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Nos encontramos más o menos a media hora de la zona que en alerta cuando nos llega el aviso.

Otro de los barcos que han mandado los aliados del secreto a hacer inspección ha identificado movimientos extraños cerca de la costa de uno de ellos. Así que cambiamos ligeramente el rumbo para dirigirnos allí. Leo aumenta la velocidad lo máximo posible y encabeza la caravana de coches Thaos, todos con el corazón en un puño. Está clarísimo en sus esencias, pero el silencio que lo envuelve todo lo confirma.

Nah-la también está alerta, y parece que el nerviosismo ha conseguido vencer el mareo que sufre al viajar por carretera, porque se aferra al asiento de Leo con tanta fuerza que tiene los nudillos blancos. 

La tensión podría cortarse con un cuchillo desde que aquella llamada.

En esta ocasión, no hay una gran carretera hacia el pueblo, sino que en cuanto el coche desciende un pequeño montículo, las casas ya se extienden desperdigadas alrededor de la costa.

En cualquier otra circunstancia podríamos dedicar un momento a disfrutar de las magníficas vistas: una explanada llena de casitas hasta llegar a unas dunas magníficas y después, la vasta extensión del océano.

Durante todo lo que ha pasado, el océano ha ido pareciéndome cada vez más aterrador, pero nunca ha dejado de ser increíblemente bello.

De reojo, percibo un destello de nostalgia en los ojos de Nah-la. No me puedo ni imaginar lo que siente ella al ver su hogar, tan lejos de su alcance.

Al pensar en su gente, encerrada en el otro bando de una guerra que ninguna escogimos.

Sin apenas darme cuenta, cierro el puño derecho sobre mi regazo, y aprieto con fuerza para desahogar un poco la frustración.

En cuanto los coches superan la frontera de la primera casa, un grupo de personas sale a nuestro encuentro desde una construcción que parece hacer las veces de ayuntamiento. 

Son apenas diez adultos, con las caras crispadas con preocupación, que salen del edificio entre aspavientos. 

Detenemos los vehículos en paralelo mientras ellos comienzan a rodearlos.

—¡Por fin! ¡Lo último que sabemos es que una de las lanchas ha escapado por los pelos de un ataque!

La persona que se arroja encima de Leo en cuanto salimos del coche es una mujer mayor, de unos sesenta años, con la cara congestionada por la angustia y la mano crispada contra el pecho. Lleva el pelo canoso recogido en una coleta alta, y una rebeca granate sujeta con un botón a la altura del estómago. Un aspecto tan típico y tierno que me sobrecoge al momento.

—Está bien —tranquiliza Leo, y me doy cuenta de que cada vez está más cómodo en el papel de líder—. Que uno de vosotros se suba en el coche conmigo y nos indique el camino. Nico...

—Yo iré con Sarah y Khadim —Asiente él, serio.

Todos nos volvemos a meter en los coches, y es otro hombre, bastante más joven, el que ocupa el asiento de Nico en la parte del copiloto.

—Soy Jorge —se presenta, con un asentimiento—, el alcalde del pueblo. Recibimos el aviso de que la lancha había llegado bien y os lo transmitimos, pero calculamos que el ataque está a punto de suceder.

—No si podemos evitarlo —asegura Leo mientras arranca el motor.


🐻🐻🐻


Llegamos, con las indicaciones de Jorge, a una playa que parece más que turística.

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⏰ Última actualización: 2 days ago ⏰

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Salvadora - (Invocadora #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora