SABES A MAR.

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   Aquel jueves, después de colgar a Miriam, Anastasia me dejó en el trabajo justita y recibí una reprimenda de mi encargado, el cual estaba menos amigable conforme los días pasaban. Asentí como buena chica que soy y mientras preparaba las tapas, sonreí para mis adentro ante la velada que me esperaba junto a mi compañera ese sábado.
Faltaban dos días para el cumpleaños de Anastasia y ella ignoraba lo que habíamos planeado Miriam y yo, a pesar de que intentó en un par de ocasiones organizar algo. Le dije que se relajara y que las mejores celebraciones eran aquellas que no se planeaban. Me sonrió conformista y me dijo que era increíble. Después se marchó y pensé tanto en ella que me embobé a mitad de faena.
  Anastasia sí que era increíble, preciosa y generosa a partes iguales. Tanto es así que cuando salí aquella noche, cargada con la mochila y con muchas ganas de que por fin me besara, la encontré sobre el capó de su coche y una oferta que no podría rechazar. Venía con ganas de invitarme a cenar para olvidar aquello que estaba lejos de solucionarse después de haberme notado algo inquieta por teléfono y me mandó que volviera al aseo a arreglarme. Creo que se imaginaba mi comportamiento de aquella mañana, cuando estuve más silenciosa que de costumbre, pero no me preguntó, solo quiso hacerme sentir en casa. Y yo necesitaba deshacerme del recuerdo de los insultos y golpes que me había propinado mi hermano a los días siguientes de mi quedada con Miriam.
Sí, amigos. Esta vez me había cogido desprevenida y no pude defenderme. La excusa de mi hermano había sido el internet.
- ¿Qué mierdas estás haciendo con el ordenador? –me preguntó abriendo la puerta de golpe, lo que me indujo a dar un saltito sobre la silla de mi escritorio.
- Estoy escribiendo, Diego.
- ¿Te crees que me chupo el dedo? Llevo una hora intentando que no se me pare el juego porque el internet no va todo lo bien que debería y eso solo puede ser porque otra persona esté conectada también, así que no me tomes por tonto.
- No tengo por qué mentirte –dije paciente.
- A ver…déjame.
- ¡Qué no, Diego! –exclamé apartándolo del ordenador–, déjalo estar, por favor. Sabes que es mi ordenador y no se lo dejo a nadie.
- ¿Es tu ordenador? –sonrió con malicia y me golpeó contra la pared–. ¿Es tu ordenador? –y empezó a darme palmadas en la cara.
- ¡Estate quieto! –dije intentando parar sus manos.
Recibí el primer golpe cuando mi madre ya estaba entrando por la puerta…
Tuve que maquillar la marca amoratada con base blanca y decirme a mí misma que todo se acabaría.
Salí de trabajar a las doce y me metí en el baño dispuesta a convertirme en una princesa y no en una cenicienta, pues en mi cuento todo iba al revés, como mi vida. Lo que tendría que haber sido un trapo andrajoso después de la media noche, se convirtió en un vestido negro descotado que dejaba entrever, bastante más de lo que me hubiese gustado, la silueta exuberante y abultada de mis pechos. Las mangas eran largas y ajustadas a mis brazos y el resto caía en vuelo hasta llegar a mis rodillas. Justo en la cintura había dos pequeñas aperturas a cada extremo, donde deslice una cadena de oro formada por eslabones. El calzado, que debía haber sido unos zapatitos planos, se convirtieron en un calzado cómodo como lo eran mis bailarinas negras. Los tacones nunca han sido mis mejores amigos y mis pies me lo agradecieron esa noche. Finalmente, la carroza no se convirtió en una calabaza sino en un coche con forma de sol, pues era de un amarillo chillón y Anastasia, como mi princesa, me recogió frente a mi trabajo y nos fuimos de nuevo al karaoke del puerto.
- Hola –la saludé sentándome en el copiloto–. ¿Cómo ha ido la tarde con tu padre?
  Me observó embobada durante unos segundos mientras yo luchaba por intentar ponerme el cinturón, que se resistía, y cuando alcé la cabeza, entendí que le gustaba.
- ¿Ocurre algo? –pregunté con una sonrisilla.
- No, no. Solo es que... –sonrió con la vista puesta en mi escote–estás…estás muy guapa. Ese vestido te queda como anillo al dedo –se mordió el labio–. Estás increíble.
  Se me erizó todo el vello y mi corazón golpeó en el mismo centro de mi pecho. De cualquier otra persona hubiera esperado ese comentario que, siendo tan simple y tan sumamente cotidiano, sonaba de una forma deliciosa viniendo de sus labios. A promesa y no, ha cumplido. Tres palabras que hicieron que toda la templanza que había conseguido a base de autocontrol, convenciéndome a mí misma de que aquella noche seria mágica, se fueran diluyendo hasta convertirse en un amasijo de nervios y dudas.
- Muchas gracias –y me sonrojé un poquito antes de mirar hacia delante y encenderme un cigarrillo.
  Ella sí que estaba espectacular. Su forma de vestir era tan particular, pero a la vez tan común a muchos estilos en el mundo lésbico, que hacía difícil la distinción del motivo por lo que lo hacía. No sabía con certeza si era una opción suya o un copiado de lo demás, porque llevaba unos vaqueros oscuros muy ajustados con unos botines cerrados de color carne, preciosos. La camiseta, que se le ajustada lo suficiente a su cuerpo atlético, dejando unas formas marcadas sobre su vientre, era de color marrón casi rozando el negro, con una pequeña apertura en el pecho y unos cuatro o cinco botones que la cerraban en la parte superior. El pelo recogido en una coleta, los anillos enroscados con galantería en sus dedos y mis piernas muy juntas para no dejar estallar los fuegos artificiales que sentía entre ellas.
  Desvié la mirada y le pregunté de nuevo qué tal le había ido la tarde. Al parecer, tuvo que ir con su padre de nuevo al hospital por el tema de la hernia.
- Bien –giró el volante y se adentró en la avenida–. Lo he dejado descansando en casa. Nos han dicho que no tardaran en llamar para que lo operen, pero está siendo un suplicio. Está de un pesado… Me ha preguntado no sé cuántas veces dónde voy a pasar la noche –suspiró–. En fin…supongo que es la edad.
- ¿No puedes hacer nada? –pregunté sorprendida por el tono enfadado que había utilizado–. Entiendo que tengas que cuidarlo, pero creo que no eres la única en tu familia que puede ocuparse de él.
- Mi familia se ha desvinculado del tema y mi hermano, que está muy ocupado –dijo con retintín–, decidió que era cosa mía responsabilizarme del asunto. Ya sabes lo que dicen: "la familia no se elige"
Vi como sacaba la mano por la ventanilla para coger el ticket del parking.
- Eso no es justo –refunfuñé como una cría
- Saray...esta conversación preferiría no tenerla ahora mismo. Nos estamos conociendo y de momento no creo que te afecte en absoluto, ¿o sí? –fue una pregunta que me invitaba educadamente a mantener mi pico cerrado.
  La miré con impaciencia, ella formó una mueca y decidí callar la boca porque a pesar de que nos quitaba mucho tiempo para estar juntas, yo debía aceptarlo como parte de su familia y no mostrarme egocéntrica, como hice años atrás. Estaba cambiando, ¿no? Estaba regulándome cogida de su mano y aunque perdí un poco los papeles en la fiesta con Miriam, creo que límite muy bien mis prioridades. Qué rápido se convence una a sí misma para escabullirse de lo que pica…
  Me desabroché el cinturón, recogí el bolso del suelo y cuando me impulsé para salir del vehículo, una vibración hizo que arrugara el ceño y cayera sobre el asiento de nuevo. Rebusqué dentro de mi bolso con premura y cuando vi el nombre de María iluminándose, el móvil acabo sobre la alfombrilla negra, justo al lado de mis pies.
- Perdona –me disculpe, aunque no sé bien por qué.
- Déjame –me pidió Anastasia acariciándome la palma de la mano, que me temblaba.
- No. No tienes por qué hacerlo.
  Anastasia descolgó ignorando mi petición y se colocó el móvil en la oreja a la vez que escudriñaba el fondo del parking con ojos entornados.
- Hola –contestó–, soy Anastasia, la pareja de Saray –hubo un segundo de silencio–. Mira, María te llamas, ¿verdad? Bueno, da igual...no, no, espera, solo quiero decirte una cosa. Saray ya no quiere estar contigo y te lo ha dicho mil veces. Déjala tranquila –otra pausa–. Me da igual lo que pienses, deja de llamarla y atosigarla con mensajes. Que me da igual, joder, olvídate de ella sino tendré que recurrir a otras medidas que no van a gustarte. Adiós.
  Anastasia colgó y me devolvió el móvil sin mirarme. Yo me agaché tímida para coger mis cosas y entendí que estaba molesta por cómo movía la cabeza de un lado a otro a modo de desaprobación.
- ¿Estás bien?
  Chasqueó la lengua y me miró.
- No. No estoy bien, Saray. Yo… No me gustan estos dramas.
Arrugué el ceño. ¿De qué dramas hablaba?
- ¿A qué te refieres exactamente? –pregunté nerviosa mientras me encendía un cigarrillo.
- No suelo enfrentarme con la gente y menos por una persona que no deja claro el asunto.
- Vaya –dije sorprendida–, pues...lo siento, ¿vale? Ya te dije que lo dejaras estar. Has sido tú la que ha insistido en coger el teléfono.
- ¿Crees que tengo elección?
- No te pases. Yo no te he puesto una pistola para que cogieras el puto móvil.
- Es que no lo entiendes, joder. Me pones en una situación muy comprometida y no te importa las repercusiones –se quejó mirando hacia otro lado.
- A vale… Ya veo. ¿Qué pasa? ¿Qué defender a la persona que está a tu lado es algo que te cuesta o te pesa? –dije intentando manipular la situación, pero de forma inconsciente, ya dije que yo no era muy normal.
- No lo entenderías.
- No, no, dime –me giré hacía ella con ahínco.
- Tu forma de comportarte hace que ...no sé. ¿Por qué no le dejas las cosas claras de una puta vez?
- Ya sabes que es complicado para mí –di una honda calada que me llegó al hígado y apagué el cigarrillo en el cenicero–. Yo estoy viviendo una situación muy difícil en mi casa y…
- ¿Qué ocurrió entre María y tú? –me preguntó de sopetón con voz firme.
- Ya lo sabes –contesté con desgana.
- No, no lo sé, porque esa tía está muy resabiada y lleva más de un mes dando por culo. No me queda paciencia, Saray.
- A mí tampoco me queda paciencia cuando veo que ni siquiera me tocas…
Anastasia arrugó el ceño.
- No te desvíes la conversación…
  Finalmente, después de unos minutos de silencio, claudiqué y empecé a relatarle un poco por encima mi experiencia con María. No mentí en nada porque quería ser honesta. Ella asintió repetidas veces y se mordió el labio como sopesando una respuesta.
- Vale, vale, siento haber sido tan dura. La verdad es que esa chica no es muy coherente, pero, Saray, debes elegir. No puedo esperarte siempre y menos tener relaciones sexuales contigo si te veo hablando con ella cada dos por tres.
- Lo arreglaré, lo prometo. Te quiero a ti –dije a bocajarro.
- Escúchame –me agarró las manos y me miró a los ojos–. No te aferres a alguien por miedo a quedarte sola. Es normal que quieras huir de tu casa y acogerte a lo conocido, pero como ya te dije en una ocasión, debes ser independiente. En eso estoy con María. Hazte fuerte, trabaja mucho y sal de tu casa. No puedes mendigar amor y menos por una tía que…en fin –cerró los ojos uno segundos para añadir después–. Cariño, soñar no es malo. Esa tía te dijo que te pusieras objetivos y toda esa mierda, vale, está bien, pero nunca dejes de soñar ni de tener expectativas. Solo intenta luchar por ti y por tus sueños y yo te ayudaré, ¿vale?
   No se habló más del asunto y cuando salimos del vehículo, lo hicimos en silencio y un poco incómodas. De hecho, pensé que me diría de irnos a casa y dejar la salida para otro día, pero no habló en casi toda la velada y calmamos las cosas con un par de cubatas y un par de bailes. Siendo sincera, me relajé y bebí más de la cuenta, mientras Anastasia tomaba una simple Coca-Cola.
La razón de sus contenciones en algunos momentos… Pues no tenía ni idea, pero sí podía otear ya ciertos aspectos de su personalidad. Anastasia no era posesiva o territorial sino más bien neutral. Odiaba las movidas del tipo bollo-drama y no le gustaba involucrarse en temas que nada tenían que ver con ella, a mí menos, que conste. Era muy tradicional, sensata y protocolaria. Los enfados los olvidaba pronto, dejándolos en un segundo plano para tenerlos como argumentos creíbles en un futuro. Las muestras de afecto en público la comprometían y el hecho de enfrentarse a una situación que acababa de llegar a su vida no la hacía mejor ni merecedora de ser la brillante caballera con armadura. Además, era muy muy contenida, esa es la verdad. Y aunque empecé a darme cuenta de que lo que conocí en un principio comenzó a variar a lo largo de las semanas, quise darle una oportunidad y me vendé los ojos lo suficientemente fuerte como para que no me permitiera ver la evidencia. Yo no debía faltar a mi promesa, esa de regularme sin ataduras, siendo yo misma y así salir del cascarón. Por eso quise apoyarme en ella, aunque de nuevo me mintiera a mí misma.
  A pesar de todo, fue una noche mágica donde canté muchísimas canciones de Pastora Soler, Whitney Houston y Cristina Aguilera. Bebí mucho y aunque no me controlé, no me importó demasiado porque me hacía sentir libre de pensamientos compulsivos sobre mi futuro. También me contoneé delante de Anastasia y rocé mis nalgas contra sus piernas sin pudor. Ella sonrió y no obtuve respuesta alguna así que le lancé una mirada perversa, humedecí mis labios e intenté hacer un “instinto básico”. Pero nada. Fue inútil. "Armas de seducción" al retrete. ¿Desde cuándo una persona se resistía a mis encantos? Cuando quemé todos los cartuchos de persuasión y empecé a frustrarme, decidí que era hora de sacar la artillería pesada. La invité a seguir la fiesta en el pub de enfrente y me dispuse a bailar bachata de una forma muy sensual.
Me mecía a través del vacío con pequeños movimientos rítmicos, bailando alegremente, moviendo mis caderas al sensual ritmo que solo la bachata es capaz de generar cuando, después de subirme el bajo de la falda para dejar ver el contorno de mi muslo, me acerqué a ella con una sensual sonrisa. Mi diosa afrodita me miró desde el taburete, sentada y con los ojos entornados, agarrando mi cintura con firmeza en el camino y cuando conseguí hacer mi caída de pestañas…  ¡¡¡ZAS!!! Ocurrió.
Estampó su boca contra la mía y mi lengua se llenó de un sabor dulce, carnoso y pasional. Sus manos agarraron con dulzura mi cabeza y enroscó algunos de mis cabellos entre sus dedos cuando su lengua me penetró con ganas y volvió a salir para después introducirse en mi boca y dejarse mecer de nuevo entre mi saliva y mi lengua. Calor, ganas, humedad en mi boca.
   Me arrimé y le sonreí. Ella me acarició el rostro y lo único que pude hacer fue abrazarla hasta quedarnos encajadas en la más perfecta de las piezas. Sentí la electricidad recorrer todas y cada una de mis extremidades, dirigiéndose en torrente desde mis labios hasta partes más escondidas de mi cuerpo. El vello se me erizó ante el contacto y cada poro de mi piel despertó de su letargo encendiéndome entera. Fue entonces cuando me aparté con cara risueña pensando que había sido perfecto.
- Ha sido increíble –le susurré con una sonrisa.
- Como tú, perfecta.
- ¿Tú crees? –pregunté mimosa.
- Sí –me besó–. Sabes a mar, arena y sal. La combinación perfecta que hará que afiancemos lo que tenemos.
Como nuestra isla, como ese mar que observamos con las manos cogidas y un café en la otra para confesarnos aquello que nos daba miedo. Al final los miedos fueron la que nos cogieron a nosotras…
  No lo pensamos dos veces y después de desgastar nuestras bocas, nuestros labios y nuestras lenguas a base de besos que nos supieron a arena, mar y playa, nos fuimos a casa y aprendimos de la otra a través de la piel, trazando un mapa que nos descubriera a cada una, pero la sorpresa me la di yo al entender que nada es lo que reluce.
  Nada más llegar me metí en el aseo y respiré profundamente apoyándome de espaldas sobre la puerta. Me sentía algo mareada y el alcohol había ayudado bastante a que me soltara, pero no dejaba de darle vueltas al hecho de que, si me acostaba con ella, ya sería tangible y María quedaría en un segundo plano. ¿Qué hice? Pues sacudir la cabeza y convencerme con argumentos poco sólidos…
   Me atreví a ponerme una pieza de lencería bastante sugerente que se componía de un tanga negro, una sencilla camisa de tirantes también negra donde los bordes eran de un azul intenso y de encaje. La parte de detrás se ajustaba a mi cuerpo mediante un lazo azul cielo sedoso entrelazado, que zigzagueaba mi espalda y quedaba muy sugerente y elegante. Me solté el pelo, me miré al espejo haciendo posturas y simulando expresiones que correspondiera con lo que ella esperaba de mí. Después solo abrí la puerta y me la encontré de frente, mirándome contenida.
Le sonreí, me respondió y me acerqué sigilosamente a ella, pero su expresión cambió a una sonrisa forzada sin gesto alguno de tocarme. ¿En serio? Me pregunté. Un tío hubiera acudido a mis brazos y la polla le hubiera dado un espasmo nada más verme. Más tarde entendería que Anastasia no era emocional, sino mental y con ciertos prejuicios.
- Voy a cambiarme.
Se metió en la habitación y la seguí sin darle importancia a su comportamiento, pues entendía que estuviera nerviosa.
  Cinco minutos estuvo remoloneando cuando decidí seguirla de puntillas y verla sentada en la cama con un cigarrillo encendido. Vestía unos pantalones cortos de deporte y una camiseta blanca de manga corta. Me mordí el labio y su expresión me invitó a dejarme caer a su lado, a lo largo de la cama y apoyándome sobre una mano.
- Estas muy guapa.
- Gracias –dije con un golpe de melena–. Tú también.
  Me devolvió una mueca. 
- Quizás me he pasado un poco con…–carraspee–, con todo este despliegue de seducción.
- No se trata de ti, no… –cogió aire y se acomodó con la almohada en su espalda–.  No te agobies, ¿vale? Estás preciosa. Eres preciosa. Que nadie te diga lo contrario.
- ¿Entonces?
- Ya te lo expliqué. No quiero equivocarme contigo.
- No tengas tantas dudas, Anastasia –dije melosa–. Me haces bien. ¿Acaso no lo ves? Eres como esa canción de pastora soler. "Vuelves a la vida". ¿Te suena?
- No mucho.
- Escucha –cogí el móvil, abrí el navegador, me metí en YouTube y la puse.
- ¿Soy esa persona que se ha cruzado en tu camino?
- Sin lugar a dudas me has dado motivos para romper con todas las reglas sin tener miedo porque sabía que me apoyarías.
- Con el trabajo que tienes, el apoyo de tus amigas y tus ganas, estás a un paso de conseguirlo.
Nos abrazamos, nos besamos y me puse a horcajadas sobre ella, pero cuando quise besarle el cuello, me agarró del brazo donde tenía el moratón y arrugó el ceño. Mierda.
- ¿Qué es esto? ¿Quién te ha hecho esto?
Me aparté bruscamente, dejándome caer sobre el colchón y agachando la cabeza.
- Ya te dije que las cosas en mi casa están algo tensas –susurré.
- Joder, Saray. No puedes seguir así –se revolvió el pelo–. Tienes que denunciar o hacer algo. ¿No puedes permitirte un estudio o un piso?
- Mis ahorros no son suficientes…
- Vale, vale...pues, a ver…
- Anastasia –le tapé la boca suavemente y me acerqué a ella– no lo estropeemos, por favor. Está siendo una noche muy especial.
  Ella se resistió, yo la miré fijamente y al final dejó el tema a medias con un chasqueo de lengua. Sé que le quemaba la lengua y que quería ayudarme, pero esa noche debíamos centrarnos en nosotras y mostrar el punto en el que nos encontrábamos.
La besé, me puse mimosa y quise hacer como que no pasaba nada, pero la noté más cariñosa y preocupada que de costumbre. No sé si fue la compasión lo que la llevó a dejarse llevar, pero me dio lo mismo el motivo, porque los besos escuetos que empezamos a darnos se convirtieron en algo más dulces y el ambiente tenso se quedó en uno caldeado donde las ganas fueron el punto de caramelo.
  Rodeé su cintura y respiré profundamente en su cuello. Su perfume inundó mis fosas nasales con un olor fuerte y atractivo de chica dura, que era lo que me parecía ella desde que la conocí, siendo una apariencia que daba la vuelta hacia una feminidad desatada en la cama y que descubrí más adelante. Aspiré un poco más de ese aroma dulce y embriagador y me pegué más a su cuello con la excusa de olerla, pero dejé sin querer un reguero de besos y mordisquitos a lo largo del perfil de su barbilla y su cuello. No hubo ningún sonido, solo mi boca besándola y llegando hasta su oreja, donde hice un par de círculos con mi lengua.
  Ella reaccionó con un sonoro suspiro y me acarició la cabeza mientras me entretenía en meterle la lengua, lamerle los labios y recorrer con mi mano el largo de su estómago. Noté que el olor a fuerte perfume de antes había cambiado porque, las ganas, que se demuestran de muchas maneras, había estallado en pequeñas gotitas condensadas por su cuerpo advirtiéndome de que estaba excitaba. Sonreí ante tal dato y no me lo pensé. La agarré del ovalo de la cara y nos besamos con más intensidad, mordiéndole el labio y arqueándoselo con gracia.
  Intenté introducir mis manos por debajo de su camisa, pero me agarró de la cintura y de un tirón que me colocó debajo de ella. No me miró, sino que beso mi cuello y recorrió mi cuerpo con sus grandes manos mientras movía sus caderas contra las mías. Me revolvió el pelo dejándolo desordenado en la almohada y sentí su respiración lenta, densa y espesa en mi oído. Un sonido que hizo que me desnudara yo sola ante su atenta mirada y que ella solo se quitara la parte de arriba, dejándose el sujetador y la imagen de un cuerpo atlético que me hizo gemir de deseo.
- Gracias –dije en un momento de trance espiritual.
  Ella sonrió y volvió a hundirse en mi cuello tratando de evitar el contacto visual. Pensé que tendría que dirigir sus movimientos para que se guiara hasta llegar a mi propio orgasmo, pero tras unos minutos de precalentamiento, su mano se coló de repente entre mis piernas y sentí el tacto áspero de sus dedos recorrer mi clítoris por encima de la tela de encaje para masajearlo formando círculos. Tenía unas manos grandes, fuertes y trabajadas a golpe de trabajo; y yo, que soy muy morbosa, di una ojeada para disfrutar cómo su brazo se contorsionaba mientras, apartando la tela, me penetraba con sus dedos.
El sonido del chapoteo acampó por la habitación y la imagen de sus movimientos despertaron en mi un cosquilleo ya conocido. Dejé al descubierto mis pechos para tocármelos y la vi morderse el labio inferior, tensa, hasta que sentí la fricción de sus dientes contra mis pezones. Los mordió, le pedí más y ella acusó la masturbación con decisión mientras me arqueaba entre sus brazos. El calor inundó mis mejillas y cuando le rogué que me introdujera un dedo en mi parte trasera, dudó y me dijo que no estaba preparada.
- Deja que me acostumbre a ti –me susurró junto a mi oído.
Asentí y deslicé la mano hasta mi clítoris para hacer círculos y adelantar mi propio orgasmo porque, por una extraña razón, su respuesta y sus gestos me habían enfriado, aunque es cierto que me calmaban y me hacían sentir en casa.
Un mordisco en el pezón, el chapoteo de sus dedos en mi interior y la imaginación (sí, tuve que imaginarme cosas en mi mente morbosa) hicieron que explotase en un orgasmo goloso antes de dejarme caer, ponerme a horcajadas sobre ella y decirle que cerrara los ojos, porque sabía que era tímida y mi deber era hacerla sentir bien.
Le quité la ropa a tirones y me rocé sobre ella con sensualidad, tocándome los pezones y poniéndoselos sobre su boca para que los saboreara. El resto…fue muy rutinario…  Hice una vuelta con mi lengua sobre su clítoris y en menos de dos minutos la escuché gemir…
  Anastasia no era posesiva ni daba azotes sobre tu culo, pero desprendía luz, calidez y un deseo desconocido que jamás había experimentado porque la mayor parte de mis parejas fueron muy controladoras y dura, sexualmente hablando. Y ya en el tercer polvo que pegamos, cuando me penetró con tres dedos y aceleró los embistes mientras mordía mis pechos, el latigazo alcanzó mi bajo vientre y me corrí, desmadejada, entre sus brazos.
  A partir de ahí me dejé llevar por aquellas manos que moldeaban mi figura con sus caricias y que dejaron pequeñas sombras de aquellos besos que yo tanto anhelaba desde el día en que la vi. Pasamos la noche entre mordiscos húmedos que hacían que el calor de nuestros cuerpos se evaporara con cada jadeo cuando nos acariciábamos. Esas caricias que provocaron que mi corazón se acelerara y mi cuerpo quisiera más. También nos propusimos aprender, poco a poco y sin prisa, cada uno de los rincones de nuestro cuerpo, como trazando dos simples mapas que estaban por descubrir y que escondían secretos que nosotras aún desconocíamos. Puntos, lenguas, saliva, preguntas por hacer, tardes por vivir, dudas y todo ello sumergido por nuestras respiraciones y nuestra manera de danzar al mismo ritmo. Fuimos viéndonos con nuestros ojos en la penumbra, sudando la una encima de la otra, y nuestros gemidos se convirtieron en sonidos celestiales. Sus manos recorrieron cada centímetro de mi anatomía haciendo pequeños surcos, apretando en aquellas zonas en las que la pasión se desbordaba de placer…Hasta que llegó, una bomba, una quimera, un fuerte apretón justo en el centro de mi clítoris que provocó la salida de fluidos sobre su hermosa boca, por…cuarta vez.

UN REFLEJO PARA CADA ESPEJO. Parte 1 de la trilogía "Los espejos de Saray"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora