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A la mañana siguiente, todos los coches aparcan en la frontera del pueblo, aunque solo nos bajamos los miembros del Consejo. Los nuevos transformados tienen órdenes de quedarse en los dos coches que ocupan y esperar instrucciones.

Y menos mal, porque no me gustaría volver a vivir el momento extremadamente militar que se ha desarrollado en el parking del hostal, la verdad. Esos gritos por parte de Leo y de Sarah. Esa forma de observar fijamente a los ojos para intentar transmitir la gravedad del asunto.

Estas personas han sido cuidadosamente escogidas por ser las más leales a las familias. Las que no darían muchos problemas. Otro juego de poder más en todo este entramado político del que cada vez quiero saber menos.

En la linde del pueblo, todo parece estar en calma, aunque sepamos que solo es una fachada que esconde lo que sucede en realidad. Dejo salir el aire, tratando de que le acompañen también varias de mis inseguridades.

Delante hay una carretera que sube y luego se curva hacia la izquierda, entre varias casas apiñadas. 

El sol acaba de salir y solo hay... silencio. 

Puedo sentir el nerviosismo de todo el mundo. Quizá podría sentir también...

—¿Puedes ver sus esencias desde aquí? —pregunta Leo, como si pudiera leerme la mente.

Niego con la cabeza tras otear un poco más el horizonte.

—O están aún muy lejos, o sus hechizos también cubren eso.

—No deberían saberlo —murmura, pero se da la vuelta para enfrentar de nuevo la carretera.

—Lo que sí que veo es... El hechizo que recubre el pueblo.

Podría decirse que me sorprendo a mí misma. El caso es que lo confieso con un nudo en la garganta, mientras parpadeo rápidamente. Es solo un instante, pero entre parpadeo y parpadeo puedo observar una fina capa que recubre el pueblo y que finaliza apenas unos metros delante de donde estamos plantados nosotros.

—¿Puedes verlo? Quizá eso signifique que puedes desmontarlo —interviene Sarah, pensativa.

—Es magia, ¿no? Según el Manual, todo viene del mismo sitio —comento distraídamente.

Me acerco varios pasos sin pensar mucho, y por el rabillo del ojo veo cómo Nico y Leo avanzan también, como si quisieran detenerme. Me giro para mirarles:

—Estaré bien. Reconozco este hechizo. Es como... como el escudo. ¿Recordáis?

Claro que lo recuerdan: Nico en mi habitación, durmiendo para hacer guardia, y Leo entrando porque pensaba que estaba en peligro. Yo explotando de pánico creyendo que era mi madre y congelando a Leo. Sonrío. Se me antoja que fue hace una eternidad, y seguro que no llega a dos meses.

Me arrodillo a veinte centímetros del escudo y cierro los ojos. La Invocadora original está ahí conmigo; siempre está conmigo.

He aprendido a dejarme llevar por ella en todo momento y a que no necesite palabras para hacerse entender dentro de mí. Me insta a alzar el brazo y, sin tocar el escudo, dejando apenas unos milímetros, dejo escapar la energía.

Suena un chispazo y se crea un agujero en esa fina capa, un agujero que empieza a expandirse poco a poco, abriéndose como si se tratara de un envoltorio. A su paso, el escudo va resultando visible, durante un segundo antes de desaparecer.

Las exclamaciones a mi espalda resultan más que reconfortantes.

¿Cuáles son las consecuencias de esto? No creo que de repente vayamos a observar un tropel de gente corriendo hacia la libertad, pero sí que tenemos poco tiempo para arreglar la situación mientras que ese anonimato en el que habían sumido al pueblo desaparece y todo se reestablece: las relaciones comerciales, las comunicaciones...

Salvadora - (Invocadora #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora