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Cuando me despierto, lo primero que siento es culpa, y luego vergüenza.

Cualquiera diría que a estas alturas ya debería tener controlado eso de recibir noticias fuertes sin desmayarme. De hecho, juraría que es la primera vez que me desmayo, al menos en relación al Legado. Una vez me desmayé cuando me sacaron sangre en el autobús de la Cruz Roja al salir de la universidad. Cris tuvo que llevarme a rastras porque no reaccionaba y estuvo a punto de meterme en el maletero del coche para salir de allí lo más rápido posible y poder llevarme a casa.

Me siento perdida, en una bruma de vergüenza mezclada con miedo y solo quiero a alguien familiar, alguien que no me reproche lo que acaba de suceder, alguien que me haga sentir a salvo.

El caso es que al abrir los ojos a la que quiero ver es a mi madre, pero al que veo es... a Leo. Cruzado de brazos. Mirándome con el ceño fruncido.

El gemido de lamentación se me escurre de entre los labios antes siquiera de que pueda darme cuenta.

—¿Por qué tú?

Lo susurro y ni siquiera me arrepiento, y una expresión de fastidio le cubre el rostro al enorme chico moreno, que se sienta, con los brazos aún cruzados, en el borde de la cama donde me han dejado.

—Se acaba de marchar tu madre y el resto está haciendo no sé qué. Le dije que me quedaría hasta que despertaras. Tiene que ir al bar.

Asiento, aún mareada, y hago por incorporarme. Pero antes de que pueda conseguirlo, la enorme manaza de Leo se me planta en el hombro, impidiéndomelo con más suavidad de la que esperaría de él.

—No te levantes aún. Date tiempo. Si quieres, yo te pongo al día de lo que pasó después de que decidieras montar una escenita.

—Yo no decidí... —farfullo, pero termino por suspirar— Cuéntame.

Sus ojos examinan mis facciones, como si hubiera esperado más resistencia. Supongo que es lo que pasa cuando te acabas de despertar de un desmayo.

"Por esta vez, te libras".

Leo se pasa la lengua por los labios y no puedo evitar seguir el gesto con muchísima más atención de lo que sería decente. Si se da cuente, no lo muestra de ninguna manera.

—En el fondo, lo entiendo. Has hecho menos de quince transformaciones y ahora te están pidiendo que te pongas con unas trescientas —El corazón me da un vuelco al oír el número—. Es normal que se te haga un mundo. Pero estamos contigo. Lo sabes. Tienes que dejar de pensar que todo lo debes hacer sola.

—No puedo... no puedo transformar a tanta gente en unos días, Leo. Lo sabes.

Se me queda mirando fijamente durante unos segundos, en los que me estremezco. Los ojos negros de Leo siempre provocan esa reacción en mí: como si a pesar de ser puro fuego, hiciera que el alma me temblara de frío.

Me tiembla el labio, la cabeza vuelve a darme vueltas y temo desmayarme de nuevo. Las circunstancias me están superando. La adrenalina de necesitar salvar a mi mejor amiga es una cosa pero ¿la guerra? ¿El esfuerzo físico tan enorme que supone transformar a un solo Thaos, multiplicado por trescientos? Hay una parte de mí que sabe que no lo sobreviviré.

Y me muero de miedo solo de pensarlo.

Debe notárseme en la mirada, porque Leo entrecierra los ojos con un deje de preocupación.

—Te voy a decir una cosa y no quiero que salga de aquí, Lara —dice entonces, con voz muy seria— Si alguien pregunta, nunca hemos hablado de esto ¿Me has entendido?

Asiento lentamente, consciente de la gravedad de la situación. Incluso yo soy capaz de tomarme algunas cosas en serio.

Suspira y descruza los brazos, lo que le hace parecer, por primera vez desde que desperté, humano. Como si esa fachada inquebrantable fuera solo eso: una fachada.

Salvadora - (Invocadora #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora