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Esta vez, las transformaciones no me dejan tan agotada, por lo que puedo permitirme ir a buscar a alguien que me explique cómo va el interrogatorio del Kulua. Mientras tenga un asomo de energía, no pienso permitir que, por no estar supervisando, se pasen de la raya. 

Teniendo en cuenta lo que piensan de los Kulua, siento que hay que recordarles a menudo que también se trata de seres humanos.

—¿Habéis sacado algo en claro? —le espeto a Khadim en cuanto lo veo, sentado en el sofá del pequeño salón del hostal, leyendo el periódico.

Me mira con calma, por entre las pestañas espesas. Es tan evidente que pasa de (casi) todo que hasta escuece algunas veces.

—No. Se niega a hablar con nosotros.

Y como si considerara que no me merezco más palabras que esas, vuelve la vista de nuevo al periódico que sostiene entre las manos.

Le doy un manotazo al papel que hace que vuelva a mirarme, esta vez molesto.

—¿No sabéis ni cómo se llama?

—No nos interesa cómo se llama. Es un Kulua. Para nosotros, no tiene nombre. No importa.

Sus palabras se me quedan clavadas en el cerebro, así como la serenidad con la que las dice.

En ese momento, siento la esencia de Leo entrar en la sala. Me giro directamente para hablarle:

—Quiero verle —exijo.

—¿A quién?

Parpadeo, porque encontrarme con él siempre me requiere un segundo de asimilación. Leo está como siempre: es decir, guapísimo. A medida que se va acercando el verano, va cambiando de sus camisas oscuras a camisetas del mismo color, que se le abrazan al pecho y le marcan los pectorales. Y eso me parece: fatal. Muy malo para mi salud. Fatal para mi pensamiento. Y mortal para mi toma de decisiones.

Y ya ni te digo cómo me afecta a mi capacidad de mantenerme seria y autoritaria, así que hago un esfuerzo enorme por mirarle solo a los ojos.

—Al Kulua. Al rehén. Quiero verle. 

Frunce el ceño y ya estoy elaborando mentalmente una respuesta a su negativa cuando asiente:

—Está bien. Quizá sí hable contigo.

Echa a andar en dirección contraria, como si lo que hubiera venido a hacer al salón ya no tuviera importancia. Tardo un segundo en reaccionar y seguirle, nuestros pasos resonando por el enorme pasillo del hostal.

—¿Estás bien? —le pregunto, sin poder contenerme.

—Yo siempre estoy bien —se limita a contestar, en tono bajo.

—Eso es mentira. Ahora mismo estás... alterado.

Me mira de reojo, y tarda un poco en contestar:

—Eso es porque estoy contigo.

Tengo que parpadear varias veces para enfrentarme a la realidad de que, en efecto, esas palabras han salido de su boca. En medio del pasillo, donde cualquiera podría oírle.

Sobre todo, donde podría oírle yo.

—Ten cuidado, Leo, cualquiera se pensaría que te gusto.

Sonríe con tristeza.

—No puedes gustarme, Lara. Eres de mi hermano.

Nos detenemos ante una puerta cerrada. Leo posa su mano sobre el picaporte y yo hago lo propio sobre la suya, para detenerle un segundo más. Cuando nuestras pieles se rozan, un escalofrío amenaza con distraerme. Pero lo que tengo que decirle es demasiado importante.

Salvadora - (Invocadora #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora