RESOLUCIÓN.

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  Después de llamar a Miriam y despotricar insultos por doquier, poco habitual en ella, Sofía se decidió al fin por un vestido camisero desgastado y unas medias de licra negras que se ajustaban a sus piernas ya delicadas. Optó por un calzado cómodo y se pintó más de la cuenta para disimular las ojeras que se marcaban con fuerza bajo sus ojos. Su pelo, recogido en una trenza a un lado, y como complemento sus gafas de sol y alguna joya que rescató de su cajita de madera. Después giró sobre sí misma y contempló su imagen ante el espejo.
   ¿De verdad cincuenta kilos eran muchos para una mujer que media metro sesenta y cinco? ¿Por qué le costaba tanto perder peso? Consideraba que en mayor o menor medida era una chica hermosa, con una cara angelical y unos ojos del color del mar. Nariz respingona y tez blanquita, pero con algo de color. Su cabello rubio le daba un toque jovial y femenino y su sonrisa era una delicia. Entonces, ¿cuál era el motivo de tanta imperfección? ¿Por qué no se valoraba como sabía que podía hacerlo?
En mi opinión, yo creo que cuando no eres aceptado por las personas que quieres y luchas en vano para obtener reconocimiento, un sentimiento de infravaloración se acoge a tu pecho al no sentirte suficiente a ojos del otro. Un desgaste de energía que desemboca en unos juicios muy duros sobre la persona que eres y que nada tienen que ver con la realidad porque damos más importancia al qué dirán. Y lo objetivo no tiene que ver necesariamente con la manera de vernos sino con el valor que tengamos sobre nuestra persona, ya sea por el aspecto físico o intelectual.
   Estaba claro que Sofía se juzgaba de forma negativa e intrínseca porque sus más allegados dejaron ver que no era suficiente para ellos. Hermanos con una genética envidiable y una constitución de vértigo que le recordaron todos sus defectos durante muchos años sin apenas acordarse de sus virtudes. ¿Adivinas en qué indagaban? Sí, la obesidad. Estando gorda no llegarás a ningún lago, le repetían entre otras cosas. Siendo unos referentes tan importantes como lo eran sus padres era de esperar que Sofía se viera afectada por esos comentarios. Cierto es que se rebeló con el tiempo, cansada de competir y pensando que escapar sería la única solución para que ya nada le hiciera cambiar de opinión en cuanto a sus principios. Sin embargo, el destino le puso por delante a David y sus esquemas antiguos cobraron fuerzas, apareciendo otro espejo que le recordara que había un asunto sin solucionar.
  Quedaron en un pequeño restaurante acomodado y con una decoración curiosa. Las paredes pintadas de un azul intenso claro le daban un aire oceánico al ambiente y en las distintas superficies pequeños pececillos de colores nadaban sobre las formas del mar dibujadas con esmero sobre pequeñas olas. El local estaba situado a pie de playa. Las mesitas eran redondas y sobre la superficie de mimbre había un cristal también redondo cubierto por un pequeño mantel azul y rectangular, igual de luminoso que las copas de cristal, aquellas que brillaban a cada paso hasta verlo.
   Vio a David sentado en una de las mesitas del fondo y, mientras se acercaba indecisa, se entretuvo en arreglarse el bajo del vestido.
- Hola –lo saludó retirándose un mechón de pelo cuando llegó a la mesa.
- Hola, Sofía –arrugó la frente al verla y se levantó para cederle la silla–. He pedido ya la cena, espero que no te importe.
- Está bien.
Se quedaron callados durante unos segundos. El camarero vino con una botella de vino blanco y una bandeja de ostras que dejó en el centro de la mesa. Sofía se mordió el labio mientras el chico servía en ambas copas y cuando se retiró, observó a David con una interrogación en la cara. ¿Ostras? Pensó que era una comida afrodisiaca, aunque no estaba segura.
- Sí, sé que te gusta el marisco y todo lo que provenga del mar. También he pedido de segundo trucha a la plancha.
- Está bien.
David suspiró mirando a su plato y luego alzó la cabeza para encontrarse con esos dos ojos grandes y azules que ya no desprendían tanto brillo. Dos minutos creo que contó Sofía hasta ponerse nerviosa por el mutismo de su compañero.
- ¿Por qué me miras de esa manera? –preguntó rompiendo el hielo.
- ¿Por qué estás perdiendo tanto peso? –contestó él retándola con otra pregunta.
- Hemos venido aquí para hablar de nosotros y no para juzgar mi físico.
- No –respondió contundente–. No vamos a hablar de cosas que pueden quedar en segundo plano. Primero quiero saber que estás bien.
- Estoy bien –contestó pasivo-agresiva alzando el mentón para mantener esa fachada que empezaba a desquebrajarse.
- No es lo que veo...
- Cuéntame de una vez lo que ocurre, David –espetó.
- No sería sano decírtelo en las condiciones en las que te encuentras. No sé qué consecuencias puede tener en ti. Lo único que puedo adelantarte es que estoy comprometido con un asunto del que no tengo el control porque no está en mis manos zanjarlo.
Sofía sintió que el suelo se abría y en consecuencia ella caía dentro, en aquel agujero tapando toda la realidad de la que no había querido ser consciente. Una realidad que sin querer no la llenaba y la estaba afectando en todas las parcelas de su vida. Se quedó helada y a punto estuvo de coger su bolso e irse, pero David comenzó a hablar atropelladamente.
- No, no, pero no de una forma seria. Es algo… peliagudo.
- ¿Cómo que no es serio? Madre mía –y alzó los brazos sin dar crédito–. En un compromiso no hay medias tintas, David. Además –movió la cabeza de un lado a otro–, ya no se trata de tus circunstancias sino del cómo me tratas. ¿A qué viene este cambio? Antes me tratabas con respeto y últimamente te da igual mis necesidades porque antepones las tuyas sin pensar el daño que me hace. Y después vuelves a cambiar de parecer.
- Lo sé...
- ¿Lo sabes? –Sofía abrió los ojos y agarrando el bolso decidida añadió–. Mira, si no piensas darme una razón para que crea que lo nuestro puede tener una oportunidad, me iré.
- Me siento culpable, joder, Sofía. No sé qué te está ocurriendo. Es evidente que estás perdiendo peso a pasos agigantados, pero me preocupa el motivo y no quisiera ser yo la causa. ¿Tú te has visto cómo estás?
- No es asunto tuyo –dijo ella con hilo de voz recolocándose la servilleta sobre las rodillas–, pero sí te voy a contar mi versión, porque estoy harta de que no me escuches ni me tomes en serio con tus juegos.
- ¿Yo juego contigo? –se sorprendió David apoyando los codos en la mesa.
- ¿No entiendes que me has arruinado la vida? Si no lo entiendes te lo explicaré, porque ya no me quedan argumentos ni explicaciones para darle forma a lo nuestro –se quedaron mudos durante unos segundos y Sofía suspiró antes de añadir más comedida–. ¿Sabes? –y sonrió–. Cuando nos conocimos y viniste a trabajar con nosotros me pareciste un buen chico. Eras tan… agradable, simpático y honesto. Admiraba tu trabajo y cómo te responsabilizabas de todo incluso de aquellos temas que no te incumbían pero que me ayudabas a solucionar. Nunca creí que fueras a entrar en mi vida de esa manera. Yo te miraba con buenos ojos, con los ojos de una compañera que aprende día a día de su alma gemela, esa media naranja que ya eras sin ser yo consciente de que empezabas a gustarme. Después me invitaste a tomar un café en el bar de la esquina y –movió la cabeza con la mirada en su plato–, hubo un cambio en mi forma de verte después de acostarnos aquella noche. Empecé a fijarme más en aquellos detalles que eran desapercibidos para otros. Adoraba la forma que tenías de ponerte el café por las mañanas y me parecía curioso cómo te cambiabas la camisa justo antes de trabajar. Me sentía encandilada y así estuve atrapada en tu mirada hasta que llegó aquel beso. Ese dulce beso y a la vez pasional que me diste en el cuartillo y que me negaste en nuestra primera noche juntos. No sé lo que ocurrió, pero en aquel momento el tiempo se paró y nos quedamos nosotros en medio de una tranquilidad antes desconocida para mí porque te deseaba y mi corazón te necesitaba. Entonces fuimos acercándonos, viéndonos y conociéndonos más concienzudamente hasta que cambiaste. Todo lo que había conocido se esfumó y quedó una simple sombra que apenas recuerdo, pero que mantengo en mi memoria intacta mientras pienso en lo tarde que he llegado porque –respiró hondo con los ojos cerrados y cuando los abrió, se quedó mirándolo con tristeza–, estoy enamorada de ti.
  Sofía se tapó la cara un momento sin estropear el maquillaje e intentando evitar que las lágrimas resbalaran por sus mejillas, pero no logró su cometido y se le escapó un sollozo. David arqueó una ceja y luego arrugó la frente, desconcertado. Estaba claro que algo intuía, pero no esperaba que fuera algo tan serio como lo que acababa de escuchar. Enamorada... Él no estaba preparado para una relación ni tampoco se lo planteó porque su situación era delicada y ahora no podía contarle a Sofía lo ocurrido y menos después de esto. La destrozaría.
- No sé qué decir –contestó David frotándose la frente con vehemencia–. Reconozco que algo esperaba, pero que me lo dijeras tan abiertamente... –apoyo los codos en la mesa y arrugó la frente–. Hay una cosa que se me escapa. ¿Qué tienes que ver el que te hayas enamorado de mí con el hecho de haber perdido peso?
- Qué obtuso eres –Sofía puso los ojos en blanco–. Todo tiene que ver. Yo nunca me he tenido en buena estima porque siempre he sufrido complejos… La cuestión radica en que cuando empezaste a interesarte en mí, yo no me lo podía creer porque no era lo considerado como normal, al menos en la sociedad. Las rellenitas no somos bien recibidas dentro de los cánones de belleza socialmente aceptados y…
- Eso es una tontería –la cortó–. ¿Cómo que no entras dentro de los esquemas sociales establecidos? Cada persona se acuesta con quien quiere independientemente del tipo de persona que sea. Aquí la sociedad no importa, de hecho, es que no tiene sentido –se quejó exasperado.
- ¡No lo entiendes! –Sofía levantó las manos hacía arriba perdiendo la paciencia–. Es imposible que un hombre como tú pueda enamorarse de alguien como yo. ¡Mírame!
  David abrió mucho los ojos y entendió lo que Sofía quería decirle. No disimuló su desaprobación moviendo la cabeza de un lado a otro sin dar crédito.
- Creo que me idealizas.
- No, no lo hago –dijo Sofía con un hilo de voz.
- Nunca he estado con una chica como tú, pero eso no significa que sea superficial o sea así para todo el mundo. Solo te aconsejaba que perdieras peso porque se veía a leguas que no te querías nada. De hecho, es que no te quieres una mierda y te sientes acomplejada.
- Tú mereces algo mejor.
- Me parece que se trata más de una paranoia que te has montado en la cabeza que de la realidad. Eso no es sano, Sofía.
- ¡No soy ninguna paranoica! Por tu culpa he dejado de comer y disfrutar de las cosas que me gustan. Me siento débil y cansada y… –Sofía sintió ahogarse y dejó de luchar contra sus emociones para empezar a llorar desconsoladamente.
- ¡No me culpes a mí! Si has dejado de comer no me corresponde a mí responsabilizarme.
- Sí, si te corresponde porque he sido una tonta pensando que querías algo serio conmigo. Me tratas muy mal y me rechazas en público. ¡Nunca hemos hecho nada juntos y solo te has molestado en follarme duro y rápido sin pararte a pensar en cómo me sentía yo! ¡Incluso llegué a pensar que me lo merecía!
- Joder, Sofía, joder –esto último había sido como una bofetada para David porque sabía perfectamente que lo había jodido todo con aquella decisión–. Nunca pensé que… A ver, ya te pedí disculpas y volvería a hacerlo las veces que hiciera falta, pero... me sueltas todo estoy y me dejas descolocado.
- Hice lo que tenía que hacer para estar a tu altura y no te avergonzaras de ir conmigo cogido de la mano. Debía adelgazar y ser como las demás porque un chico como tú... se merece más.
- No estás en tus cabales.
- ¿Qué insinúas? –preguntó con un tono repipi.
- No insinuó, Sofía. Te lo afirmó. No estás siendo razonable. No estás bien, Sofía. ¡Nadie del gabinete te ve bien!
- Claro que estoy bien.
- ¡No, joder!¡No estás bien! –levantó tanto la voz que varias personas se giraron arrugando la frente, si es que no lo habían hecho ya porque la conversación fue subiendo de tono a medida que entraban en materia.
  Las ostras seguían intactas y frías en la bandeja y las copas de vino permanecían impasibles delante de sus ojos. Sofía no pudo más con la presión y agarró su copa para beberse de un trago el contenido. Después la rellenó de nuevo y repitió el mismo gesto hasta tres veces cuando David la paró.
- No seas niña. La bebida no es la solución –le espetó.
- No me digas lo que tengo que hacer... ¡Gilipollas!
  Se levantó de golpe y fue hacia la barra del restaurante para pedirse un cubata dejando a David perplejo. Ella siempre se caracterizó por ser educada, culta, envidiable a nuestros ojos y aquella Sofía distaba mucho de la chica que David había conocido. Mientras el camarero se lo preparaba notó como él se acomodaba a su lado y se acercaba a su oído.
- No montes ningún drama, Sofía. Ya está bien.
- Aparte de follar de pena y no respetarme, ¿vas a mandarme y decirme lo que tengo o no que hacer?
David se quedó descolocado y se apartó un momento con los ojos entornados.
- Hoy me has dejado claro que estás comprometido y que no quieres nada conmigo. A saber, qué te traes entre manos. Vete y no vuelvas porque el amor que siento por ti lo curará el tiempo y tú dejarás de hacerme sufrir. Adiós.
  Sofía resultó dramática en ese momento, pero no se sintió mal por el espectáculo que estaba dando porque por fin se había liberado y no tenía miedo. Después de empujar a David con la cadera para hacerse hueco en la barra, se giró, se bebió el cubata de un trago, hizo un gesto al camarero para indicarle que quien pagaba la cena era el hombre que tenía a su lado y se fue hacía la máquina de tabaco.
Cuando salió fuera se sentía mareada y desorientada. Miraba a todos los lados y no conseguía enfocar bien la vista. Todo el mundo sabe que a las anoréxicas les sube el alcohol más deprisa que al resto. Por eso, rebuscó en su bolso todo el contenido hasta dar con el móvil y cuando ya estaba pulsando la tecla de llamada para llamarme, David la agarró por la cintura con fuerza y la alzó hacía arriba, obligándola a entrar en el coche que estaba justo en la esquina.
- ¡¡Suéltame!! –gritó dando patadas en el aire–. ¡Te juro que voy a chillar más alto como no me sueltes, capullo engreído, te juro que lo hago!
- Haz lo que tengas que hacer, pero tú sola y en tu estado no vas a irte a ninguna parte.
  Consiguió meterla a trompicones y ponerle el cinturón mientras forcejeaban cuando David recibió un escupitajo en la cara. Se quedó observándola con una mirada indescifrable y después de limpiarse, con la mirada fija en ella, dijo:
- Como vuelvas a hacer eso te juro que te llevo a casa y te follo hasta dejarte sin aliento.
  Se mantuvieron la mirada cerca a unos milímetros del otro, retándose. ¿Quién iba a decir que Sofía abriría la caja de pandora por fin? Ella consideraba que los hombres debían ser elegantes y pacientes con la mujer antes de consumar y nosotras unas excelentes novias. El hombre era quien debía conquistar y encandilar a su futura esposa y la mujer debía hacerse de rogar hasta que la otra parte fuera fiable para dejarse llevar. Basta decir que el tema de los escupitajos eran pautas de comportamiento que no entraban en su estilo de vida. Puede que la causa fuese la melopea del carajo que llevaba o, quizás, el calentón que tenía en el cuerpo en aquel momento, pero todo se había precipitado y la ira y el rencor fue el punto principal de su desencuentro.
  Sofía era una caja de sorpresas de la que nunca esperas una reacción coherente y en ese momento el raciocinio había sido sepultado bajo capas y capas de rencor. Estaba al límite. Odiaba todo lo que había callado y se lamentaba de su vida en general. Desde las imposiciones y restricciones en casa de sus padres, pasando por su constitución genética y terminando por la envidia que le despertaba Miriam. El amor no correspondido fue la gota que colmó el vaso y la caja de pandora se había abierto haciendo que todo ese remolino de sentimientos rompiera con los límites hasta abrir su carácter de par en par. Una Sofía potente, decidida y segura de sí misma que había encerrado tantos años atrás empezaba a despegar el vuelo. Quería ser mala, hablar claro, dejar argumentos en el aire que lo dejaran sin nada que decir, pero la mente la tenía embotada por la flojera que llevaba a cuestas. Y aunque ya se le veían ojeras muy marcadas alrededor de sus ojos y su pelo parecía esparto por no brillar con la misma intensidad del sol, no dejó de luchar contra David, provocando que su corazón produjera ciertas arritmias continuas que no le daban tregua.
  David consiguió meterse en el coche todo lo tranquilo que le permitieron sus pasos y condujo con cierta agresividad hasta llegar a casa de Sofía. Estaba cansado de su situación y de tener limitaciones por todas partes. Él la quería, pero no de la misma manera que ella deseaba. La razón no era su físico sino, que, al no permitirse implicarse más de lo estrictamente necesario, nunca tuvo oportunidad de enamorarse. Su físico le importaba una mierda. Sofía era luz, bondad, generosidad, correcta, buena persona, dulce e inocente. Esa inocencia que tanto le gustó cuando la descubrió detrás de la mesa del escritorio. En cambio, ahora todo se había vuelto una vulgar descarada dejando de lado sus obligaciones y echando a perder su vida por una obsesión enfermiza que tenía incrustada desde pequeña tapada con cemento.
  Aquella noche, y después de un café, David la mimo con un baño caliente en el que roció jabón y sales minerales. Antes puso velas pequeñitas alrededor de la bañera y desnudo a Sofía con cuidado, intentando no hacer mucha presión sobre su piel, que la tenía seca y agrietada y con algo de lupus, aunque mantuviera parte de su masa muscular. La besó en los labios cuando ella fue a decirle que lo quería y la fue sumergiendo en la bañera poco a poco. Después preparó la cena con lo que tenía a mano, pechugas y una ensalada con lechuga y tomate, y volvió sobre sus pasos para envolverla en una toalla. La secó con sumo cuidado y aplicó crema por todo su cuerpo para hidratarla. Cuando la hubo vestido y secado el pelo, cenaron y solo quedó el silencio, con ella encima de su pecho y David pensando en lo gilipollas que había sido.
- ¿Por qué no supimos hacer bien las cosas? –preguntó Sofía con un hilo de voz.
Él agachó la cabeza para mirarla y la envolvió con sus brazos ante de añadir lo siguiente:
- Me hiciste daño. No soy un buen hombre cuando me vuelvo rencoroso. Por eso intenté mantenerte alejada, pero no pude evitar preocuparme. Estas muy demacrada...
- Te he pedido disculpas tantas veces que ya no sé qué hacer para que me creas.
David se incorporó, dejándola a un lado, y se frotó asiduamente la cara.
- Me mentiste.
- Pero fue una mentira piadosa –intentó justificarse ella.
- No me dijiste que eras virgen cuando nos acostamos por primera vez, joder. ¿Eso es una mentira piadosa?
- Si te lo hubiera confesado no me hubieras ni tocado.
David rebufó y se levantó de un salto.
- Mira, no puedo... cada vez que tocamos el tema me pongo enfermo, joder.
- Pero...
- Me voy. Ya hablaremos –zanjó él.
David se dirigió a la puerta y se quedó unos segundos parado de espaldas a ella cerrando los ojos e intentando convencerse para dar la vuelta y decirle la verdad a Sofía, pero algo tiraba de él hacia la salida y se fue sin mirar atrás.


UN REFLEJO PARA CADA ESPEJO. Parte 1 de la trilogía "Los espejos de Saray"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora