QUÉ EXTRAÑO.

2 2 0
                                    


  Miriam tardo más de una hora en llegar a su casa. Estaba sentada en un taburete de su cocina con un cigarrillo en mano y un vaso de agua en la otra. Había llegado con hambre y mientras esperaba a que la cena llegara, rememoró la conversación que había tenido con Virginia en el taxi de vuelta a casa aquella tarde, después de despedirse de mí.
- Hola, Virginia.
- Pensé que no me llamarías.
- No quiero que malinterpretes lo que sucedió anoche.
- No te preocupes. Simplemente lo pasamos bien y ya está.
- Sí, sí, sí lo sé, pero la cuestión es que estoy agobiada. A ver... yo no suelo hacer estas cosas ni suelo acostarme con mujeres. Quiero decir que yo no soy lesbiana, ¿sabes? –aclaró Miriam bajando automáticamente la voz hasta convertirla en un susurro porque el conductor del taxi había arrugado la frente y se estaba quedando K.O con la conversación.
- Sí, lo sé, ¿y?
- ¿No te importa? –preguntó Miriam con las cejas arqueadas.
- Te conozco solo de una noche, pero…
- Tienes razón, una sola noche, y no debería hacer esto que estoy haciendo, pero… Virginia es que estoy descubriendo nuevas facetas en mi vida y no pretendo que te sientas como un experimento ni nada por el estilo sólo...bueno… es que quisiera saber qué me pasa.
- ¿Qué necesitas?
- Me gustaría poder verte de nuevo para hablar.
  Miriam se puso de lado mirando la ciudad que pasaba a toda velocidad delante de sus ojos y observó de reojo que el taxista empezaba a sonreír.
- ¿Cuándo te viene bien? –preguntó Virginia a bote pronto.
- ¿Así de fácil? ¿No vas a ponerme ninguna pega?
- Lo pasé genial y me pareces una mujer muy interesante.
- Vale, pues –balbuceó cortada–. ¿El fin de semana que viene?
- Perfecto.
  Un silencio ruidoso, de esos que quieres rellenar con palabras que exigen salir de tu boca pero que por vergüenza se quedan rezagadas a media garganta, inundó el espacio entre ambas.
- Miriam...
- Dime
- Si te apetece también podemos llamarnos durante esta semana para ir rompiendo el hielo, no sé, estaría bien saber a qué atenernos, porque creo que las dos sabemos lo que pasará si nos vemos.
- Me parece bien.
  A mi amiga se le dibujó una sonrisa en el rostro cuando pensó que, quizás, no estaba todo hecho y podría experimentar de verdad lo que era tener una mujer entre sus brazos. Tenía miedo, le provocaba ansiedad el cambio, pero la curiosidad fue más fuerte que la sola idea de dejarlo pasar. Sin embargo, y curiosamente, un soniquete en su cabeza le decía que quizás a Celia no le gustara demasiado que quedara con otra mujer. Puede que se molestara y eso le preocupaba porque le importaba lo suficiente como para valorar la posibilidad de dejarlo estar y tener paciencia hasta verse. ¿El miedo? El miedo quedó enterrado por primera vez.
  El taxista paró justo en el puerto, le pagó la carrera y fue corriendo descalza y con los tacones en la mano hacia su coche. Abrió el maletero y se puso unas zapatillas, que siempre tenía guardadas para momentos de urgencia, para después de meterse en el asiento del copiloto y arrancar el motor. Miriam arrugó la nariz y se tocó la tripa. No se encontraba muy bien y las náuseas no le habían dado tregua desde que terminamos de comer. Pensó que, quizá, la resaca no ayudaba.
   Consiguió aparcar en un solo movimiento en el garaje, salió a toda velocidad, recogió la mochila y su bolso de mano y cuando fue a apearse, una arcada la sorprendió. Tuvo que agarrarse al capo para inclinarse antes de echar todo lo que tenía en el estómago. Se prometió a sí misma que las fiestas serían aplazadas por una buena temporada y tras diez minutos, en los que respiró profundamente con los ojos cerrados para calmarse, se encaminó hacia casa y se sentó directamente en el taburete de la cocina. Arrugó el ceño, se puso la mano de nuevo sobre su vientre y… acabó con la cabeza dentro del retrete. Puta resaca.
   Miriam regresó de aquellos recuerdos y se levantó para ir directa a la nevera y coger agua fresquita con la que rellenar el vaso que sostenía sobre la mano derecha. Pretendía   hacerse el remedio casero de la abuela (agua, limón, azúcar y bicarbonato). Ya estaba levantándose cuando dio un brinco al notar vibrar el teléfono en el bolsillo.
- ¿Hola?
- Soy Celia, te llamo desde el fijo. Apúntatelo –saludó de forma imperativa, cosa que a Miriam le hizo gracia.
- ¡Sí, mi general! –exclamó poniéndose tiesa con la mano como visera.
- Que graciosa estás hoy… ¿Cómo te ha ido el día?
- Tengo una resaca del copón.
- ¿Mucha fiesta?
- Sí, pero bueno, ya falta menos para que pase este día post-fiesta. Ahora estoy esperando a que me traigan la cena.
Miriam llenó un vaso con agua y le añadió el azúcar mientras sostenía el móvil entre la cabeza y el hombro
- Intuyo que bebiste mucho...
- ¡Chica lista! –ironizó–. Aunque no fui la única. Mi amiga también la cogió buena. Fuimos unas leonas.
Fue hacia el armario y agarró un limón para después volver sobre la encimera, cortarlo y escurrirlo dentro del vaso.
- ¿Soléis coger esas borracheras? –preguntó Celia de forma despectiva.
- ¿Y esa pregunta? –terminó de añadir el bicarbonato y sin darse cuenta todas las burbujas subieron de inmediato–. ¡Un segundo! –deprisa y corriendo se deslizó al fregadero y se bebió el contenido–. Ya estoy, ¿qué me decías?
- Decía que te pregunto porque quiero conocerte un poquito más mujer –mintió su compañera–. ¿Soléis salir a menudo?
- Cuando podemos y nuestros trabajos nos lo permite.
- ¿Cuántas amigas sois?
- Tres. Sofía y Saray. A Sofía la conozco desde la escuela y a Saray hace apenas unos meses, pero como si fuera de siempre.
- Entiendo.
- Menuda conversación más rara –preguntó Miriam desconcertada sentándose en el sofá.
- Me gustas Miriam y quiero saber todo lo que te rodea. Creo que es lo normal.
- Supongo –se mordisqueó la pielecilla de las uñas y preguntó –A ver, ¿qué quieres que te cuente de ellas?
- Lo que te apetezca, nena.
- Pues a ver –Miriam se acomodó en el sofá con un cigarrillo encendido y el pie bajo su culo–, Sofía es una princesa victoriana. Es muy inocente e inteligente pero también insegura. No le gusta su físico y tiene la autoestima por los suelos.
- Vaya...
- Y luego está Saray. Es preciosa la verdad, al igual que Sofía, solo que de distinta manera. Es impulsiva y amiga de sus amigas. No sé qué más decirte.
- ¿A qué se dedican?
- Sofía es directora de un gabinete multidisciplinar donde trabaja también como fisioterapeuta y Saray trabaja como cocinera en un bar de tapas, aunque realmente lo que le gusta es escribir. Y lo está haciendo con creces, pero el trabajo le resta mucho tiempo.
- Interesante.
- ¿Interesante? A ver si ahora te vas a pillar por una de ellas.
- ¿Cómo iba a hacer semejante cosa? No las conozco, Miriam –contestó Celia exasperada.
- Tampoco me preocupa, ¿sabes? Saray te daría unas buenas calabazas. Tras haber estado con una tía que la tenía amargada, ha encontrado al fin una persona que la valora como ella se merece.
- Ya…
- Se llamaba María, una tía de Barcelona que la estuvo mareando durante meses.
- Bueno, pues... en ese caso, me alegra saber que tu amiga ha encontrado algo que merezca la pena. Te tengo que dejar, hablamos en otro momento –se despidió de repente.
- ¿Estás bien? –preguntó Miriam sorprendida.
- Sí, sí, es que mi compi acaba de llegar y vamos a pedir algo para cenar.
- Ya… Pues nada, hasta mañana.
Miriam colgó algo extrañada, pero alzó los hombros y se acostó en el sofá. Sonó el timbre y cuando hubo pagado y se hubo sentado en la mesa, encendió la televisión y aprovechó para disfrutar de su momento de soledad.

UN REFLEJO PARA CADA ESPEJO. Parte 1 de la trilogía "Los espejos de Saray"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora