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Nana entra en mi cuarto y su presencia, como de costumbre, lo ocupa todo. Lleva la trenza blanca, kilométrica, cayendo por su hombro casi hasta el suelo.

A pesar de ser una anciana tan diminuta, la fuerza que emana es tan enorme que no hay un solo ser que no reaccione a ella, que no se aparte para dejarla pasar.

Yo sigo en la cama, pero me he aseado un poco y estoy sentada en el borde, pensativa.

Leo se fue dejándome un montón de preguntas en la cabeza, y creo haber llegado, al menos, a las respuestas que necesito obtener con más urgencia. Algo es algo.

"Las respuestas requieren de preguntas" solía decir mi abuela, incansable, el poco tiempo que la conocí.

Se pasaba el día refunfuñando y echándome la bronca por no ordenar mi habitación. No era una persona muy amable. 

Y Nana tampoco se caracteriza por serlo, pero se planta frente a mí con algo parecido al respeto. Parecido.

Mi misión es que termine por serlo.

—Me has mandado llamar.

Pronuncia las palabras con incredulidad, como si no pudiera creerse que me haya atrevido a convocarla. Como si no tuviera la potestad de hacerlo, cuando en realidad... estoy bastante segura de que puedo hacer lo que quiera. Así como ella también hubiera estado en su derecho a no acudir.

Lo que pasa es que no le interesa. Y en eso reside mi poder.

—Tenemos una negociación pendiente, y quiero hablar con las tres familias individualmente antes de tomar una decisión.

—¿Una decisión?

La extrañeza se mezcla con la curiosidad en su voz a la vez que cambia el peso de pierna. 

Le indico con un gesto de la mano que se siente en la silla que está arrimada al escritorio de la habitación, y ella la arrastra después de contemplarme unos instantes en silencio. El chirrido de la silla contra el suelo lo invade todo por un instante.

Nos miramos a los ojos. Por una vez, nos siento iguales.

—No voy a transformar a trescientas personas, arriesgando mi propia vida, solo porque lo ordenéis —sentencio—. No soy vuestro juguete, ni una herramienta para que me uséis a vuestro antojo. Soy la Invocadora y os guste o no, yo también tengo opinión en todo esto. Y una bastante importante.

Aprieta los dientes de manera visible, pero calla. Espera. Y eso es buena señal.

—Así que quiero tener toda la información posible para tomar una decisión. Por parte de las tres familias. No obstante, he decidido empezar con los Ártamo por consideración a nuestra... cercanía.

Asiente, aún a regañadientes. Como si estuviera aceptando que está en una situación en la que le toca tragar, por una vez.

—Primero, ¿qué son los aliados del Secreto? No dejáis de soltar términos como si yo conociera vuestra estructura, y me gustaría que me la aclarases de una vez.

Ladea la cabeza y se aferra levemente a la silla, la alianza de bodas reluciendo en su dedo arrugado. Coge aire, perdiendo una batalla que seguro que se acaba de desarrollar en su interior:

—Como ya sabes, la Guardiana del Secreto debía residir siempre en Azor para vigilar al linaje de invocadoras. Azor significa "Guarida", en un idioma antiguo de los Thaos que ahora ya no recuerda nadie —Se pasa la lengua por los labios, pensativa—. Es precisamente por eso, porque si no se recuerda, se olvida para siempre, por lo que existen los aliados del Secreto. Las tres familias principales se dividieron los territorios y designaron representantes por todo el mundo. No quiero aburrirte con los detalles, pero el porcentaje de población que debe estar al corriente del Secreto se recalcula cada diez años. Hay un equipo entero de Wolfgang en Estados Unidos dedicado al recuento y seguimiento de las personas que conocen el Secreto y que estarían disponibles para luchar si se levantaran de nuevo... bueno, cuando se levanten los Kulua.

Salvadora - (Invocadora #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora