A su condena, se le sumaron nuevos cargos y otros agravantes, lo que resultó en una sentencia aún más prolongada. Sin embargo, se las ingenió para obtener algunos beneficios, a cambio de brindar información sobre su conexión con Guillermo Vega, el alto mando de la policía que había facilitado su fuga. Sus declaraciones propiciaron la captura del comisario y destaparon la red de corrupción en las fuerzas, un problema gravísimo que debía ser erradicado.

Una de las condiciones acordadas fue que no lo ubicaran en el mismo pabellón que Franco Bermúdez, alias "El fantasma", el legendario narcotraficante de los años noventa que había caído junto a él en la operación conjunta entre agentes de Misiones y de la Ciudad de Buenos Aires, cuando los capturaron mientras hacían negocios para utilizar su discoteca como punto de tráfico. No obstante, nada podían hacer con respecto a los espacios comunes. ¿Karma, tal vez? No estaban seguros, pero todo parecía indicar que sí. Solo el tiempo diría como terminaría esa historia.

Después de eso, las cosas se fueron normalizando poco a poco. La vida de ambos, aunque aún demandante por su trabajo, recobró cierta paz, en gran medida gracias a que quienes alguna vez intentaron matarlos estaban finalmente tras las rejas, con sentencias que les impedían regresar al mundo exterior. Aun así, sabían que debían mantenerse en guardia; no volverían a subestimar el alcance del poder y las redes de corrupción que todavía persistían. Su compromiso con la justicia no se los permitía. Pero al menos ahora podían respirar más tranquilos.

Las semanas se convirtieron en meses, y un nuevo caso, esta vez a cargo de todo el equipo, llegó a sus manos. Martina estaba eufórica por volver a ser agente de campo en lugar de quedarse tras su escritorio revisando documentos. La confianza en sus habilidades había regresado y se sentía más fuerte que nunca. Alejandro, por su parte, dejó de intervenir cada vez que la veía en situaciones de riesgo, permitiéndole desenvolverse con la pericia y valentía que la caracterizaban. Si bien al principio no fue fácil —su instinto natural siempre sería protegerla—, aprendió a confiar cien por ciento en su fortaleza, seguro de que superaría cualquier obstáculo y saldría victoriosa.

En el trabajo, todos se mostraron entusiasmados con su regreso; no obstante, no terminaba de precisar si en verdad era por ella... o por su café. Sonrió al recordar su primer día de vuelta. Ya estaba allí cuando todos llegaron y sus rostros se iluminaron al percibir el delicioso aroma. Por supuesto, el más efusivo fue Esteban, quien no dudó en inclinarse con reverencia y tomar su mano para besarla, cual plebeyo ante su reina. Claro que, antes de que sus labios rozaran su piel, tuvo que apartarse al recibir un leve coscorrón de Alejandro, que al ver sus intenciones, se interpuso con una mirada de advertencia divertida.

—¿En qué estás pensando? —preguntó su compañero, devolviéndola al presente.

Seguían en la comisaría, terminando sus tareas después de una larga y ardua jornada laboral. El resto ya se había marchado y ellos no tardarían en hacerlo.

—En Campos —confesó, y negó con diversión al ver que arqueaba las cejas—. En su reacción el día que volví.

—Idiota —resopló él, aunque una semisonrisa se dibujó en su rostro—. Como si no se pudiera hacer su propio café. Que es bastante decente, por cierto.

Línea de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora