El sol iluminaba toda la estancia y cuando intenté abrir los ojos lentamente, los cerré de inmediato conforme la luz me dio de lleno en la cara. Me sentía mareada, la habitación no paraba de dar vueltas y un martilleo taladraba mi cabeza justo en el centro de mi cerebelo. Además, me encontraba tumbada boca abajo, en bragas y sujetador, con la boca pastosa y algunas legañas. Aunque lo peor fue cuando bostecé y un tufo llegó hasta mis fosas nasales para provocarme una arcada, lo que no mejoró mi estado. Madre del amor hermoso, el aliento me olía como un pozo y mi estómago rugía como un león hambriento apunto de aterrizar sobre su presa.
Me vino un olor delicioso que reptó sinuoso por las sábanas cuando Anastasia apareció y se apoyó en el pomo de la puerta mirándome seria… muy seria. Llevaba unos pantalones cortos de deporte y una camiseta de manga corta. Me quedé ensimismada viendo como se le marcaba la tableta de chocolate bajo la fina camisa de algodón. La fortaleza de sus músculos, cuando los flexionó para cruzar los brazos, me pusieron febril y los labios carnosos, los cuales se mordió al mirarme, hicieron de mis bragas un gurullo caldeado y empapado. Libido activa en tres, dos, uno…
- Hola –sonreí–. ¿Te acuestas un ratito conmigo? –dije sentándome de golpe con las piernas cruzadas.
- La comida está en la mesa.
Se dio media vuelta y se marchó hacia el salón dejándome allí plantada sin saber qué hacer porque los remordimientos me hacían sentir muy culpable y porque en el fondo algo, dentro de mi intuitiva mente, me decía que no estaba haciendo las cosas bien, desviándome por el camino que había seguido hasta ahora. Era evidente que fumaba demasiado, comía demasiado y ahora las fiestas… Además, como ya comenté, no trabajaba con ganas y lo peor era que la novela se había quedado estancada por el gurruño de ideas que, quedándose colapsadas y mezcladas en una masa compacta de pensamientos, no motivaron a las musas para tan siquiera poder darme algo bueno para escribir. Es evidente que mi vida personal... mejoraba, haciéndome sentir cada vez mejor conmigo misma, pero había cuestiones que a Anastasia no la apañaban. Sexo, Dios, necesitaba sexo… Y era normal.
Me levanté, cogí una camiseta de manga corta que Anastasia tenía tirada en el armario y me fui a la ducha. Dejé que el agua fría calmara mi ánimo y la pequeña ansiedad que estaba creciendo en mi pecho y cuando terminé, me puse la camiseta por encima del sujetador y me lave los dientes dos veces. Intenté quitarme el maquillaje, pero al no haber toallitas, utilicé las normales, dejándome la cara como un estropajo, así que me apliqué un poco de crema.
Cuando estuve lista me acordé de Miriam. Madre mía, que loca. Estaba claro que quería experimentar cosas nuevas, pero podría haberlo hecho de otra manera. Ahora mismo me la imaginaba comiéndose las uñas y fingiendo una resaca lo suficientemente grande para salir huyendo de allí.
Salí del aseo y me senté en el sofá. Anastasia había preparado la mesa elegantemente y con bastante comida para un regimiento. Pollo asado con patatas (su especialidad), huevos rellenos, chopitos, agua y zumo de naranja. Qué rico, pensé antes de encenderme un cigarrillo y asomarme a la cocina de puntillas.
- Me he puesto una camiseta tuya. Espero que no te importe.
- Saray, déjate de tonterías –dijo con impaciencia sin mirarme–. Ya sabes que puedes coger lo que quieras.
- Estás enfadada –afirmé rodeándome la cintura con la mano que tenía libre mientras con la otra me acercaba el cigarrillo a la boca.
- Más que enfadada me siento decepcionada. No entiendo todos estos panoramas que suceden cuando te juntas con tus amigas. Ayer vinisteis en un estado que… –movió la cabeza con desaprobación–, que me dio vergüenza hasta a mí.
- Lo siento...
- Ahora no es momento de hablarlo, después, ¿vale?
Asentí y me acerqué a ella para rodearle la cintura con un brazo. Dejé un beso en su nariz y movió la cabeza de un lado a otro con un suspiro.
- Dime, ¿qué voy a hacer contigo? –preguntó con una sonrisa triste.
- Pues se me ocurren un par de cosas –dije sugerente–. A ver, Miriam está confusa. ¿No te acuerdas de cuando te diste cuenta que te atraían más dos buenos melones que dos buenos cojones?
- Dios... –abrió los ojos–, me acabas de matar. Ese lenguaje es propio de Miriam, no lo hagas tuyo anda –dejó un beso en mi nariz–. Claro que lo recuerdo y por eso voy a mantenerme al margen, aunque si siento la necesidad de decir algo, lo haré. Me cae bien, ¿sabes?, pero creo que no está haciendo las cosas como es debido.
- Está en el proceso... –dije apagando el cigarrillo en el fregadero.
- Sí, como tú y no quiero que te desvíes, cariño. Cuando te conocí luchabas por unos sueños y unas metas. No lo olvides, por favor –asentí y le di un beso antes de darme la vuelta, pero ella me agarró del brazo y añadió–. Todavía nos queda una conversación pendiente.
Puse los ojos en blanco y me dirigí hacía el comedor. Cuando ya me estaba encendiendo el segundo cigarrillo de ese día la puerta de enfrente a nuestra habitación se abrió y apareció Miriam con una cara desencajada que en su lenguaje significaba: mírame, pero no me hables. Tenía pinta de no haber descansado nada. Pelo revuelto, un ojo cerrado y su mano como visera para evitar quedarse ciega por la iluminación de la estancia, el vestido manchado de algo que prefiero no pensar de dónde provenía, corramos un tupido (estúpido) velo, y el maquillaje totalmente corrido. Además, arrastraba los pies como si le pesarán un quintal. Se sentó a mi lado y se recostó.
- Por favor –dijo tocándose la frente–, dime que anoche, sin darnos cuenta, nos colaron en la bebida éxtasis o cualquier otra droga que nos pusiera lo suficientemente cachondas como para acabar con una tía en mi cama, desnuda y agarrándome una teta.
Me reí por lo bajini y me puse la mano en el puente de la nariz antes de decir:
- Cariño –comencé a decir palmeando su pierna–, me parece que decidiste probar cosas nuevas y preferiste ponerte hasta el culo y meterle mano a la primera que se te puso a tiro.
- ¿Meterle mano? Más bien le metió de todo y por todos los lados porque no veas el escándalo que armasteis cuando llegamos –Anastasia apareció con dos paracetamoles y nos lo dejó encima de la mesa–. Aquí os dejo esto. Os recomiendo que lo toméis con zumo de naranja; el efecto será más rápido.
- ¡¡¡Dios te lo bendiga con muchos hijos!!! –Anastasia sonrió y Miriam se quedó pensativa–. Aunque al paso que vais... ¡ay! ¿Por qué me pegas?
- Porque tienes la boca como un buzón de correos –la reprendí.
- Tampoco iba a decir nada inapropiado.
La fulminé con la mirada y ella claudicó con inocencia haciendo un puchero para añadir después:
- Gracias, Anastasia, y disculpa por lo de anoche. No estaba en condiciones de coger el coche.
Mi chica movió la mano como no dándole importancia y Miriam se puso la pastilla en la palma y se la tiró a la boca mientras con la otra cogía el cartón de zumo.
- Podrías utilizar un vaso al menos ¿no? –me quejé.
- Saray, dame una tregua. Estoy que no me tengo en pie y encima no me acuerdo de nada –dijo tocándose la frente teatralmente sentándose de golpe en el sofá–. Esto es penoso. ¿Me he acostado con una tía de verdad? ¡Era lo único que me quedaba por probar para averiguar si me gustaban las mujeres y no lo recuerdo!
La cogí por los hombros y la abracé para que se recostara en mi regazo. Me daba tanta lástima. Ella, que siempre tenía la sartén por el mango, ella que siempre sabía capear el temporal, ella que creía conocerse más de lo que realmente el tiempo le dio a entender. Porque el tiempo cura las heridas, pero, ¿qué se hace cuando miras a otro lado?
- Aunque no sea asunto mío –Anastasia me miró para luego dirigirse a Miriam –cuando os vi anoche tan acarameladas entendí que el coqueteo con ella en el Suka no había sido pasajero. No creí que pudieras tomártelo tan en serio.
- Yo también pensaba que era una tontería y que se me pasaría en dos días –dijo Miriam acurrucada entre mis brazos–, pero luego vinieron aquellos pensamientos tan eróticos y el agua estaba tan calentita mientras me daba ese baño tan relajante, que me puse como una moto y me hice un apaño pensando en la tía que me sirve el café todas las mañanas. Pero, no te creas, –dijo alzando la mano–, un apaño de los buenos, de esos de tocarse los pezones y esas cosas.
- Por favor –me quejé mientras le daba un codazo–. Anastasia no necesita tantos detalles.
Mi chica se había puesto colorada como un pimiento y se mordía el labio mientras sonreía con la cabeza agachada.
- Pues te diré que, arriesgándome a llevarme un rapapolvo –advirtió Anastasia mirándome de reojo–, lo que te ha pasado era algo que tu amiga ya intuía desde hacía un tiempo, pero como dabas señales contradictorias pues la tenías un poco perdida.
- ¿En serio? –me preguntó Miriam mirándome de reojo.
- Yo... – hice una mueca y miré hacia otro lado.
- Estaba preocupaba por si no sabías gestionarlo –intervino Anastasia de nuevo–. Ya me ha dicho que te cuesta hacerlo con algunas cosas, aunque por la mancha que vemos en tu vestido –sonrió irónicamente–, creo que anoche no tuviste que darle muchas vueltas.
Mi amiga se levantó y se sentó en la mesa con cara de circunstancia y nosotras empezamos a descojonarnos de la risa, cogiéndonos por la cintura.
- Cariño... –empecé a decir cuando me calmé–, eres tan graciosa... ¿Sabes que cuando nos quedemos a solas te voy a poner los ovarios de pendientes? –dije con una fingida sonrisa.
- Amorcito, ¿sabes que me has despertado a las tantas de la madrugada cuando estaba disfrutando de un sueño reparador? –me respondió con una misma sonrisita.
- Corazoncitos –reclamó la atención Miriam simulando la misma expresión–, ¿podéis dejar las directas para otra ocasión?
Me deslicé hasta las piernas de la que era mi chica y ella me rodeó la cintura con ternura mientras nos mirábamos. Miriam puso los ojos en blanco y movió la cabeza mientras pinchaba un chopito tras otro y se llenaba la boca.
- No tengo la más remota idea de qué voy a hacer –farfulló.
Volvió a meterse otro chopito y otro y unos cuantos más hasta tener la boca como un hámster a punto de reventar. Anastasia acercó su silla a la de ella y yo me levanté con una mueca para sentarme en la que había al lado.
- Anda, ven aquí loquita –Anastasia se acercó hacia ella y, rodeándole los hombros con el brazo, le dio un beso en cada mejilla abultada–. Las dudas son muy malas, pero pronto conseguirás las respuestas que buscas. Solo tienes que gestionar las emociones y evitar que te desborden.
- Déjate de tanta palabrería fina. Se trata de saber qué coño me pasa. Que tampoco hablamos de una enfermedad ni de que me haya salido una cana en el potorro.
- ¿Por qué no me preguntaste? Podría haberte ayudado –reproché sutilmente mientras me rellenaba el vaso de zumo. Miriam puso los ojos en blanco y siguió pinchando los pocos chopitos que quedaban–. ¿No vas a contestarme?
- ¿Qué quieres que te diga, Saray?
- Pues, no sé. Algo así como “Mira, Saray, me cagué viva y no quise preocuparos”. Por ejemplo.
Haciendo un paréntesis y queriendo ser sincera, me hubiera encantado que me pidiera consejo o que me preguntara sobre mi descubrimiento en este sentido. Soy de esas chicas que, cuando ven a alguien llorar o pasarlo mal, arropan con la intención de sanar a través del sentimiento. También, cuando me piden consejo, suelo dar opciones con coherencia, sabiendo que las cosas vividas por la persona que me lo pide ya han sido registradas en mis experiencias para poder aprender de ellas. Sin embargo, sé por qué Miriam no lo hizo. Las tres teníamos algo de eso.
A veces el orgullo, la tenacidad y la obstinación son cualidades que restan en lugar de sumar. El orgullo hace que mantengas una postura por encima de todo, incluso sabiendo que te estás equivocando. La tenacidad te obliga a oponer resistencia a cualquier ruptura que tenga que ver sobre unos principios y la obstinación hace que te mantengas en tu sitio sin necesidad de reconocer los errores. La tendencia que uno tiene a retener ciertas creencias para mantener la zona de confort intacta y evitar cambios es algo poco saludable. Sin contar que el desapego de ciertas emociones es difícil de superar, sobre todo cuando te has pasado media vida dando a entender a los demás que todo te da igual y que no hay nada que te haga perder los papeles.
Miriam tenía todas las papeletas. No quería parecer débil ni sentirse vulnerable por tratar un tema que desconocía y menos después de tanto presumir sobre las vergas de sus compañeros... Sofía se resistía a cambiar su patrón de comportamiento, aquel que la llevaba al baño cada vez tenía remordimientos, porque, aunque poco le sirvió para volar en el pasado, ahora creía que sería un refuerzo y una motivación para mantener a David a su lado. Pero se estaba hundiendo. Y yo, me resignaba, aun habiéndome liberado un poco, por miedo a tener una caída libre que me llevara otra vez a las adicciones del pasado. Así éramos, obstinadas, tenaces y orgullosas y por ello Miriam emprendió el camino en solitario.
- Tú ya tienes tus rollos, que no son pocos, y no me apetecía que me dijeras que se me estaba yendo la olla –me dijo desviando mi atención hacia ella.
- A ver –Anastasia me tocó el brazo para que la dejara hablar–, ¿ya no te gustan los hombres?
Miriam la miró de reojo y, masticando, pensó en la respuesta.
- Me dejan una sensación incómoda cuando terminamos de follar –dijo después de tragar, contestación que dejó pestañeando a mi compañera por su falta de filtro–. Una sensación que antes no estaba. Disfruto con el orgasmo, pero las mujeres se me antojan más delicadas, ¿sabes? Me gusta imaginarlas entre mis brazos. Estuve durante meses fijándome en el terso trasero de Irina, después el orgasmo que me provocaban Jorge y Sergio dejó de ser importante, además de que no me excitaba con tanta facilidad, y estando metida en una bañera, masturbándome con Irina en mis pensamientos, me dije que tenía que hacer algo. Así que me registré en la aplicación de Brenda y conocí a Celia y creo que… me estoy encoñando.
- Estás adoptando el rol de machito –dije convencida.
- ¿Por qué no te vas un rato a cagar? –y alzó el dedo corazón en alto.
- Miriam, te lo digo en serio. Quizás hayas perdido el interés en que te dominen.
Arrugó la frente y me miró.
- Puede que tengas razón, pero recuerda que la que tiene la sartén por el mango en todas las relaciones soy yo –y dicho esto se metió otro chopito con chulería.
- ¿La tal Virginia sigue durmiendo? –preguntó Anastasia intentando cambiar de tema.
- Voy a ver…
Miriam desapareció tras la puerta y alcé la vista hacia Anastasia, que parecía cansada y…seria. NO me atreví a preguntar.
- Después hablaremos –me dijo contestando a mi pregunta antes de empezar a comer.
Virginia salió de la habitación ya vestida y se despidió de nosotras dándonos las gracias por haber podido dormir allí. No quiso comer y lo agradecí; hubiera sido muy incómodo, pero más para Miriam. Después de una sobremesa de hora y media, ayudamos a Anastasia a recoger y Miriam se fue a dormir un rato, argumentando que debía volverse al sueño y convencerse de que lo ocurrido la noche anterior había sido realmente un sueño. Yo me quedé fuera fumando un cigarrillo y cuando entré, Anastasia ya estaba roncando en el sofá. Suspiré, le di un beso en la mejilla y me recosté en el otro.
Cuando Miriam se acostó en la cama, que momentos antes había compartido con Virginia, estaba cansada y confusa. Ella sabía que era liberal pero nunca pensó en sobrepasar ciertos límites. Tenía un largo recorrido a sus espaldas y nunca se le pasó por la a cabeza la idea de acostarse con una mujer por muy libertina o loca que pareciera. Quizás, algún pico con Sofía o conmigo, pero nada de forma tan seria como lo de anoche.
La cuestión es que ya no le quedaba nada que aprender de los hombres porque lo sabía prácticamente todo. Las posturas inimaginables (Kama Sutra), los besos (con lengua, sin lengua, de tornillo), la sensación de un orgasmo rápido (otro penoso), otro despacio, la marcha atrás, un poco de sado... Nunca tuvo novio ni pensó en tenerlo y las ataduras no la seducían, porque si algún día se atrevía a confiar en una persona, tendría que estar muy segura de saber que era "él" la persona. Bueno o "ella". ¿Y si... con una mujer podía encontrar la felicidad? No, no se veía cogida de la mano de una mujer.
Después de dar un par de vueltas en la cama se decidió a no ser una cobarde. Toda su vida había sido pintada de miedos con diferentes formas respecto a la hora de tratar con los hombres y no permitiría que fuera de igual manera para con las mujeres.
Se sentó en la cama, agarró el móvil y nerviosita llamó a Virginia. Le apetecía tener una cena tranquila y poder sacar algo en claro, pero esta vez estando serena y experimentando. Al ver que no se lo cogía, se volvió a tumbar y se dijo que lo intentaría de vuelta a casa.
Sonrió y los ojos fueron cada vez más y más pesados hasta que… se despertó de sopetón sintiendo el estómago encogido. Intentó volver a dormirse, pero tenía pesadez y la resaca no la dejaba relajarse, así que se levantó de un salto y se vistió. Anastasia y yo estábamos descansando cuando se acercó sigilosamente donde yo estaba tumbada y me acarició el pelo. Abrí los ojos a malas penas.
- Saray, cariño, me voy a casa. Mañana te llamo y te cuento.
- ¿Qué tienes que contarme? –dije frotándome los ojos como una niña chica.
- Quiero llamar a Virginia para pedirle que cene conmigo, pero no sé cuándo será. Quizá me dé calabazas. Ya te cuento.
- ¿En serio? –levanté la voz lo suficiente para que Anastasia se diera la vuelta de mal humor–. Bueno...ten cuidado, por favor. Yo también tengo charlita para largo.
- No te preocupes, seguro que lo superáis. Cómele bien la chirla y solucionado
Le di una colleja y se río por lo bajini.
- Te he escuchado, Miriam –intervino Anastasia todavía tumbada de lado.
- Ups, disculpa, pero que sepas que me gustas mucho para Saray –dijo dando saltitos en su dirección simulando un tono de voz infantil.
Le dio un beso en la mejilla.
- ¡Qué pelotera que eres! Tú también me caes bien –contestó la aludida.
![](https://img.wattpad.com/cover/366037763-288-k762631.jpg)
ESTÁS LEYENDO
UN REFLEJO PARA CADA ESPEJO. Parte 1 de la trilogía "Los espejos de Saray"
ChickLitSaray aspira a ser una gran escritora de éxito. Ella desea con todas sus fuerzas vivir de lo que le apasiona, pero su entorno más cercano es tóxico y difícil de gestionar, tanto que se vuelve insostenible... Además, María, aquella que se considera s...