MI PASADO. SEGUNDA PARTE

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Anastasia me miró y movió la cabeza a modo de desaprobación mientras yo cogía un pañuelo y me secaba las lágrimas. Estábamos en su casa, yo sentada en el sofá con las piernas juntas, y bebiéndome otra copa más de la botella de cava que había comprado nada más recogerme, y ella fumando y atendiendo a mis reacciones.
Cogí la copa de nuevo y le di un largo trago. Ella respiró sonoramente y apoyó la mano sobre mi rodilla para preguntarme después:
- ¿Estás bien?
  Asentí con los ojos cerrados y me rasqué la nariz como una niña. Me había sentado bien soltar lastre y expresar todo lo que hacía meses me llevaba atormentando. Durante el relato, Anastasia estuvo asintiendo y dejando la mano en mi muslo de vez en cuando para que viera que estaba empatizando conmigo. Después se acercó y me pidió permiso para abrazarme. Solté un sollozo y me abalancé sobre ella como una garrapata suspirando un “por fin”. Por fin me había liberado, por fin alguien no me juzgaba y por fin tenía a una persona que no dudaba de mi cordura.
- Ahora empiezo a encajar piezas ¿sabes? –me dijo deshaciéndose del abrazo después de unos minutos de contacto–. Tú comportamiento, la forma que tienes de estar a la defensiva. Lo que no entiendo es por qué escogiste el camino que te hacía infeliz.
- Es fácil, Anastasia. Sí no aprobaba tenía que volver y –cerré los ojos unos segundos –no estaba dispuesta a soportar más abusos…
- ¿Tú padre no te dio elección? No sé, –alzó los hombros –podría haberte dado más alternativas.
- Escogí estudiar psicología porque pensé que me ayudaría a entender las razones de para qué la gente se comportaba así conmigo o yo me dejaba tratar de esa manera.
- No, no te equivoques, creo que decidiste eso por el apego que te unía a tu padre, recuerda que tiene el Grado de Psicología, según me contaste, y después, cuando te diste cuenta que la psicología no era lo que esperabas, lo aceptaste como única opción para no defraudarlo. Tampoco tenías elección –puntualizó.
- Podría haberme puesto a trabajar, que lo hice durante años, pero eso indicaba hacerme responsable de mí misma y me negué. Yo quería hacerles daño por todos los rechazos. Algo así como " sois una familia de mierda pues lo vais a pagar con dinero". De ahí que me lo gastara todo en fiestas en lugar de guardarlo para pagar la luz y el agua.
- El precio fue muy alto, ¿no crees?
- Sí –musité–. Solo pedía una valoración positiva. Que me quisieran. Necesitaba reconocimiento para no sentirme tan inútil, ¿entiendes? Y cuando vi a mi padre tan orgulloso de mí, de su hija, y tan efusivo con la idea de que yo podría con todo y alcanzaría cualquier cosa que me propusiera, pues...sentí paz y mucha motivación para seguir adelante. Lo idealicé y me cree muchas expectativas, tantas que me dejaron en mal lugar.
- Entiendo que te sentiste muy sola...
- La cosa empezó a decaer cuando Inma se volvió difícil –suspiré–. No supimos hacerlo bien ningunos de los tres. Después mi padre ya no volvió a ser el mismo y desde que él no está en mi vida, me siento perdida, sobre todo cuando no sé cómo actuar ante la situación que vivo en mi casa. Hay algo que tira de mí…
- ¿Las circunstancias siguen siendo las mismas? –me preguntó con el ceño fruncido.
- Sí…mi hermano sigue siendo el mismo…sí.
  Me mordí el labio y asentí agarrando de nuevo la copa de champán. Ella aspiró el aire sonoramente y se restregó la frente asiduamente como un gesto de impaciencia.
- Deberías denunciar. De hecho –chasqueó la lengua–, tu madre debería hacer algo.
- ¿Y si el problema es mío y no de los demás? –Anastasia alzó las cejas sorprendida–. A ver, yo soy complicada, ¿sabes? No gestiono bien las emociones, me cuesta, y siento que tengo que reinventarme de nuevo. Como si tuviera que vaciar el cajón de creencias que pusieron desde mi nacimiento y tuviera que reaprehender de nuevo todo. Y me da tanto miedo –cogí aire y lo expulsé lentamente–. De ahí mi grado de dependencia para con los demás y la absurda idea de pensar que me voy a quedar sola por miedo a no ser suficiente o por miedo a caer de nuevo.
- Saray, cariño, escúchame –me agarró de la barbilla y me obligó a mirarla–. Viviste cosas muy duras, te coaccionaron y tuviste un apego enorme con tu padre hasta el punto de buscar cariño fuera cuando sentiste su ausencia. Es normal que te sientas así y dudes de tu capacidad para hacer bien las cosas. ¿Cómo te vas a valorar estando en una casa donde solo responden a tus negativas con golpes? ¡Joder! –bramó y se puso las manos en la cabeza–. Es tan…injusto.
- Lo sé, es duro escucharlo –dije dándole refriegas en la espalda.
- Pero es una etapa de tu vida que tienes que superar y aprender de ella.
- Para superarla necesito seguir unas normas muy rígidas que me aconsejó mi psicóloga en su momento porque yo no soy como los demás. Ella me dijo que tenía un Trastorno de Ansiedad, pero es que a veces siento que no fui del todo sincera y por eso se equivocó en el diagnóstico. NO sabes el daño que me hice –hice una pausa –en muchos aspectos –suspiré y me retiré un mechón de la frente–. Yo…me obsesiono con cosas materiales, soy una superficial, aunque lo niegue delante de mis amigas, y soy muy impulsiva. De ahí que tenga que tener un equilibrio. Sin embargo, ya no me preocupa porque he terminado cediendo… Y solo quiero sentirme viva de nuevo. Ser libre, tomar mis propias decisiones sin que los demás lo hagan por mí. Soy intensa, no tolero los grises, pues bueno, ¿qué tiene de malo? Saray es feliz comiendo mucho y con las manos. Saray es feliz saliendo, conociendo a gente y bebiéndose una copa de vino. ¡Me encanta el vino! –chaquee la lengua–. ¿Tan difícil es de entender? Saray es un loro parlante cuando hay silencio, es una chica que le gusta cantar y reírse a carcajada limpia con sus amigas. A Saray le gustan las rosas rojas, el olor a mar, el sexo, los libros y, sobre todo, es feliz cuando la quieren, la acogen y le dicen lo preciosa que es. ¿Tan malo es eso?
  Anastasia hizo que me girara hacia a ella y mirándome con una sonrisa tierna en los labios, añadió:
- Saray será feliz con todas esas cosas siempre y cuando gestione las emociones y se quiera.
- Gracias –le dije cerrando los ojos–. A veces creo que algo no va bien en mi…
- Deja de machacarte –me cortó–. Eres fuerte, cariño. No te conozco apenas, pero sé que no eres rara ni tienes ningún trastorno, simplemente es que eres sensible y las emociones te afectan. Nada más. Es más, te aconsejo que todo lo que me has contado lo escribas y lo plasmes sobre el papel o el ordenador. Solo así podrás verte desde fuera y cambiar cosas desde dentro.
Le sonreí, me impulsé hacia delante para abrazarla cuando descubrí que ella “SÍ ME VEÍA”.
Al rato su padre volvió a llamar y tuvo que salir corriendo para llevarlo al hospital por la puta hernia…
Al día siguiente no regresé a casa y fui directamente al trabajo desde la de Anastasia. Me dijo antes de entrar por la puerta que agradecía mucho que hubiera sacado esa parte de Saray que tanto le había costado encajar en el transcurso de los días. Después me propuso ir a la playa para tomarnos un café y contarme ella también un suceso en su vida que la marcó.
- Así no te sentirás tan vulnerable a mi lado. Todos tenemos un pasado –me dijo antes de darme un beso en la mejilla y verla irse con el coche.
  Recuerdo que me acomodé de lado, café en mano, y recorrí con la mirada su indumentaria. Llevaba unos pantalones vaqueros muy ajustados y sujetos con un cinturón que utilizaba a menudo, ancho y negro, y que ya se veía desgastado. Sonreí. Me gustaba mucho ese cinturón. A decir verdad, era una fanática de todo lo que tuviera historia como las casas antiguas, las prendas desgastadas, las marcas en la piel que reflejaban años de experiencia, un reloj y la correa vieja y manoseada. Todo ello es el claro ejemplo de que no hay nada que tenga valor sino aquello que conserva un recuerdo, da igual cual sea.
  Me fijé en su camiseta, negra y entallada, que se pegaba a sus formas para convertirla en una mujer atlética, y me recreé en su mirada, felina, fuerte y acompañada de unos lindos ojitos donde destacaban esas pestañas pequeñitas y juguetonas. Su boca. Joder....carnosa, gruesa y rechoncha o esas pequitas que me hacían tanta gracia. Algunas tan grandes que parecía una marca en la piel por el exceso de sol. Anastasia era una mujer muy atractiva que me estaba ganando poco a poco...
  Giró la cabeza hacia la derecha para vislumbrar el mar. No sabía que podía esperar. Sí le costaba tanto decirlo debía ser por un asunto serio. Anastasia había pasado una infancia dura o eso sabía yo por los pocos datos que me había ido dando, pero nunca me imaginé nada tan jodido como lo que ella vivió. Cuando me soltó la bomba...me quedé anestesiada.
- No sé por dónde empezar...
- Por el principio, toda historia tiene un comienzo –le sonreí y le guiñé un ojo.
- Eres tremenda –y dejó un beso en mi sien. Beso que bien podría habérmelo dado un poquito más abajo por la falta de contacto físico que teníamos desde que nos conocimos–. Voy a confesarte algo, pero, como ya te dije, lo haré para que puedas confiar en mí –asentí, se puso de lado y suspiró–. A ver… mi madre murió de un tumor cerebral cuando yo tenía doce años –soltó a bocajarro y mi boca casi me llegó a los pies. El primer impulso que tuve fue el de cogerle la mano–. En un principio se lo detectaron en una de las mamas, después la operaron y se estabilizó. Incluso los médicos dijeron que, si en unos cinco años no había reincidencia y todo iba bien, estaría superado –giró la cabeza hacia la ventanilla tirando el humo a su paso–. Por lo visto la suerte no estuvo de nuestro lado y después de ese período de tiempo empezó de nuevo a encontrarse mal. Los síntomas eran muy comunes. Vomitaba con frecuencia, se olvidaba de las cosas, se sentía desorientada… La cuestión es que la llevamos al médico y después de hacerle las pruebas pertinentes, le diagnosticaron el tumor cerebral.
- Lo siento mucho –bajé la mirada hacia nuestras manos enlazadas.
  ¿Cómo podía ser yo una persona tan egoísta y creerme una víctima de las circunstancias cuando había otras personas que realmente habían pasado momentos mucho peores?
- Tranquila. Hace ya muchos años... –cogió aire y la vi soltarlo lentamente por la boca–. No hay día que no la recuerde.
  Sus peculiares ojos empezaron a brillar y me sonrió arrugando la nariz para quitar hierro al asunto. Estábamos tocando fondo porque se trataba de un asunto que creía tener superado pero que lo llevaba marcado en el corazón.
- Lo siento tanto, cielo –apreté su mano y pregunté–. ¿Tú madre no luchó? ¿No hizo lo posible por vivir?
- Por supuesto. Estuvo con quimioterapia unos meses y el desarrollo del tumor se paró. De hecho, creímos que se había recuperado, pero volvió a recaer y nos dijeron que ya tenía metástasis así que tomó la decisión de vivir lo que le quedaba y disfrutar de los suyos.
- Gracias por abrirte a mí.
- Nunca será justo, pero no me obstino por cambiar lo que siento. Simplemente lo dejó a un lado de mi mente y....la recuerdo. No hay día que no piense en ella.
  No hubo más palabras, no hubo más historias que contar, simplemente nos dejamos llevar por el sonido del mar y nos impregnamos del olor salado que desprendían las olas, ese olor marino que emanaba cada granito de arena, pues la playa en toda su plenitud fue nuestra confidente esa tarde.
Los días pasaron y las confesiones que nos prodigamos mutuamente hicieron de nuestra relación un fuerte lazo rojo que nos envolvió. Todo seguía su transcurso y dormíamos abrazadas. Sin embargo, algo dentro de mí tiraba con mucha más intensidad por un motivo en concreto que, bien sabía yo, no debía afectarme tanto. Dicho motivo comenzó a florecer cuando el sonido procedente de un móvil empezó a sonar de forma estridente.
Miré a Anastasia y se fue hacia la terraza pidiéndome disculpas con la mirada. Su padre la estaba llamando de nuevo para pedirle explicaciones. Así era él, manipulador y agobiante, o eso decía mi mente perturbada. La cuestión es que había pasado una semana desde nuestro encuentro de penas y confidencias frente al mar y lo que en un primer momento entendía como una obligación, con el paso de los días empecé a verlo como actos egoístas por esa tercera persona en discordia que empezaba a quemarme. Su padre se solía poner malo con bastante frecuencia, no era muy dado a la generosidad, no señor, sino bastante celoso de su tiempo con su hija y el café que tomamos en su casa me dejó claro que yo no era bienvenida. Menudo recibimiento me dio el hombre. La cuestión es que no me sentí cómoda y por Anastasia, pasé toda la velada con un palo metido en el culo. Cierto es que Anastasia y yo estábamos llegando a un punto de no retorno y pasábamos mucho tiempo juntas. Sin embargo, la cuarta parte de ese tiempo se ralentizaba cuando tenía que salir corriendo porque el reloj de alarma de su padre ya estaba en piloto rojo. No sé si me explico.
  Aquella tarde era mi día libre y habíamos quedado con las chicas para cenar todas juntas y bebernos un par de botellas de vino, pero parece ser que el destino, que es un puto, o el karma, vete tú a saber, no lo hizo posible por diferentes motivos. Sofía seguía con sus rollos, sus obsesiones y sus manías, Miriam estaba más rara que un chocho verde, como siempre digo, y se excusó en que tenía mucho trabajo y no podría acudir a la cita, cosa que me molestó porque aún me debía una explicación sobre el coqueteo de aquella noche que salimos juntas. Y para cerrar el recorrido, Anastasia tuvo que irse a recoger a su padre porque le dolía la hernia de la ingle, otra vez. Total, aquella tarde, como bien dijeron mis predicciones, tuvo que llevarme a casa y yo me enfrenté a mis fantasmas.
- Hola –saludé tímida –¿qué tal?
  Mi madre me recibió con una sonrisa y un beso y yo alcé la ceja a modo de interrogación. Después de su escaqueó (o huida de casa) y de que nos mandara un par de mensajes diciéndonos que estaba con su novio y que nos quedáramos tranquilos, regresó (tan pancha) mansa y nos pidió disculpas. Yo las acepté, pero no volví a ser la que era porque algo había cambiado en mí. Todo estaba viciado y las cosas estaban dándose la vuelta. Por ejemplo, mi hermano continúo con sus ataques verbales y tuvimos alguna que otra enganchada, donde el me cogía y me dejaba marcada con un puñetazo que no pudo detener como las otras veces. La cosa se volvía insostenible por momentos, pero solo tuve que ponerme maquillaje para que Anastasia no se preocupara del asunto un par de veces más hasta que se enteró…
María por su parte no cesó en las llamadas. Ya dije en su momento que era una mujer obstinada y no se daba por vencida y aunque me halagara su insistencia, porque de alguna manera me hacía sentir querida y repleta de atenciones, me incómodo el no tener una decisión definitiva que me ayudara a seguir un camino u otro. Esa cuestión la dejé en el aire y miré hacia otro lado. Lo peor fue esconder esas llamadas a Anastasia…
  Lo último que me gustaría añadir es que mi humor mejoro mucho durante esos días a pesar de los encontronazos con mi hermano porque había un motivo bonito para ello. Anastasia. Anastasia me hacía sentir querida y segura hasta hacerme verme por primera vez bonita y muy feliz. Las mañanas volvían a ser un fiel reflejo de mi alegría, la tolerancia subió unos grados por encima de la media para aguantar con salero las caras poco amigables de mis compañeros de trabajo y perdí peso. Sí, ya podía mirarme al espejo sin tantos miedos. Después el tiempo pasó y mis amigas tuvieron nuevas noticias que contarme. ¿Os intriga? Pues esperar a leer los siguientes capítulos.

UN REFLEJO PARA CADA ESPEJO. Parte 1 de la trilogía "Los espejos de Saray"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora