Me incorporé de la cama de un salto y me acerqué a la cómoda para ponerme unas mallas cortas, una camiseta básica y unas chanclas que me había dejado mi amiga a los pies de mi cama. Había dormido desnuda la noche anterior, en una de las habitaciones dobles, y había tenido una canita al aire conmigo misma. La segunda en menos de una semana. Después de haber pasado una velada increíble con Anastasia, la necesidad de tocarme de nuevo volvió a florecer por cada tramo de mi piel y lo hice sin remordimientos, invitándome a buscar mi propio placer y disfrutando de ello sin tener a nadie al lado. Me gustó. De hecho, tenía hasta cierto rubor en las mejillas cuando me paré a mirarme en el espejo, que había al lado de la cama, y me recogí el pelo en una coleta de caballo. Estaba guapa.
Desayuné en la habitación revisando el Facebook y salí ya vestida con la ropa del trabajo cuando encontré una nota de Miriam en la encimera de la cocina.
“Veo que anoche tuviste sexo contigo misma. Hay crema en el botiquín. JAJAJAJA. Avisa si te quedas a dormir esta noche y me cuentas qué tal va con la diosa afrodita”
Puse los ojos en blancos, le mandé un mensaje diciéndole que dormiría en casa de mi madre esa noche y le di las gracias por su apoyo. También que la quería y que ya la pondría al día. Después me encontré con un mensaje que me hizo sonrojarme más aún.
“Quiero verte. Soy codiciosa y no he tenido bastante. ¿Te recojo a la salida del trabajo?”
Me mordí el labio inferior y caí en la evidencia de que ya no le podría decir que NO. Me sentía en mi piel con ella y me aceptaba, cosa que no provocada indecisión en mi proceder ante ciertas cuestiones. ¿Sus contradicciones? Supongo que normales. Lo que sí me convencía es que había llegado a mi vida por una razón y yo estaba dispuesta a descifrar el lienzo…
Con una sonrisa me dirigí al aseo, empapé el disco de algodón con el trasparente líquido (agua micelar) y fui pasándolo por mi frente repetidas veces hasta verme sonriendo de nuevo ante el espejo. Las arruguitas de expresión aparecieron ensanchando mi alegría al pensar que había sido cosa del destino y me apoyé en el lavabo sosteniendo el disco entre mis dedos. Tenía que ser una oportunidad. Todo lo que nos pasa en la vida tiene su causalidad y quizás yo debía aprender algo de Anastasia. Quién sabe, puede que fuera "la chica". ¿Por qué no? Ya me tocaba. Además, ¿por qué no podría ser mi llave a la libertad que tanto anhelaba? Quizás fueran de esas chicas que, antes de darte un beso, te pedían permiso y te rodeaban la cintura con el brazo. ¿Y si simbolizaba el amor de mi vida y yo la había encontrado sin esperar, por primera vez, nada a cambio?
Una secuencia de fotogramas cruzó mi campo visual y me hizo pestañear para luego arrugar la frente. Joder. Imágenes de mi propia película, aquella que hizo que cerrara los ojos ante el horror de los recuerdos. Secuencias que pasaron rodando con todos los matices típicos del cine para advertirme una vez más el final que tendría si seguía aquella trama, donde el argumento se basaba en el miedo y donde las expectativas, la baja autoestima, la necesidad de ser atendida y el pánico a una soledad, que me hacía agarrarme a personas tóxicas, me habían llevado a situaciones bastante desagradables que me avergüenza reconocer. Aquello fue convirtiéndose en algo normal por aquel entonces y los ambientes poco sanos, las prácticas que conllevaban serias consecuencias con el tiempo y los amaneceres en los que los remordimientos me comían por dentro..., fue la tónica de mi día a día.
Vale, Saray, ya está. Me dije agitada dirigiéndome hacia el bolso para tomarme la pastilla mágica que me haría sentir mejor. Anastasia no tiene porqué ser el desencadenante de un segundo error. Esos recuerdos no son tolerables.
A pesar del miedo no quise dejarme vencer por él. Había pasado mucho tiempo enclaustrada como una monja y sabía de antemano que me debía una oportunidad, aunque mi inconsciente me aconsejara estar sola.
Me pasé toda la jornada moviendo mi pedazo de culo mientras escuchaba la canción de Blondie (María) y le enseñaba a Alicia los dientes con una sonrisa cada vez que se quejaba por mi parsimonia. A las doce mi encargado me dijo que me fuera y arrugué el ceño al percatarme del horario tan flexivo que me daba últimamente. Me extrañó, pero no quise darle importancia; Anastasia era mi prioridad. MEC. Error, alarma.
Me metí al aseo, me enfundé en unos pantalones vaqueros negros y me puse un top descotado que dejaba mucha piel al descubierto. También me atreví con unos zapatos de tacón y completé el look con un pintalabios rojo (pasión/putón) y un poco de rímel para mis pestañas descaradas. Me peiné y me dejé el pelo suelto, ondulado y cayendo en cascada por mi espalda. Estaba tan descaradamente sexy que me lancé un guiño y abrí la puerta dispuesta a comerme el mundo.
- Joder, Saray –me aludo uno de los camareros–. Menudo cambio.
Alcé los hombros con coquetería y tras una sonrisa pícara, salí al exterior donde la encontré mirándome desde el asiento con una preciosa sonrisa.
- Hola –saludé dejándome caer en el asiento del copiloto.
Se quedó en silencio mirándome. Sonaba Old Days de Ingrid Michaelson en el interior del vehículo y ella estaba espectacular. Vaqueros caídos por la cintura, cinturón de siempre enroscado a la misma y camiseta ceñida azul cielo. El pelo se lo había recogido como siempre en una coleta tirante hacia abajo y había incorporado a su muñeca un reloj precioso de cuero. Sus rasgos, definidos, preciosos e inundados de pequitas que la hacían parecer una puta diosa, me hicieron sonreír. Mi afrodita personalizada, con cara felina y pestañas saltarinas.
- Qué guapa estás –me dijo tocándose la nuca con timidez.
- Gracias –dije coqueta.
- Madre mía –se echó a reír–, voy a tener que decirles a mis hormonas que se estén quietas cuando estemos en casa.
Arrugué el ceño.
- ¿Quién te ha dicho que quiera ir a tu casa?
- ¿Acaso te vas a resistir a una velada conmigo, dos copas de vino y buena música?
- Dependiendo de la finalidad –dije con una sonrisa pilla en los labios.
- Saray –la vi acercarse tanto a mí que pensé que me besaría, pero aflojé la tensión cuando entendí que me estaba abrochando el cinturón–, soy muy tradicional...No esperes más.
- Claro, claro...
Me guiñó el ojo e iniciamos la marcha.
Anastasia vivía en Gran Alacant, en unos de los dúplex que había a lo largo de la desierta calle y donde conseguimos aparcar de inmediato. Cuando llegamos a la puerta principal nos encontramos con una escalinata que acababa en una pequeña terraza, con una mesa central, cuatro sillas y la puerta de entrada.
Me apoyé en una de las sillas mientras admiraba como sus manos fuertes y con anillos enroscados a sus dedos se desenvolvían con precisión para abrir la puerta. Me cedió el paso tras encender las luces y me quedé patidifusa cuando traspasamos el umbral. ¡Qué casa más bonita!
Nada más entrar te encontrabas con un precioso salón. A la derecha un televisor de plasma encajada en el interior de un gran armario color negro y a la izquierda un sofá con forma de L, negro. A nuestros pies una alfombra y dos pasos más adelante la cocina, blanca, aséptica e impecable a la izquierda. A la derecha tres puertas cerradas en un pequeño hueco. En una de ellas estaba la habitación de matrimonio, la puerta frontal daba al aseo y en la de la izquierda te encontrabas una habitación con dos camas individuales separadas. Y si no fuera poco con eso, una gran mesa de madera cubierta por un mantel precioso se posicionaba delante junto a una escalera en forma de caracol que daba a la terraza, enorme y amplia, y donde solía tender la ropa.
Me quedé abrumada por tanta modernidad quedándome parada en medio de la estancia sin saber qué hacer.
- Puedes sentarte si quieres –me invitó con una sonrisa guasona.
- Sí, claro –me acerqué al sofá de cuero –me siento aquí entonces.
- Acomódate. Yo voy a sacar la cena.
- ¿Vas a servirme y todo? –me burlé inocentemente.
- ¿Qué te creías? Trabajo en la hostelería. Servir es mi función, pero antes te voy a poner una copa de vino tinto que vas a morir del gusto.
La vi salir con dos copas en una mano y una botella de vino tinto en la otra. Se acercó, las colocó sobre la mesa de cristal baja que tenía frente a mis rodillas y sirviéndolo me dijo:
- Resalso. Espero que te guste.
- Seguro –contesté con un guiño.
- Eres una privilegiada, que lo sepas.
Arrugué el ceño sin entender hasta que me percaté de a qué se refería.
- ¿A qué se debe esta excepción si nunca bebes?
- Bueno, tu misma lo has dicho. Es una excepción. Aprovéchate de mí.
- ¿No decías que eras tradicional? –me atreví a confesar entrando en su juego de palabras.
- Y lo soy, pero cuando estoy en condiciones normales. No sé cómo reaccionaré después de dos copas de vino.
- Pues probemos a ver –dije alzando la mía.
Brindamos y abrí los ojos exageradamente, quedándome alucinada al observar el líquido rojizo a través del cristal. El olor ya me había anticipado que sería bueno, pero cuando el líquido cayó de plomo sobre mi paladar, me dejó sin nada que decir. Bueno, sí, un exabrupto de la época de mi abuela.
- ¡Me cago en la mar salada! ¡Qué bueno está! –exclamé.
- Intuyo que el vino tinto es una de tus bebidas favoritas –acertó recostándose de lado.
- Sí. Para mí, el vino tiene muchos matices que sobresalen al sabor tradicional, como el olor a uva, la textura, el grado de intensidad que deja en el paladar...
- ¿También eres catadora y yo sin enterarme?
- No te creas –dije moviendo la mano–. El único que me empinaba era el más barato del Mercadona, pero cuando puedo me suelo comprar uno bueno, aunque –y volví a beber de la copa –después de probar este…
- Me alegro que te haya gustado. Voy a sacar la cena.
- ¿Te importa que encienda el televisor?
- Adelante.
Estaba nerviosa, sabía que me iba a exponer abiertamente ante ella y el gusanillo daba vueltas sin cesar junto a las mariposas que sentía en mi bajo vientre. Las rodillas no paraban de moverse y quise entretenerme con algo.
Cogí el mando y pasé de un canal a otro pulsando atropelladamente hasta terminar exasperada. Todas las películas resultaron sumamente aburridas, los programas ya no eran tan auténticos como antes y pensé que algo de música nos vendría bien. Pulsé de nuevo reiteradamente hasta dar con un canal que se suponía no tendría que estar en el "tdt". Tan histérica me puse que le di sin querer al volumen hasta hacer resonar entre las cuatro paredes una serie de gemidos sincronizados.
¡Ah! ¡Si! ¡Sigue, sigue, joder, sí! ¡Ah! ¡Me corro!
Se trataba de una película porno. ¡Por el amor de dios!
El mando se me resbaló de las manos un par de veces, me mordí el labio desesperada al recogerlo y cuando fui a levantarme, me tropecé y caí de bruces contra la mesa, quedando arqueada. Anastasia salió corriendo de la cocina y me ayudó a levantarme de la mesa.
- ¿Te aburrías y decidiste hacer acrobacias? –me preguntó cogiéndome por la cintura.
- No, no –contesté aturullada y señalé hacía la televisión.
Ella giró lentamente la cabeza y se quedó con las cejas arqueadas unos segundos. Yo me quería morir y me parapeté detrás del vino cuando conseguí sentarme.
- Empiezas fuerte, ¿no? –insinuó con cierta ironía.
- ¿Tienes canales contratados de este tipo?
- El que sea tradicional no implica que no me toque –dijo apagando la tele.
- Vale, ya está –mi cara como un tomate–. Cambiemos de conversación.
- Yo también soy tímida, dejémoslo así, sí.
Nos miramos y nos echamos a reír como dos colegialas.
La velada pasó entre risas cantarinas, ironías por su parte y mis mofletes más rojos que las manzanas del huerto de mi abuelo. También es verdad que después de dos botellas de vino, la cena, un postre de nata, nueces y sirope de chocolate y de dos cigarrillos, mi cuerpo se había alterado, mi sonrisa delatado y mis ojillos luchaban por no quedar entornados.
- Tienes ojillos de "borrachina" –y se echó a reír.
- No te mentiré que voy un poco achispada, pero controlo.
- Ya, controlas –me dijo con condescendencia mientras se levantaba del sofá. La observé desde abajo y pude ver la forma de su estómago cuando junté mucho las piernas–. Te noto distinta, como si te hubieras quitado muchas capas de encima.
- ¿Tú crees, Anastasia?
Ella asintió y se adentró en la cocina para dejar los platos en el fregadero mientras me ponía de lado con las piernas cruzadas pensando en sí sería ya oficial el cambio que había decidido dar.
- En cierta manera estoy más tranquila. Creo que me voy a dejarme llevar un poquito a ver qué pasa. ¿Te gusta? –y fingí una sonrisa cuando la vi salir.
Anastasia salió con el trapo en la mano y se acercó a mí, pasó su mano por mi cuello y acercó sus labios a los míos con un suspiro. Mantuve la respiración y me incliné hacia atrás inconscientemente. Su forma de mirarme me parecía cálida e intensa, pero no como María, aunque María jamás me miró de ninguna manera. Me refería a que distaba mucho de su olor porque Anastasia olía dulce e intenso como su mirada, pero con un toque de ternura y calidez. Era una mezcla entre dos polos opuestos, en uno de ellos se encontraba el blanco, las margaritas y la regulación que yo necesitaba y en el otro se reflejaba la cara b de la moneda, oscura e intensa. Me gustó. Era una balanza de las cosas que yo necesitaba en mi vida.
- No me importa las capas que tengas encima siempre y cuando no dejes de ser tu misma –me susurró.
Me beso en la sien y se encendió un cigarrillo mientras yo me acomodaba renqueando. ¿Es que nunca llegaba el beso? Sus modales tan educados despertaban en mí simpatía, pero esos acercamientos tan directos me tenían en vilo al no saber el tiempo que tardaría en atreverse a dar el paso. Me dije que tenía que tener paciencia.
El resto de la velada la pasamos entre risas. Me acarició la rodilla como de pasada y las risas se volvieron más tontas, tanto que cuando parecía que la conexión entre nosotras se dirigía hacia otra ruta más sexual (después de pelar la pava), su móvil dio un zumbido en su pantalón que nos hizo vibrar de decepción. Ella además suspiró.
- ¿Ocurre algo?
- Es mi padre.
- Cógelo, mujer –la animé, pero negó con la cabeza.
- No es nada.
- Me estás preocupando.
- Tenemos que irnos, Saray.
- ¿Ya? –me quejé.
- A ver, es mi padre quien me está llamando–confesó de repente–. Es mayor y lleva una temporada que no levanta cabeza. Me estoy ocupando de todas sus necesidades, pero a veces resulta insoportable por sus quejas, aunque supongo que con su edad es lo más normal.
- Las personas mayores a veces no razonan, Anastasia.
- Lo sé, lo sé, pero lleva mucho tiempo así y estoy empezando a cansarme.
- Pues nada, vámonos. Además, yo mañana trabajo y necesito descansar.
- Lo siento, Saray.
- Déjate de disculpas, todo está bien.
Me sonrió y me agarró de las manos.
- Antes de llevarte a casa quiero decirte algo –titubeó, sé que lo hizo, pero me acarició y su sonrisa me burbujeo en el estómago–. En realidad, no es algo que no te haya dicho ya, pero necesito que te quede claro que me gustas mucho, Saray. No quisiera que el tema de mi padre lo estropeara.
- No seas tonta. Es tu padre y es normal que lo cuides. Siempre que podamos llevarlo y ocuparnos del asunto no habrá problema.
- Gracias –me abrazó y apoyó sus manos en mis hombros después, mirándome–. Me gustaría tanto ayudarte para que veas que es posible alcanzar los sueños –le sonreí con júbilo.
Poesía. Eso eran sus palabras mientras recogía el recuerdo de nuestra primera cita cuando me dijo que había que hacer tres cosas en la vida. Y lo supe…supe que estaría conmigo hasta el final, como bien confirmé aquella noche. Ahora os cuento.
Cuando llegué a casa la sonrisa se me escurría de entre los labios y los ojillos risueños pestañeaban como las damiselas de cuento. Se notaba que a Anastasia le gustaba lo difícil, la expectación, la anticipación antes de dar el paso. Ella tiraba de la cuerda y la hacía aflojar hasta que yo volvía a agarrarla para mantener el juego, el equilibrio. Un tira y afloja que me gustaba porque me excitaba ahora, solo ahora que sabía que le gustaba estar conmigo.
Encendí todas las luces a mi paso cuando atravesé la puerta y después me senté con un suspiro en la cama al darme cuenta de que no había nadie. Moví los hombros a modo de desinterés y cuando me recosté sobre ella, algo me hizo girar la cabeza. Una nota reposaba sobre la mesa.
Me levanté lánguidamente y la leí extrañada. Aquí es donde apareció el segundo DETONANTE DE MI HISTORIA y el que hizo que todo empezara de nuevo.
No puedo explicar muy bien qué pasó por mi mente, pero sí puedo decir que la mochila a la que he hecho referencia más de una vez terminó por hundirme en el suelo junto a mis miedos cuando toda esa tensión acumulada durante meses explotó con una simple nota. Un papel donde había escritas unas palabras de mi madre y que hizo que todo lo retenido en mi pecho desde hacía tiempo saliera con forma de lagrimones resbalando sobre mi piel.
“Como parece ser que soy una madre de mierda, según tú, creo que es mejor que me vaya y deje de haceros daño. No tengo intención de volver. Lo he hecho lo mejor que he podido. Te quiero, hija”
Mi madre se había ido de casa. ¿Era posible? Nunca había hecho nada igual. Ella actuaba como creía que tenía que hacerlo. Tenía su propio rol y jugaba a su propio juego en sintonía con los nuestros, pero de ahí a abandonar el hogar… Aunque nosotros ya éramos mayores y no debíamos hacer caso al chantaje. Me quise convencer de todas las maneras posibles para restarle importancia al asunto, pero la herida seguía abierta…. Esa marca inconsciente…
Fui de un lado a otro del pasillo, me mordí el labio con rabia y contuve la pulsión al notar como mi pecho se abría de par en par. ¿Mi madre no nos quería? Una grieta surgió en mis creencias y me dolió al entender esas palabras escritas sobre el papel: abandono. Miedo a quedarme sola, miedo a perder a las personas que tenía a mi alrededor y una herida que jamás sané y que veía reflejada en cada situación vivida a lo largo de mi vida sin tan siquiera poder reaccionar de otra manera y subsanarla porque yo ya había formado mi mecanismo de defensa. Uno que empleé minutos después para defenderme de alguna manera: salvarme... (a nivel inconsciente; no existía tal peligro).
Me fui corriendo al aseo, me eché agua por encima y respiré pausadamente. Me metí en cada una de las habitaciones para cerciorarme de que estaba sola y llamé a Anastasia para decirle, con la voz áspera de tanto llorar y las manos temblando, que no podía más y que mi madre se había ido. De hecho, me sentí tan mal que supe que aquello no era ansiedad sino un ataque de pánico que me llevaría por delante si no hacía algo. Entonces vinieron sus palabras, las cuales calmaron mi angustia y me reconfortaron.
- Saray, espera, espera, no te entiendo. Respira y háblame con calma, por favor.
Respiré pausadamente, me senté con las piernas cruzadas e intenté decir algo con sentido.
- Mi madre se ha ido de casa.
- Voy a por ti.
No tuve que dar explicaciones. No tuve que justificarme. No me sentí culpable ni egoísta. Tan solo recogida de la calle. Una niña herida a la que han dejado sola y que acunan después de haber sido abandonada tras hacer consciente esa emoción.
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UN REFLEJO PARA CADA ESPEJO. Parte 1 de la trilogía "Los espejos de Saray"
ChickLitSaray aspira a ser una gran escritora de éxito. Ella desea con todas sus fuerzas vivir de lo que le apasiona, pero su entorno más cercano es tóxico y difícil de gestionar, tanto que se vuelve insostenible... Además, María, aquella que se considera s...