CONFESIONES

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   Habíamos quedado en un restaurante japonés ubicado junto a una de las rotondas que se encontraba en las afueras de Elche. Mientras esperaba en la puerta junto a Sofía a que viniera Miriam, me di cuenta de que mi amiga tenía el rostro taciturno y algo apagado. No quise darle importancia porque sabía que luego se resolverían las dudas, pero la mosca puñetera volvió a resonar en mis oídos y la observé.
  Sofía llevaba un vestido de color verde botella sobre unas medias de licra, debajo de las cuales iría apretada por una gran faja marrón, y unas bailarinas. Su pelo, liso, rubio y brillante, se lo había recogido a un lado con una horquilla y sus ojos, azules como el mar, refulgían con el claro de luna. Sus labios, que ya no parecían tan rosados, los había humedecido con vaselina. Parecía una nena, mi niña.
  Yo por mi parte me había decantado aquella noche por unos vaqueros simples bastante ajustados, unas bailarinas a juego y una camisa de seda anchita y cogida a mi cuello de color azul marino. El pelo me lo había recogido en un moño alto y en un arranque de buenas intenciones había decidido ponerme un maquillaje claro, no recargado y sugerente: rímel, raya del ojo, arriba y abajo, y, por primera vez, pintalabios rojo.
  Cuando estaba a punto de saltarme el protocolo y preguntarle qué era lo que le inquietaba, vimos aparecer a un coche derrapando en la calzada. Era Miriam, que venía en su precioso Seat León negro mientras escuchaba una canción de Enrique Iglesias a toda mecha: yo quiero estar contigo, vivir contigo, bailar contigo...
Aparcó en un solo movimiento, justo enfrente de nosotras, y después de retocarse el pintalabios, también rojo carmín, abrió la puerta y movió sus caderas con descaro.
  Nos quedamos con la boca abierta. Iba espectacular. Llevaba un mono-negro enganchado al cuello por un fino colgante de piedras doradas que lo rodeaba, dejando ver sus grandes dotes. Además, en la cintura se adivinaba un cinturón de plata que no terminaba en la parte de detrás, sino que iba enganchado a las caderas, las cuales contoneó con sensualidad mientras daba una vuelta sobre sí misma para dejar ver su espalda al descubierto.
Mientras Sofía y yo bailábamos al son de la música para darle comba, dio otro par de vueltas y nos quedamos alucinadas. El escote de Miriam, que en un principio se intuía recatado, había quedado en uno muy alargado donde la tela se quedaba al ras de su trasero. Estaba deslumbrante y nos dimos un gran abrazo acompañado de dos besos.
- ¡Hola, chicas! Qué guapas –exclamó entusiasmada mientras me palmeaba el culo y agarraba a Sofía por el cuello.
- Estás deslumbrante –la alude con una sonrisa–. ¿De dónde lo has sacado?
- Lo rescaté de mi fondo de armario. ¿Te gusta? ¿A que me hace buenas tetas? Menudo par de monumentos tengo –dijo rodeándose sus pechos con las manos.
- Mejor eso que no lo que tengo yo por higos. Anda, vamos, que la mesa está reservada para las diez y –le lancé una mirada acusadora–, son las diez y cuarto.
   Agradecí que el camarero nos acompañara a una mesa apartada, acogedora y junto a la ventana. Me apetecía intimidad para poder hablar con mis chicas y estaba un tanto preocupada por Sofía que no se había mostrado muy animada durante la espera.
Me senté cruzando las piernas y observé mi alrededor. El restaurante era precioso y amplio; las mesas negras y de madera y sobre ellas unos cubiertos bien colocados y una servilleta enrollada en forma de tubo y sujeta por un lazo rojo a su lado. Estaba ambientado con grandes lámparas abombadas y redondas cogidas del techo que le daban un toque oriental al local. Me gustaba mucho ese lugar.
  El camarero vino y nos tomó nota. Pedimos prácticamente lo mismo: arroz tres delicias, pollo al curry, rollito de primavera, queso frito y la ensalada, que venía incluida. Fue entonces cuando Sofía y yo nos giramos de golpe hacia Miriam.
- ¡Ah! Nene –y lo miró con lascivia–, acuérdate de traer una buena botella de vino tinto; hoy es una noche especial –pidió con ese gesto descarado y provocativo que tanto la caracterizaba. Tanto, que el camarero se fue con una sonrisa más grande si cabe.
- ¿Especial? –preguntó Sofía extrañada acomodando la servilleta en su regazo.
- Saray tiene una historia morbosa que contarnos.
- Bueno, bueno, tampoco es que sea… –intenté restarle importancia.
- Que sí, qué sí, pero cuenta, ¿ya habéis hecho la tijereta? –entonces Miriam cruzó los dedos a modo de tijera e hizo una serie de ronroneos obscenos. Le di una colleja y le susurré que se estuviera quieta, pero no me hizo ni puto caso cuando añadió–: Me imagino a la otra diciendo –y agarró el trocito de pan, que teníamos cada una a nuestra derecha, para ponérselo en la boca–: Oh, sí, nena, métemela entera –y penetró con la lengua en el centro de la molla.
   Sofía puso cara de asco, el segundo camarero, que acababa de llegar, no pudo reprimir una alzada de cejas mientras nos servía el vino y yo tuve que esconderme detrás de la carta.
- ¿Me he perdido algo?
- Ahora os cuento, Sofía –le susurré.
- Por favor, si es tan amable, ¿nos puede traer una botella de agua? –pidió ella cogiendo su copa.
  Me quedé mirándola; algo no iba bien.
- Bueno -empecé a decir tras un sonoro trago al vino; estaba exquisito–, lo primero, no me he acostado con nadie –lancé una mirada fugaz a Miriam–. Lo segundo, fue un encuentro muy emotivo y normal y al terminar la noche me dejó en mi casa. Fin de la historia. Ahora dime, Sofía, ¿qué ocurre?
- Hace tiempo que no os veo. Empezad vosotras y ponedme al día –la sonrisa tímida que nos mostró la delató enseguida.
- ¡De eso nada! Saray tendría que saber lo que te ha ocurrido con ese meapilas –espetó Miriam.
- Tampoco hace falta que lo insultes –contestó la aludida con una mueca.
- Venga, Sofí, abre la cajita de pandora un ratito.
- ¿Qué caja? –pregunté con las cejas arqueadas.
- Sí, esa caja donde Sofía guarda toda la mierda.
  Puse los ojos en blanco y me volví hacia Sofía, que había agarrado su copa con elegancia, imagino, para ordenar sus ideas.
- ¿Quieres que lo cuente yo?
- No, Miriam. Está bien. No te preocupes –dijo Sofía.
- ¿Pero tiene que ver con David? –volví a preguntar abriendo los ojos algo desesperada.
- Sí –susurró Sofía con la cabeza agachada–. No me siento orgullosa de lo que ocurrió, ¿vale? Quiero que quede claro. A ver… la cuestión es que… Bueno, que el otro día quedamos como siempre en mi casa. Estaba juguetón y algo disperso, pero tampoco quise darle importancia. La cosa es que...se comportó como un auténtico tonto. No sé qué le ocurría, pero algo serio debía ser para hacer lo que hizo –arrugué el ceño y Miriam movió la cabeza de un lado a otro a modo de disgusto–. A ver… en resumidas cuentas no utilizamos protección y se corrió dentro.
  Un silencio tensó el ambiente y vimos pasar a un ángel con la armónica. Miriam apretaba el morrito mientras yo mantenía la copa en los labios a medio beber. Otro camarero, más joven que el anterior, y al que Miriam le echó el ojo, dejó los primeros platos en la mesa, junto a la botella de agua. Un poco más y nos quedamos sin hueco para poder apoyar los codos.
- Pues eso...cambiemos de tema –zanjó agarrando el tenedor con urgencia.
- No, no –susurré acariciándole el brazo–. ¿Cómo ha sucedido, cariño? Tú sueles ser muy prudente en todo.
- Te lo diré yo –Miriam se acomodó de lado y la señalo con el tenedor–. No se respeta nada y se dejas llevar por un tío que…
- Te recuerdo que a ti te paso lo mismo –la acusó Sofía con los ojos entornados dejándola con la palabra en la boca–, así que no me juzgues cuando tú también la cagaste.
  Me giré de golpe.
- ¿Perdona?
Miriam se volvió y ofreció una mirada de psicópata a la rubia que hizo que se estremeciera.
- Luego soy yo la que tiene la boca como un buzón de correos, Sofía –suspiró–. Vale, sí, Saray, no me mires así. El tonto el culo no se puso preservativo, pero hicimos la marcha atrás –aclaró tocando su servilleta enrollada–. De todas formas, Sofí y yo hemos estado hablando y vamos a hacernos las pruebas de to-do.
- Si –coincidió la aludida–, seguro que no ocurre nada. Además, compré la pastilla del día de después así que no merece la pena darle más vueltas.
- Sois increíbles –dije moviendo la cabeza con desaprobación–. Miriam, tú no tienes problema porque tomas la píldora, pero, ¿tú? –me dirigí hacia Sofía de sopetón–. No tomas nada de nada. Está claro que un embarazo es lo menos traumático que puede suceder comparado con una enfermedad, pero, ¿sabes lo efectos secundarios que puede tener sobre tu cuerpo la pastilla del día de después? –me deslicé hacia atrás apoyándome en el respaldo y tocándome el pelo–. En cuando os baje la regla me lo decís y nos llamamos. ¡Y…por dios! Haceros las pruebas, no lo dejéis estar.
- Sí, mami –dijo Miriam con sorna.
- No te enojes, Saray –suplicó Sofía.
- Es que –resoplé– no lo entiendo. ¿Por qué insistes en boicotearte con esa relación de mierda? ¿Acaso no te sirvió como aprendizaje lo que me pasó a mí hace unos años o la conversación que tuvimos sobre el hecho de saber qué quieres realmente y mirar en tu interior para aclararte?
- Déjalo estar, Saray. ¿No ves que la tiene dominada? –soltó Miriam haciendo que nuestra amiga mostrara una mueca–. Tiene a una mujer hecha y derecha a su lado y en lugar de plantearse algo serio lo único que hace es… ¡pensar con la polla! –la cogimos para que se callará porque ya había comensales de dos mesas que se habían girado para mirarnos molestos–. ¿Acaso estoy diciendo algo que no sea cierto? –preguntó arqueando las cejas.
- Es fácil decirlo cuando una es aceptada por los cánones de belleza –escupió Sofía algo dramática.
- ¿Por qué eres tan correcta hablando? No eres mejor por aparentar algo que no va contigo.
- Me conoces desde hace años, Miriam. Sabes que soy así.
- No, no eres así, joder. Eres pija, vale, pero antes tenías más cosas que ofrecer. ¿Por qué te sienta tan mal lo que te digo?
- Me duele que me juzgues. Es fácil hablar de los demás cuando presumes de un cuerpo espectacular, puedes meterte dentro de cualquier pantalón bonito que se te antoje y si se te pone a tiro cualquier hombre no tienes problema en llevártelo al huerto. No todas tenemos esa suerte ¿sabes? –finalizó Sofía ya malhumorada.
- Yo también tengo miedos y dudas en mi vida, pero no voy boicoteándome. Te estás dejando manejar por un tío que no te respeta y que trabaja para ti, en tu gabinete y en ese sitio que tanto te ha costado construir. ¿Qué pasa? ¿Por qué tengas más curvas eres menos mujer?
- Miriam –dije reprendiéndola porque la conversación se estaba yendo de madre.
- Puedes tener al tío que te salga de la seta –sentenció metiéndose de golpe un trozo de pan en la boca.
Puse los ojos en blanco y empecé a comer para evitar que aquello se alargara de más mientras veía a Sofía resoplar y acomodar los antebrazos en la mesa para hablar de nuevo.
- A ver, chicas, hay matices que se os escapan –dijo más tranquila–. Si cedí fue porque momentos antes del descuido lo escuché hablar en el baño por teléfono y escuché que le decía a la persona en cuestión que la quería. Entonces me dio miedo ser una MOJITATA.
- Se dice "mojigata" –la corrigió Miriam con los ojos en blanco.
- Pues eso. Estaba asustada y pensando que estaba con otra, me dejé llevar. Al fin y al cabo, no soy el perfil que él busca y debo currármelo –la miramos con los ojos como platos porque lo había confesado abiertamente–. ¡No me miréis así! Es complicado. En estos dos años no ha hecho otra cosa que hacerme sentir vulnerable mientras me hacía el amor y me criticaba con sus estúpidos consejos. ¡Y lo peor es que tiene razón! –exclamó alzando las manos–. Tengo la estúpida creencia de que está perdiendo el tiempo conmigo pudiendo estar con otras chicas de su nivel y eso, irremediablemente, me incita a seguir esforzándome para que me vea bonita. No sé si me explico.
- Menuda superficial estás hecha –dijo Miriam rellenando su copa de nuevo–. Si está con otra persona, ya deberías saberlo. Además, se comporta como un tirano porque le hiciste daño y te la está devolviendo.
- También he pensado en eso...no te creas…
- Te dije que buscaras las respuestas en tu interior –expresé con dulzura.
- Dijo el Yeti...
Le di a Miriam una colleja y proseguí:
- Pero si tienes miedo, entonces habla con él detenidamente y expone los puntos sobre la mesa. Quizás si abres tu corazón podrá darse cuenta de su error –aconsejé.
- NO, ni se te ocurra –atajó de nuevo la culo prieto–. Serías vulnerable al momento.
- ¿Podéis dejar de hablar como si yo no estuviera presente? –preguntó la aludida, molesta.
- Sigue mi consejo. Es mucho mejor que el que te está dando esta...MOJITATA –finalicé añadiendo salsa agridulce sobre el arroz.
Miriam me enseñó su dedo corazón y me eché a reír viendo como añadía todas las salsas de la carne encima del arroz, haciendo un estropicio con la comida.
- ¿Y tú cómo vas con la novela? –me preguntó Sofía.
- Está seca de ideas –intercedió Miriam.
- Sacas tú muchas suposiciones…Mi proyecto hace semanas que dio la vuelta y va mejor desde que apareció Anastasia. Estoy que me subo con las musas al cielo.
- ¿Anastasia? –preguntó Sofía apartándose el plato.
Poco había comido pero tampoco le di importancia.
- He conocido a alguien por la aplicación –reconocí en un hilo de voz.
Segunda confesión.
- ¿Ya no estás interesada en María?
- Sí, bueno…no –suspiré–. No sé, esto de las relaciones es complicado. Me cansé y le dije que quería estar sola. Me niego a sufrir más por alguien que no me quiere.
Alguien que no me quería ni me respetaba ni se molestaba en esforzarse para tener una vida en común conmigo, aunque ella insistiera en ello sin hacer nada. Una persona egoísta y exigente que nunca supo entenderme.
- Yo creo que esa chica lo único que no quiere es tirarse a la piscina tan temprano sin saber si estará llena o vacía. Es normal; lleváis muy poco tiempo saliendo y no te conoce apenas.
Miré a Sofía atónita.
- ¿Otra vez has vuelto a cambiar de opinión? –le pregunté.
- He llegado a la conclusión de que cuando una persona se siente presionada acaba haciendo totalmente lo contrario a lo que se le pide –afirmó categóricamente con el mentón en alto.
- Claro, seguramente David se sienta presionado y por eso lo toma como referencia –anticipó Miriam con condescendencia.
- Eres tonta del bote –insultó la aludida.
- Y tú...
- Parad de insultaros. Y tú, Sofí, ¿en serio piensas así? ¿Crees que la estoy obligando a que se comprometa conmigo?
- Esperas actos de amor, Saray, pero la vida a veces es más complicada y no un cuento de hadas. Quizá la chica necesita una reacción por tu parte.
  Sofía era la más romántica de las tres y nos estaba diciendo que la vida no era un cuento de hadas. Ella sabía que me sentía pequeñita ante los ojos de María, sabía lo manipuladora que era y… ¿qué hacía diciéndome eso? Aquí había gato encerrado.
- Quizás te interese saber que escuché una voz femenina reír de fondo y ronronear como una gata en celo mientras hablábamos el otro día por teléfono. Eso puede que te aclare por qué me siento así y me comportó a veces como lo hago.
  Se quedaron mirándome tiesas en sus sillas, con las cejas arqueadas y sus bocas entreabiertas…
- ¿Te fue infiel? –preguntó Sofí con el morrito apretado.
- Me lo sigue negando, pero yo estoy convencida.
- ¿Puedo hablar? –preguntó Miriam seria y con el dedo en alto–. Mira, Saray, sé que pretendes darnos una visión de ti misma que nos haga creer que todo está en su sitio –suspiró–. Para de hacerlo, por favor. Has plantado a María, pues bien, hecho está. Déjate de miedos y no te excuses más. Eres tú la que tienes que tomar las decisiones y nosotras solo podemos escuchar, aconsejar si se nos pide y callar.
- Yo solo le he dado mi opinión –se quejó Sofía.
- Tú opinión desmerece un poco... ¿no te parece? Cambias mucho de parecer porque no sabes ni lo que quieres para ti misma –Sofía se mordió el labio y agachó la vista a su plato cuando Miriam le acarició el pelo–. Lo siento, cariño. A veces soy una bruja mala –se sonrieron y luego se giró hacía mí con un suspiro–. Solo deseo que seas feliz. Haz el favor de quedarte sola durante un tiempo y lucha por lo que quieres. ¡Folla si hace falta! –dijo en alto haciendo que el camarero nos llamará la atención–, pero prométeme que no volverás a cometer los mismos errores.
- Disculpe –susurró Sofía.
- Sí, perdonen, caballeros, es que mi amiga tiene la coliflor sin regar –dijo Miriam en alto.
   Le aticé con la servilleta y explotamos a reír las tres como hienas antes de reanudar el ambiente distendido. Añadimos más arroz y pollo en el plato y removimos de nuevo haciendo un "segundo" estropicio.
- Pues nada, ya puestos, cuéntanos. ¿Quién es esa chica que te quita el sueño?
- La conocí ayer –me sonrojé –y me gustó mucho. Fue como un aire fresco.
- Sí, sí, aire fresco para el chirri.... –musitó Miriam riéndose por lo bajini.
- Calla bruta –y le di otra ansiada colleja antes de proseguir–. Quedamos, hablamos y lo pasamos bien. Se mostró coqueta al principio, pero luego reculó. No sé, la verdad es que me cuesta seguirla, manda señales muy contradictorias.
- ¿Cómo es? –quiso saber mi rubia.
- Guapa, atlética, fuerte... –suspiré–. Es la jodida Afrodita.
- Ya tiene el "chichi" haciendo palmas.
- Eso no te lo voy a negar –sonreí mirando a Miriam–. Me atrae sexualmente, pero lo mejor fue cuando me dijo que había otras sensaciones esperándome a la vuelta de la esquina que no tenían nada que ver con el amor. Y que estar un tiempo sola para priorizar y ordenar mi vida era la mejor elección.
- Resulta insultante.
- Sofía... sé que me habéis aconsejado durante meses lo mismo, pero estoy indecisa. Soy una mujer complicada, dispersa y obsesiva –me toqué el pelo–. Necesito tener límites en mi vida y reprimir la pulsión para no volverme peor de lo que fui. No soportaría estar sola de nuevo.
- Para ya de ponerte como el betún –me reprendió Miriam–. Eres una chica normal, con sus rarezas, pero como todo el mundo.
- Solo digo que con María ha sido un infierno y ahora, con Anastasia en mi vida, quizás podría remontar.
- ¿Cuándo has dicho que nos la vas a presentar?
- De eso nada, Miriam.
- Pues yo pienso que deberías estar un tiempo sola –susurró mi amiga como si no quisiera que la escucháramos.
- ¿Otra vez con la misma cantinela, Sofía? –pregunté.
- Siempre estás compadeciéndote y estaría bien que dejaras de hacerlo y solucionaras las cosas de tu casa antes de meterte en una relación. Decide realmente qué quieres hacer y cuando lo tengas claro podrás escoger sin la sensación de no tener más opciones que las que te quedan.
  Miriam y yo nos miramos de reojo. Su comentario fue como un puñetazo moral en las costillas. Debería estar sola, vale. Me compadecía, vale. Sin embargo, la forma de expresarse no me gustó nada, aunque el contenido del mensaje fuera exactamente idéntico al de María y Anastasia. Que tres personas te dijeran lo mismo tenía sentido y no era casualidad. La vida me estaba invitando a que abriera los ojos y escuchara las señales, pero, como siempre, no hice caso y me centré en la parte negativa que me había molestado del comentario de mi amiga. ¿Ella hablaba de no tener opciones? 
- Ese consejo deberías aplicártelo, ¿no crees, Sofí? –la cuerda interna empezó a tirar de mi pecho y no pude controlarme al sentirme tan criticada–. Me lo dice una persona que lleva dos años detrás de un tío que no la valora, que no sale de ese juego adictivo que ambos habéis creado, porque según tú, es difícil tener donde elegir cuando no entras dentro de los cánones de belleza que la sociedad considera aceptables.
- Chicas...calmad los ánimos. ¿Sabéis por qué os pasa todo eso? –intervino Miriam palmeando nuestros hombros.
- A ver si adivino –me puse el dedo en el labio para después contestar con sarcasmo–, ¿por no pegar un buen polvo?
- Eres rápida –y me guiñó un ojo–. No va... ahora en serio, no os mosqueéis.
- ¿Qué te pasa últimamente? ¿Estás viviendo la segunda adolescencia? Porque no entiendo que te sinceres tanto.  
   Sofía calló unos minutos y volvió a llenarse el vaso de agua. No sabía qué podía pasarle, pero algo intuía, aunque no quise hacer mucho caso a esa vocecita de alarma que me gritaba constantemente que debía actuar. Se quitó la servilleta de las rodillas sutilmente, apoyo los codos en la mesa y se mordió el labio.
- No quise ofenderte –me miró fijamente cuando me lo dijo y agacho la cabeza–. Es que me da rabia que te lamentes por todo y no hagas nada por responsabilizarte de tus asuntos. Siempre es el mismo bucle.
- Después vamos a tener una conversación tú y yo –dije dando por finalizada la conversación.
- ¿Ya? ¿Solucionado? –intercedió Miriam bostezando como un lobo–. No es que no me importe lo que estáis diciendo, pero se supone que habíamos quedado para desahogarnos, vernos y divertirnos, y no para juzgarnos mutuamente como si tuviéramos toda la razón del mundo y nada que perder mientras nos miramos asiduamente el ombligo.
  Sofía asintió algo seria y, tras unos segundos, me sonrió y se levantó para darme un abrazo. Yo hice lo mismo y le susurré con un hilo de voz que la quería. Porque era cierto, Sofía era pura magia, era mi niña. No había nada en el mundo que tuviera sentido si ella no estaba presente.
- ¡Ohm, que bonito...! ¡Nene! –Miriam hizo un gesto al camarero–. ¿Puedes traernos la cuenta? ¡Ah! –exclamó deteniéndolo por el brazo–, y no tarde por favor porque tengo que llevar a estas dos preciosidades a un ambiente donde puedan desfogarse... Esto de no darle al mondongo crea muchas frustraciones.
  El camarero se fue riéndose y cuando dejó la cuenta en la mesa, le dio a Miriam su número de teléfono escrito sobre un papel en blanco…
  No comimos apenas, al menos Sofía, pero bebimos lo suficiente para darnos cuenta bajo la tela de los efectos del alcohol que los conflictos seguían latentes.

UN REFLEJO PARA CADA ESPEJO. Parte 1 de la trilogía "Los espejos de Saray"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora