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Paso buena parte del día durmiendo, recuperando energía. No estoy segura de necesitarlo al cien por cien, pero si voy a hacer otra transformación por la noche, lo mejor que puedo hacer es tratar de prepararme lo mejor posible para no espicharla a la primera de cambio.

Tengo más... fuerza, pero también más miedo. Quizá esa es la clave. Quizá eso sea madurar.

En los periodos en los que estoy a medio camino entre el sueño y la vigilia, escucho retazos de conversaciones. Los hermanos se turnan para venir a comprobar mi estado, discuten en voz baja sobre algo que no llego a escuchar.

 A la hora de comer, es Raquel la que aparece con una pizza, que nos comemos juntas en un silencio que agradezco sobremanera. Cuando me vuelvo a dormir, se queda. Se tumba a los pies de mi cama, casi como un perrito guardián, y aunque se duerme sus ronquidos no me molestan. En cierto modo, me tranquilizan, porque sé que hay alguien ahí y que no estoy sola. Ahora mismo, Raquel es la presencia más calmada de todo el hostal, lo cual resulta cuanto menos curioso.

A través de la ventana de la habitación, escucho las primeras transformaciones de las tres personas que he convertido esta mañana. Escucho también a Leo dando órdenes, a Nico yéndose con ellos al bosque para que cojan soltura en sus nuevos y gigantescos cuerpos. Supongo que Sarah y Khadim también se habrán unido, y por un segundo siento un ramalazo de lástima, porque me hubiese gustado poder al menos asomarme a la ventana para ver el espectáculo.

Creo que estoy demasiado desconectada del hecho de que transformo a la peña en bestias gigantes y aterradoras, y en que eso en el fondo... mola bastante. No sé.

Para cuando llegan las nueve, me despierto yo sola sintiéndome como si hubiera salido de una hibernación (y supongo que es bastante apropiado en este contexto), Raquel y yo nos aseamos (cada una en su cuarto) y bajamos juntas a cenar.

Al bajar, todas las miradas están puestas sobre mí: las de los nuevos transformados, que me observan como si fuera una Diosa a la que rezar; las de Sarah y Khadim, con silenciosa aprobación por primera vez desde que nos conocemos, y Nico y Leo con una preocupación muy parecida. Les insisto en que estoy bien, porque la verdad es que solo me siento un poco cansada, pero que estoy totalmente preparada para la "segunda ronda".

Insisten en que me termine hasta la última cucharada del cocido que ha preparado la señora del hostal (que está buenísimo) y mientras ceno, llamo a mi madre (que pone el altavoz para que Cris pueda escucharme también) y les informo de lo que ha pasado hasta ahora. En cierto momento, se escucha a Daniel refunfuñar de fondo, pero no le doy importancia. Me reconforta escuchar a mi familia, me da esas últimas fuerzas que necesito para lo que tengo que hacer.

Media hora más tarde, tengo un deja-vu gigantesco al encontrarme en el mismo sótano, con otras tres personas. En esta ocasión, dos hombres y una mujer. 

Solo que en esta ocasión, el que está a mi lado no es Leo, sino Nico.

Y lo que proviene de su esencia no tiene nada que ver con la turbulenta masa que se sacude siempre dentro de su hermano mayor... solo es muchísima gratitud. Como si se sintiera sumamente afortunado por estar haciendo esto conmigo. Y eso me encoge el corazón un poco más.

—Me ha dicho Leo que solo se trata de darte la mano y dejar que utilices también mi esencia —comenta, animado, sus ojos azules brillando.

Asiento y le sonrío con tranquilidad.

—Prometo no quitarte mucho.

—Tú puedes quitarme lo que quieras. Ya soy tuyo.

Me pongo colorada de golpe y mi corazón da un latido más fuerte de lo habitual. Si bien lo que siento por su hermano es... potente, no soy inmune a que un chico tan atractivo me diga esta clase de cosas. No podría serlo.

Salvadora - (Invocadora #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora